Esta vez no fueron 90 minutos por la vida, fueron cinco más dos de reposición. Poco tiempo para marcar diferencia en la cancha, pero más que suficiente para brindar una lección humana ejemplar en otro terreno donde se juega algo mucho más importante que un marcador o una clasificación: la vida.
Siempre he dicho que después de Saprissa, el otro equipo de mis amores es Guadalupe FC, debido al afecto que le guardo a una comunidad donde viví mis años universitarios, junto a mis abuelos, a la vuelta del estadio Coyella Fonseca.
Precisamente ahí tuvo lugar uno de los actos más emotivos ocurridos en nuestro fútbol nacional durante los últimos tiempos, comparable con el que protagonizó Eric Abidal, en el 2013, tras su regreso a las canchas, luego de ser víctima de cáncer de hígado.
Aunque el nivel de fútbol que se puede observer en ambos escenarios es muy distinto, en lo que sí hay coincidencias es en la descarga de sentimientos que afloró entre los presentes, tanto en el regreso del jugador francés, hace cinco años, como en la de su tocayo Marín, el domingo antepasado, en el partido contra Alajuelense.
Aficionados o no al fútbol, no hay duda de que todos los costarricenses, presencialmente o a la distancia, aplaudimos y ovacionamos el regreso triunfal de Marín, en el juego de despedida de Guadalupe del actual torneo, pero de bienvenida –al deporte y a la vida- de un guerrero con determinación de acero.
Otro hombre de fe
Difícilmente no conmoverse ante lo que aconteció en la gramilla del Coyella. Aquello fue un verdadero tributo a la vida, una muestra de que tenemos otro hombre de fe y que también juega fútbol. Más allá de la táctica, técnica y entrega que siempre caracterizó al aguerrido capitán, Marín nos brindó una verdadera lección de vida que trasciende el plano futbolístico.
“En el momento que le digan a una persona que tiene cáncer lo más importante es la actitud como lo tome. Muchos escuchan esa palabra y lo asocian con la muerte, pero no es así. En la mente está todo. El cáncer no mata”, dijo un decidido Erick. ¡Cuánta razón! Bien dicen que no es lo que nos pasa en la vida, sino lo que hacemos con lo que nos pasa. Todo es cuestión de perspectiva.
En momentos en los que algunos se empecinan en mancillar la imagen de nuestro fútbol nacional, incitando a la violencia, criticando hasta el cansancio a los árbitros, provocando al rival con verborrea altisonante, escuchar sus palabras y ser testigos de un acto tan ejemplarizante nos reconforta el alma y nos devuelve la esperanza en que un fútbol de señorío, paz y educación sí es posible.
Una escena significativa
En pocos minutos vimos resumida la esencia del fair play en su máxima expresión. En la figura, frágil, pero valerosa del “19”, esperando ansioso su ingreso a la cancha; en la solidaridad de sus colegas abrazándolo con admiración; en el amor incondicional de su esposa observándolo, con lágrimas, desde la grada; en el respeto de los aficionados, incluida la Doce, coreando el nombre de Erick; en el respaldo de un cuerpo técnico que le da una segunda oportunidad de cumplir un sueño; en la unión de unos compañeros que se raparon y portaron una manta con la leyenda: “La batalla ha sido ganada”, como señal de apoyo y fuerza a un líder inquebrantable.
¡Qué hermoso todo lo que podemos aprender del fútbol, en su justa, ética y correcta dimensión! Respeto, solidaridad, unión, sacrificio, amor, valentía, entre otros valores que enaltecen, no sólo al deporte, sino a la convivencia humana, en sus diferentes espacios y manifestaciones.
Una escena corta, pero sustanciosa en significado y con grandes enseñanzas que no se limitan al rectángulo de juego. Deberíamos enmarcarla y reflexionar sobre ella a diario. Quizás así se convierta en práctica frecuente en las canchas, en la política, en la sociedad, en el trabajo y en la vida en general.
¡Ese sí sería un magnífico propósito de año nuevo! Gracias Erick por recordárnoslo.