Cuando pensé que mi capacidad de asombro había llegado al límite, tras enterarme de que ya matan hasta por un celular o un par de tennis, ahora, para terminar de hacerla, me sorprendió la increíble noticia de que a un jardinero en Cartago, tres muchachos le quitaron la vida por gritarle unos piropos a una mujer que caminaba junto a ellos.
Desconozco si fueron sutiles palabras de admiración a la belleza femenina o si se fue una denigrante vulgaridad sacada del manual del perfecto pachuco tico. Sea uno o lo otro, en ningún caso se admite la violenta respuesta a punta de golpes y pedradas. Sin pretender justificar a ninguna de las partes, lo cierto es que si las expresiones fueron pasadas de tono, se podría esperar una bien merecida reprimenda verbal por parte de la ofendida o sus acompañantes, pero jamás una salvajada como la ocurrida. La diferencia entre una y otra cosa radica en la capacidad de tolerancia, autocontrol y respeto por la vida ajena, tres principios cada vez más escasos en la sociedad actual.
Es cierto. Resulta incómodo estar con una mujer de buen ver y que, como si uno estuviera pintado en la pared, se aparezca más de un “jugado” con sobrecarga hormonal a devorarla con la mirada o soltarla alguna pachucada, aunque sea en modo murmullo. No faltará el disimulado que, al percatarse de la presencia masculina, ve de reojo pero no dice nada, aunque de fijo lo piense. A estos por lo menos se les perdona (seguro hasta yo haría lo mismo).
Un piropo bien dado, con la justa dosis de ingenio y picardía, seguramente hasta la misma pareja de la mujer a la que se le profiere, lo agradecería. Es más, hasta motivo de orgullo debería ser para quien le acompañe en ese momento de inspiración ajena.
Pero de ahí a que se pasen de la raya y se decidan a tomar la ley por las manos so pretexto de una ofensa disfrazada de piropo, hay un abismo de diferencia. Ni el hombre o los hombres que acompañen a la ofendida, ni esta, por más que haya visto violentada su dignidad, pueden incurrir en tal barbarie. Tal vez una cachetada al estilo doña Florinda o unos cuantos sombrillazos como aquella señora que defendió a una muchacha luego de haber sido testigo presencial del abuso. En ese caso, bien merecidos los tiene. Pero, ¿matar?
Recordemos que vivimos en un Estado de Derecho con leyes que debemos acatar si no queremos terminar en la cárcel por la comisión de un delito grave o por una contravención, aunque sea contra la moral, como sería un piropo fuera de tono o ya algo más serio como andar tocando lo que no se debe como le pasó recientemente a un ebanista condenado a cárcel por manosear a una mujer.
El que la hace la paga, sea por un robo, un asalto, una agresión o una ofensa contra la integridad y el pudor ajeno. Pero para eso precisamente existen los tribunales porque en el momento que empecemos a resolver nuestros problemas a punta de golpes y balas, mejor apague y vámonos. Lo más lamentable es que al parecer ya falta poco para lo anterior. El fin de semana pasado a una argentina la mataron para robarle una computadora, el viernes un joven conductor pagó con su vida la osadía de tocar el pito. ¿Qué nos faltará por ver? ¡A lo que hemos llegado!