No es justo atacar a los sindicatos…, al menos no a todos. Creo que el trasfondo de los orígenes de estas organizaciones era muy noble y hasta necesario: defender a los trabajadores frente a posibles violaciones de sus derechos elementales y cualquier otra afrenta cometida en el marco de la relación obrero-patronal. Hasta ahí, todo bien. Pero algo sucedió de camino con la ideología sindical que, en su ingreso a Costa Rica, se echó a perder, dando al traste con los ideales y principios que desde un inicio inspiraron a la creación de tan loable movimiento.

No sé si fue una especie de mal habida tropicalización o que los cabecillas locales la desvirtuaron a conveniencia para ajustarla a sus mezquinos intereses, pero lo que aquí tenemos no son sindicatos, sino una camarilla de matones, arrogantes y cínicos que, un día sí y otro también, hacen lo que les viene en gana. Al mejor estilo de las barras organizadas. Así de claro, así de triste. Puede ser que muchos de los huelguistas no tengan nada que ver con la ola de violencia desatada en Limón, pero de que han sido cómplices lo han sido, ya sea por acción u omisión. Con su inflamable verborrea, sus provocaciones, desvaríos y rompimiento del orden legal, han creado el caldo de cultivo perfecto para que brote a borbollones el resentimiento de un pueblo marginado.

No quiero caer en generalización, conservo la fe de que haya algunos que aún hoy, en medio del desprestigio que viven, conserven algo más que el recuerdo de un resabio de dignidad y patriotismo. Pero la gran mayoría se nos están corrompiendo, so riesgo de contaminar a los demás con sus ínfulas altaneras y convertirlos a todos en una masa amorfa dedicada a atentar contra la estabilidad democrática de un país que debería dirimir sus diferencias en la mesa del diálogo y no en la calle, al calor de arengas trasnochadas, amenazas y quema de llantas o fotos de la máxima autoridad de un país. Si ya ni al Presidente respetamos, mejor apaguen…

Estamos viviendo épocas de incertidumbre que ponen a prueba la estabilidad de nuestras instituciones y del Estado de Derecho. Hasta el momento, hemos visto una leve señal de esperanza, con un Gobierno firme y decidido a hacer respetar la ley. No puede ser que un grupito caprichoso juegue con el futuro de todo un país, al creerse amos y señores de los puertos, capaces de paralizar las exportaciones, lanzando por la borda la seguridad jurídica y la estabilidad social. ¡Bien por el Gobierno! Esperemos no baje la guardia por más que algunos por ahí se empecinen en conectar la lengua con el hígado y no con el cerebro. “No le jalen tanto el rabo a la ternera”. “La violencia no ha empezado”. “¿Quieren un enfrentamiento?”.

Así no se expresa alguien cuyo supremo interés debería ser llegar a un acuerdo. Es como tratar de negociar con el adversario apuntándole con un arma en la cabeza. De continuar por esa línea de la descalificación a priori, por más buena disposición que se tenga y planes B, C o D, no arribaremos a buen puerto. Primero, bajemos el tono y luego hablemos como la gente. Pueden estar en desacuerdo y manifestarse, pero de eso a tener a todo un país en ascuas, eso sí que no se vale. ¡Que los pongan en su lugar!