Aún con la resaca del jolgorio de fin de año, con sus respectivos tamales, chinamos y toros a la tica, volvemos de nuevo a la realidad, tratando de subir la cuesta de enero a fuerza de voluntad y empeños para poder sortear la acostumbrada entrada forzosa que supone el inicio del nuevo año para la billetera y el ánimo de no pocos costarricenses.
No sabemos que nos deparará el 2013 pero si por las pintas se saca el día, nos espera un trayecto no apto para cardíacos, menos para mediocres y conformistas. Ya que los mayas nos dieron la oportunidad de colgar un nuevo calendario, aprovechemos estos 12 meses entrantes para demostrar que si no renovamos alma, cuerpo y espíritu con una dosis reforzada de entusiasmo, alegría, energía y optimismo frente a los derroteros del 2013 es probable que más de uno vea la muerte en vida, lo cual, al final de cuentas, viene siendo peor que morir en un cataclismo universal cortesía de los mayas, de Hollywood o de algún desubicado súbdito de Nostradamus.
Lo primero, al experimentarse en pleno uso y conciencia de nuestras facultades cognitivas, es mucho más doloroso y sufrido, pues, como diría Arjona, no hay peor agonía que la que es de paso en paso, o sea, muriéndose de a poquitos, mientras la vida pasa por delante a velocidad de tren bala. Mientras que lo segundo, son momentos y ¡pum!, cayó un meteorito devastador, se viene un terremoto de insospechada magnitud, o explota una bomba atómica. A lo mejor ni dolor se va a sentir ni chance de que nos agarren confesados. Todo sería en un santiamén y nos vamos en bandada a hacerle compañía a San Pedro y a sus querubines o a atizar la hoguera del fuego eterno.
Bueno, esto, siempre y cuando el acabose sobrevenga a como lo describen las apocalípticas profecías de los agüizoteros de la nueva era, esos que tienen tanto qué hacer, que ya le están lanzando cábalas de mal agüero al 13 del nuevo año. Entendámoslos, si fracasaron en su vaticinio del 21 de diciembre como fecha del juicio final, algo tienen que inventarse ahora con tal de seguir lucrando a costa de la ingenuidad e incertidumbre que despiertan en muchos los tiempos actuales. Yo como ni pelota les doy, pueden decirme que el telón cae mañana, que, como dijo Julio Iglesias, la vida sigue igual. Es más, si me lo advirtieron con antelación, hasta más jugo le sacaría al día de hoy pensando en que puede ser el último de mi corta existencia. ¡Bienvenidos sean Jesucristo Hombre, Minor Kayan, Cecilio y hasta el genio de Aladino!
Creo que eso es lo que muchos necesitamos actualmente para vivir. Que nos digan que el mundo se va a acabar a ver si acaso nos disponemos de una vez a aprovechar al máximo cada minuto que nos regala Dios sobre este valle de lágrima y de falsos profetas. Lo peor que podemos hacer es dejarnos agobiar por esos cánticos de sirena o de bruja que nos invitan a caer en el pesimismo y el desencanto a la espera incierta de un final que sabemos llegará pero ignoramos cuándo. Es un futuro imposible de descifrar por más de que nos lo maquillen de certidumbre. No podemos sentarnos a esperar que llegue la última página del libro de nuestra vida terrenal, si tan siquiera iniciar la lectura del prólogo, perdiéndonos así las emociones de la introducción, el desarrollo y el desenlace; es decir la mejor parte.
Yo, por ejemplo, sin tener bola de cristal ni el 666 tatuado en el brazo, puedo adivinar mucho de lo que se viene en el 2013: un año perdido para la administración Chinchilla provocado por el fragor de los fuegos electorales con miras a las elecciones del 2014, la continuación del triste capítulo de las marchas y manifestaciones de descontento popular, la creciente sensación generalizada de que vamos de mal en peor, intermitentemente interrumpida por los partidos de la Sele rumbo a al Mundial de Brasil, y –la más importante de todas – el campeonato número 30 para el Deportivo Saprissa.
Puede ser que me equivoque en algunas de ellas (ojalá no sea en la última) pero como no me dedico a eso y cada vez hay más adeptos a la clarividencia barata, no veo razón para quedarme por fuera de la nueva moda. Eso sí, a diferencia de mis miles de oportunistas colegas, les pido que no me hagan caso y que mejor escriban sus pronósticos de acuerdo a lo que su mente y corazón les dicte y no lo que personal ajeno a sus intereses y anhelos les quiera hacer pensar con pasmoso cinismo.
Nadie, excepto cada individuo, sabe cuáles son sus metas, deseos, objetivos y propósitos de año nuevo. Sean estudio, viajes, ejercicio, matrimonio o lo que sea, lo importante no es el propósito en sí sino la fuerza que nos empuja a luchar por ese ideal: las ganas de VIVIR el hoy, sin importar si llega el mañana. Solo el de arriba lo conoce con exactitud y tanta es su sabiduría que ni siquiera nos lo dice para no alarmarnos o alegrarnos, según sea el caso. Creo que el no saber cuándo nos llamarán a cuentas es lo que le pone emoción y sentido a este asunto. De lo contrario, qué chiste tendría, por ejemplo, escribir estas líneas a sabiendas que mañana no habrá quién me lea. Nada como la emoción que despierta la incertidumbre de un futuro impredecible. Viva el hoy y si el mundo se acaba en unas horas, en un mes o en un siglo, al menos podrá irse con la satisfacción de que vivió a plenitud y que su paso fugaz por la Tierra no fue en vano.