Foto cortesía de Rolando Quesada
Hay épocas del año que nos ponen nostálgicos. Y la Navidad es la principal de ellas. Por más aires de amor y paz que nos quieran vender, siempre pulula en el ambiente eso que la Real Academia define como “tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida.”
De lo contrario, Luis Aguilé nunca hubiera entonado “Ven a mi casa esta Navidad” ni Marco Antonio Solís nos recetaría las despechadas estrofas de “Navidad sin Ti”, casi considerada como un villancico más de temporada.
Aunque la definan como un sentimiento de tristeza, no creo que la nostalgia sea del todo mala. Al menos, a mí me hace recordar que estoy vivo y que he vivido. Nada mejor que escudriñar entre las memorias del subconsciente para alegrar el espíritu al calor de bellas canciones, lugares, personas, olores y películas que nos retrotraen a tiempos pasados maravillosos.
Un Colacho viral
Traigo a colación esta “acabangada” reflexión a propósito de la publicación que hizo recientemente un querido amigo y colega en Facebook. Resulta que, de compras por el centro de Cartago, fue a visitar al Santa Claus en bicicleta que, desde hace varios lustros, colocan en el ventanal de la tienda deportiva, Pigo Pérez.
Inspirado por los aires decembrinos de esa despejada y soleada tarde, se le ocurrió tomarle una foto y publicarla junto a un corto pero emotivo texto en el que recordaba el valor sentimental del Colacho ciclista para los niños de aquella época, quienes no sólo crecieron al lado del barbudo y atlético personaje, sino también de otras genialidades de fin de año, como las inolvidables Visitas Navideñas, de Carlos Lafuente, en la desaparecida Radio Rumbo.
Ni para qué lo hizo. Aunque el comentario iba dirigido especialmente a los “conocedores cédula 3”, creo que debió ampliarlo a todos cuya edad inicia en ese número, dado que no hubo treintañero –ni cuarentón o cincuentón- que no se sintiera aludido con su comentario.
A las pocas horas, ya se había vuelto viral. Al momento que escribo estas líneas, suma casi 2 mil reacciones, 263 comentarios y 652 veces compartido. “Me han llegado un montón de solicitudes de amistad de gente que ni conozco”, me contó entre risas, tras analizar el curioso fenómeno que puso de manifiesto el lado positivo de las redes sociales. ¡Ojalá se usaran más seguido para este tipo nobles propósitos!
En mi caso, le confesé que, después de leerlo, no pude resistirme la tentación de rememorar en YouTube las visitas navideñas, con sus cuentos, villancicos, cartas (recibían hasta 18 mil diarias) y la famosa gaveta de las hormigas. Imposible olvidar al “Pescador y el príncipe encantado”, “La casa del bosque”, “Los tres pelos del diablo”, los dientes de Pánfilo, las chillonas ardillitas de Lalo Guerrero, entre otros protagonistas del popular espacio radiofónico.
Regreso al pasado
Horas más tarde, mientras transitaba por San José de noche, la carga nostálgica se redobló. Aún resonando en mi mente la voz inconfundible de don Carlos y canciones como “Jingle Bells” y “El Tamborilero”, viajé irremediablemente a mis años de infancia, incitado por las figuras multicolores que alumbran las calles desde lo alto, los árboles azules que flanquean los costados del Parque Central y los escaparates de la tienda mostrando las promociones navideñas.
Conforme avanzaba por una Avenida Segunda impecablemente ataviada para la ocasión, regresé al barrio González Truque, en mi querido Tibás de antaño. Ahí estaba yo, al mejor estilo del Colacho brumoso, montado sobre mi bicicleta roja BMX, disfrutando, junto a mis amigos, de las tardes de “cleteadas” y galletas.
En la noche, después de la mejenga de garaje y los consecuentes pelotazos en la pared blanca, que a mi mamá no le hacían nada de gracia, iríamos a rezar y comer –más lo segundo que lo primero- a las posadas de la casa de mi abuela, en Guadalupe, donde nos dábamos cita toda “la chiquillada” a tomar resbaladera y degustar pan casero.
¡Ah, tiempos aquellos! La ilusión de levantarse los 25 de diciembre a abrir los regalos que “Santa” dejaba al pie del árbol o de la cama y pasar todo el día, añejo y empijamado, estrenando las nuevas adquisiciones; las fiestas de la alegría, las camisetas del uniforme escolar con los autógrafos de los compañeros, las cartas al Niño, las tarjetitas de “felices vacaciones”. En fin, tantos recuerdos y tan poco espacio para describirlos.
Disfrutar como niños
Yo no sé si todo tiempo pasado fue mejor –eso es muy relativo. Pero si hacemos un sondeo sobre la veracidad o no de dicho refrán, aplicado al ayer y hoy de la época, no dudo que los nostálgicos ganamos y por goleada. No es porque seamos abuelitos, anticuados o reaccionarios de la modernidad.
Todo obedece a la alta dosis inherente de nostalgia que distingue a la Navidad. ¿No me cree? Deténgase a ver la emoción con que los padres primerizos viven estas fechas. En la mayoría de las veces , nos guste o no, está indivisiblemente ligada a gratas experiencias en las que grandes y chicos disfrutábamos como niños.
Sinónimo de días libres sin madrugadas, paseos familiares, juegos tradicionales, idas al parque. Jornadas completas de sano esparcimiento. De más naturaleza y menos celulares, de más experiencias vividas y no grabadas. De abrazos, sonrisas, sudadas, chollones, embarrialadas, pláticas cara a cara y visitas a los seres queridos, entre muchas otras remembranzas que marcaron una época inolvidable para las generaciones más veteranas.
¿Y usted de qué se acuerda? ¡Feliz y nostálgica Navidad! Y que el 2019 nos traiga la dicha de revivir en nuestros corazones la magia de esos entrañables momentos que no volverán. ¡Que así sea!