No había terminado de acomodarme y ya había aprendido algo nuevo. “¿Usted sabe qué es esto?”, me interrogó, sin mediar saludo, la señora sentada a mi lado, quizá intuyendo, ante mi aparente juventud, que probablemente no conocería la respuesta.
En su mano morena extendida me mostraba una semilla grande y circular, de un tono marrón rojizo, con ribetes dorados. Después de tomarla y, observarla con detenimiento, le admití que no tenía idea.
“Es un ojo de buey”, me aclaró sonriente, a los pocos segundos. “Protege contra la envidia y el mal de ojo”, agregó enseguida, para luego enseñarla también a mi papá y entregárnosla a ambos como obsequio y escudo contra las malas vibras que deambulan en estos tiempos convulsos.
Me quedé reflexionando por unos segundos. No tanto acerca de mi demostrada ignorancia sobre temas botánicos y esotéricos, como de lo mucho que podemos aprender de nuestros adultos mayores y de sus infinitas experiencias y conocimientos.
Yo no me canso de hacerlo. Así fue durante los más de 10 años que conviví junto a mis abuelos paternos y, el martes pasado, quedó evidenciado que no hace falta una década para ello, sino que hasta en una breve charla de un minuto es posible honrarlos y agradecerles por todo lo que nos enseñan, desde lo más trivial como el nombre de una semilla, hasta asuntos más profundos como la importancia de no renunciar a los sueños, sin importar la edad o las circunstancias.
Concurso literario de AGECO
Esa fue la más grande lección que me traje del Instituto Cultural México, donde se celebró la premiación del XXVIII Concurso Literario de Personas Mayores 2019, organizado por la Asociación Gerontológica Costarricense (AGECO), en el que participaron un total de 152 obras literarias de adultos mayores -102 nacionales y 50 extranjeros.
“Qué montón de siglos reunidos en un mismo lugar”, me dijo mi papá, de entrada, fiel a su auténtico y socarrón sentido del humor, provocándome las primeras risas del día. Aunque fuera en tono jocoso, no dejaba de tener razón. Pero no por las canas que peinaban–esas hasta yo las tengo- sino por las valiosas historias de vida de los ahí congregados.
De una pequeña muestra de ellas fuimos testigos los asistentes a este magno evento que, con gran éxito y excelencia, organiza AGECO desde hace 28 años con el objetivo de ofrecer espacios para el fomento de hábitos de envejecimiento activo y la promoción de las habilidades artísticas del adulto mayor.
En un ambiente cálido y expectante, una nutrida y admirada audiencia, conformada por directivos de AGECO, diputados, escritores y hasta el Segundo Vicepresidente de la República, Marvin Rodríguez, se anunció y se premió a los mejores en las categorías de cuento, poesía, cuento infantil y relato de experiencias.
Lágrimas de felicidad
Tras los actos protocolarios, llegó el momento de que los homenajeados pasaran al frente a recoger sus certificados de participación. Cuando fue el turno a la señora de al lado –la que nos regaló el ojo de buey-, veo que viene de regreso a su asiento con la emoción a flor de piel y secándose las lágrimas. Con un nudo en la garganta y sin saber qué decir, solo atiné a sonreírle y darle mis parabienes.
Minutos más tarde, como efecto contagio, nos tocaría el turno a mi papá y a mí de seguirle los pasos –o las lágrimas, más bien- y llorar abrazados, mientras lo anunciaban a él como ganador de la categoría de cuento infantil. Pero más allá del merecido primer lugar–les recomiendo leer Manchitas y el miedo-, yo sentí que todos los participantes, por más trillado que suene, fueron absolutos ganadores.
Aunque el reconocimiento principal era para los tres primeros lugares más una mención honorífica, la verdad es que la placa y el dinero se tornaron en nimiedad frente a la clase de ejemplo que todos brindaron a los espectadores y a la sociedad en general. Pese a su diversidad de nacionalidades, etnias, retos y vicisitudes, fueron dignos exponentes de que cuando se quiere, se puede, y que aquel famoso adagio –nunca es tarde cuando la dicha es buena- es una verdad del tamaño del talento que poseen.
El de la señora del ojo de buey –se me escapa el nombre- que miraba embelesada el certificado y le tomaba fotos sin cesar; el de mi papá, quien se mostraba incrédulo ante el inesperado veredicto; el de doña Elizabeth que, ante la falta de acompañante, me pidió el favor de tomarle foto junto a su placa del tercer lugar en la categoría de relato de experiencias… y el de los otros 149 ejemplares participantes.
Todas sus voces, relatos y memorias, aunque diferentes en estilo, temática y estructura, encuentran rasgos en común en la experiencia que los anteceden, el sentimiento que los inspira, los valores que enaltecen y la grandeza que reflejan. Sin importar el “qué dirán” o el “ya estoy muy viejo para eso”, demostraron que, si hay una meta apasionante de por medio, siempre estamos a tiempo de ponernos en movimiento, inclusive en bastón o en silla de ruedas.
Gracias y felicidades a nuestros “escritores de oro” por esas historias que desde siempre nos han contado y que ahora también escriben con el mismo cariño, pasión y energía con que afrontan la veteranía de la más dorada etapa de sus vidas.
“Jamás un hombre es demasiado viejo para recomenzar su vida y no hemos de buscar que lo que fue le impida ser lo que es o lo que será.”
Miguel de Unamuno.