Es predecible y casi obligatorio que el nacimiento de un bebé –más si se trata del primogénito- ponga de cabeza a su entorno familiar inmediato. Pero de eso a que vuelva loca a media humanidad, con vítores y gritos de algarabía, me parece un tanto exagerado, por más sangre azul que corran por sus venas o por más miembros selectos de la Casa de Windsor que sean sus padres.
Hasta el propio Papa Francisco, en su periplo evangelizador por Brasil, sufrió las consecuencias de un flagrante robo de protagonismo a manitas del nuevo inquilino real. La llegada al mundo del hijo de los flamantes duques de Cambridge, Guillermo y Catalina, paralizó al mundo entero Todo se detuvo a los pies de Su alteza, el príncipe Jorge Alejandro Luis. En ese momento valía más ser testigo presencial de las facciones y el primer gesto del recién nacido que de la firma a un acuerdo de cese de hostilidades entre Corea del Norte y Corea del Sur. El mundo giró alrededor de la tierna figura del recién nacido. Importaba más escuchar las primeras palabras del abuelo o ver a los duques presentar públicamente a su hijo, al mejor estilo de la película El Rey León, que cualquier otra cosa… que los combates en Siria, que las protestas en Egipto, que el hambre mundial, que la impopularidad de Laura Chinchilla. Todo convertido en nimiedad a la par del alumbramiento real anunciado con bombos y platillos, en los rótulos luminosos de Times Square, en los titulares de los más prestigiosos periódicos…
Al fragor de los cañonazos y la voz emocionada del pregonero real, todo pasó a un segundo plano. La primera plana tenía dueño absoluto. Las apuestas se centraban, no en quién sería el próximo campeón de la Copa Oro, sino en el nombre que tendrá el futuro rey. En el propio lugar de los hechos, en las inmediaciones del Palacio de Buckingham, hasta en los más distantes rincones, como Cosa Rica, donde si acaso llegamos a Soda Palace y unos cuantos castillos de aire, la expectativa era máxima.
El Príncipe no había abierto sus ojitos y ya era mucho más famoso y reconocido que muchos de los que llevan años tratando de ser blanco del reconocimiento público… y no precisamente por salir en la página de Los Sucesos o en la página rosa de chismes faranduleros. Vaya ironías de la vida. Ese bebé solo por venir al mundo ya era toda una celebridad y otros que, a base de toda una vida de esfuerzo, sacrificio y entrega, han hecho méritos propios para llevarse el aplauso colectivo, con costos los vuelven a ver de reojo. Definitivamente hay quienes nacen con estrella y si es en un trono, mucho mejor aún.
Y no es que todo lo que huela a monarquías me sienta mal, en fin, cada quien con sus loqueras, aficiones y sistemas de gobierno. Lo respeto. Aunque no niego que ese exquisito tufo elitista y estrictos códigos protocolarios de conducta que caracterizan la vida de alta sociedad me produce cierto escozor. Pero bueno, así como hay gente apasionada a todo lo que ellas atañen, hay otros, como yo, que disfrutan en criticar, no tanto a los reyes, condes, duques, infantas y demás nobles títulos imperiales, que poca culpa tienen de la alta estima y popularidad que las cobija, sino más bien de la reacción desmedida que produce en ciertos sectores sociales lo que ocurra en torno a los nobles integrantes de la realeza, quienes, a pesar de su papel más ceremonial y decorativo que de liderazgo y peso en las grandes decisiones públicas, siguen despertando pasiones y aficiones desbordadas. ¿Por qué? Los expertos tendrán la respuesta. He ahí un interesante objeto de estudio para la sociología moderna.
Yo me limito a decir, desde mi limitado conocimiento en temas monárquicos, que así es la realeza moderna… la amas o la odias, sigues sus intrincados dramas de novela u optas por resistirse a sus encantos. A juzgar por lo visto la semana pasada, las masas aún le rinden pleitesía a las corona. Todo mundo supo que el pasado 22 de julio, el día más caluroso del año en Inglaterra, nació el pequeño príncipe en el Hospital Saint Mary de Londres. Pocos saben que tres meses antes nació Daniela Jiménez, la bebé prematura de más bajo peso que ha sido atendida en el Hospital México de San José. Si sobrevive, es probable que, a su salida, no haya cámaras ni periodistas pero sí una historia de coraje que la convierte en una verdadera princesa luchadora.