Aunque todos le huimos, siempre volvemos a caer en ella, por más que muchos quieran salir y pocos deseen entrar. Hablo de la rutina que nos sorprende, esta vez, en los albores del 2010, tras el respectivo receso, con caras largas y trasnochadas, tal vez más cansadas de lo que salieron, y, por variar, deseando extender las vacaciones o reclamando el rápido paso del tiempo, cuando de ratos de ocio se trata.
Pero, pensándolo bien, volver a la rutina –entiéndase: trabajo, estudio, negocios, proyectos- no es del todo malo. Ésta, de alguna forma nos recuerda las prioridades en la vida, que no todo gira alrededor del ocio y la pachanga y que “volver a la realidad”, es parte de la cotidianeidad de cualquier ser humano, con metas y sueños que alcanzar en el nuevo año, a partir del trabajo y esfuerzo que implica cumplir con sus acostumbradas labores.
No nos damos cuenta que si no fuera por esa vilipendiada rutina diaria, no tendríamos los medios para alcanzar los anhelos de nuestra mente y corazón. Careceríamos de una motivación que nos impulse a madrugar para cumplir con la jornada laboral, no nos sentiríamos realizados de poder aportar desde nuestros distintos oficios al progreso de la nación, extrañaríamos la ausencia de un contrapeso que nos mantenga con los pies firmes en la tierra, y, quizás, hasta obviaríamos las responsabilidades que conllevan el cumplimiento de nuestros diversos roles en la sociedad actual.
Y es que viéndolo bien, todo en nuestras vidas, en diferentes etapas, goza de un carácter rutinario, que bien administrado, debe servir de estímulo y no de lamento. Desde pequeños, cuando empezamos a explorar el mundo, iniciamos una rutina de aprendizaje que nos permite, por ejemplo, caminar y hablar. Más adelante entramos a la rutina de asistir a un centro educativo para asegurarnos un mejor mañana. Los padres deben lidiar con la rutina de crianza de sus hijos, los maestros, con la rutina de enseñanza de sus alumnos, el agricultor, con la necesaria rutina de regar sus tierras para no perder la cosecha, y así, sucesivamente, todos en algún momento nos vemos enfrascados en la rutina y hemos sobrevivido en el intento, por más que digan que ésta pueda llegar a matar.
Yo más bien diría que nos recuerda que si estamos aquí es por algo, que debemos vivir y no solo existir, para cumplir con las tareas pendientes y trazar nuevos horizontes en este espectro de oportunidades que se abre a sus anchas con el devenir del nuevo año que recién empieza.
Seamos agradecidos con la vida al tener una motivación, que muchos otros desearían, para levantarnos todos los días y cumplir con nuestras tareas. No confundamos los deberes y derechos que impone la rutina con obligados suplicios que debemos enfrentar a regañadientes. No olvidemos que volver a la rutina, luego del descanso de fin de año, es precisamente la que nos permite viajar, compartir en familia, pasear, ir a la playa; en fin, sacarle el jugo a las vacaciones. A lo mejor si no fuera por la rutina creo que no valoraríamos tanto los ratos de esparcimiento.
Lejos de lamentarnos o buscar pretextos para “seguir la fiesta” deberíamos agradecer la bendición de la salud y el trabajo que nos obsequia Dios a través de esa rutina diaria, que nos debe instar a luchar, cada día más, por nuestras metas. Curiosamente, todo mundo quiere salir de la rutina cuando se trata de hechos que imponen algún grado de compromiso, pero nadie se queja cuando nos referimos a las fiestas de fin de año que, paradójicamente, a pesar de su carácter rutinario, siguen congregando a miles de costarricenses, ávidos de topes, chinamos, guaro y toros.
Demos gracias que estamos iniciando un nuevo periodo que nos invita a aprovechar el cúmulo de oportunidades de crecimiento y bendiciones que, estoy seguro, nos deparará si colocamos nuestras virtudes y talentos al servicio de buenos propósitos de año nuevo. Como ven, no siempre se trata de salir de la rutina, a veces también es bueno entrar de lleno en ella para comenzar a construir un próspero 2010 para todos.