Así como en Costa Rica hay micro climas, también predominan los micro mundos en ciertos lugares, pequeños o grandes, caracterizados por una serie de rasgos tan particulares que no dejan de llamar la atención. Bares, discotecas, bibliotecas, centros comerciales y hasta supermercados cuentan con sus propios códigos y protocolos de conducta que los hacen únicos en su estilo y fácilmente identificables, dentro y fuera de nuestras fronteras.
Pero ante la proliferación de negocios que nos agolpa en esta época consumista, voy a elegir uno en especial, en cuya condición de cliente frecuente, ostento cierta autoridad para referirme al tema con algo de propiedad. No me malinterpreten. No hablo de los bares ni demás antros nocturnos; hay otros sitios que afortunadamente visito con mayor regularidad, bajo la consigna de que quien peca y reza empata. Hablo de los famosos y nunca bien ponderados gimnasios. En esta era moderna de bíceps marcados, piernas tonificadas y abdómenes planos, propios de la enraizada y globalizada tendencia de rendirle culto al cuerpo –lo cual no digo que sea malo- si hay algo que se ha reproducido como conejos son estos centros de acondicionamiento físico o, para darle más caché agringado, los spa, sport and fitness center (¡ay carajo!)
Ahora hay uno cada cien metros. Ya uno no sabe si ir a la pulpería de la esquina por un trozo de pan o irse a al gym de la esquina a eliminar los rollitos y de paso andarle de lejos a las harinas. Hasta en las direcciones a la tica se están convirtiendo en punto de referencia obligado. Ya no es del antiguo Higuerón, 100 varas al norte, o del Bar Aquí me quedo (no se quede, por favor) 200 al sur hasta topar con el palo de limón. Ahora, para imprimirle un toque más tuyú, decimos, no sin un dejo de acento extraño, del Gimnasio NB Fitness 2, dos cuadras para arriba o del Empire Fitness Center, otras tantas para abajo. Y lo peor de todo es que no están pagando la cuña comercial.
En mi caso particular, yo siempre he sido cliente frecuente de estos negocios, desde mucho antes que sufriéramos esa repentina explosión gimnástica. Tengo alrededor de diez años de estarlos frecuentando, obviamente no con disciplina y regularidad religiosas porque de ser así ya estaría participando en torneos mundiales de fisicoculturismo o actuando a la par de La Roca y Vin Diesel. Pero como lo mío es más por salud o por distracción que por convertirme en una especie de Hulk criollo desteñido, sigo visitándolos cada vez que mis obligaciones me lo permiten o, más bien cuando, los brazos flojos y los rollitos abdominales me lo recuerdan.
Por eso es que todo ese tiempo de mi vida invertido entre máquinas, mancuernas, poleas y barras me ha permitido conocer y experimentar el significado de ser parte, tres o cuatro veces por semana, de ese mundillo tan particular, y en ocasiones, risible que significa ser cliente frecuente de gimnasio. Ahí, para empezar, hay que ir preparado para ver de todo. Lo más diverso y excéntrico en la escala de personalidades y modas del (im)perfecto tico se dan cita en los gimnasios. Si usted, estimado lector, es chico o chica gym tómese un tiempo, ojalá el de descanso para que no lo regañe el instructor, y sabrá de lo que le estoy hablando. Ahí se congregan el galán que solo va a echarle el cuento a las chicas guapas, el vago o la vaga que solo va a hacer, lo que llamamos en el argot de gimnasio, press de lengua, es decir a hablar paja, el engañado que con una semana de entrenar pasa todo el rato viéndose en el espejo y jura que ya puede salir en Combate, la chica modelo que mantiene a todos en pecado mortal, la señora “terriblona” que anda en busca de carnita fresca… en fin, como en botica, para todos los gustos y preferencias. O hay otros, más serios y ubicados, como yo, que sólo vamos a entrenar, independientemente de que tengamos a la par a Jennifer Lopez en licra (¡Sí claro!).
No digo que lo anteriormente citado sea malo, al final, el gimnasio no es sólo para entrenar, sino también para desestresarse, socializar, refrescarse la vista, vacilar y por qué no conquistar. Es parte de lo que hace atractivo la rutina de entrenar, es un complemento que no nos puede faltar a nosotros los fiebres del ejercicio. De lo contrario imagínese que aburrido sería. Yo, por eso, no sólo me dedico a levantar pesas, algo que ya después de tantos años sinceramente me tiene un poco aburrido, sino que busco experiencias nuevas como las clases de baile en las que me he vuelto alumno frecuente no sé si por lo divertido y completo de esta modalidad de ejercicio o por la belleza de las chicas que me acompañan. Me inclino por una combinación de ambas, lo cual también es válido. En cuestión de ejercicio no importan tanto las motivaciones que uno tenga, como la convicción a adoptar un estilo de vida saludable.
Solo hoy hice el sacrificio de faltar a baile y, en lugar de trabajar las piernas o el abdomen, quedarme entrenando los dedos y la mente mientras escribo estas líneas sobre algo que me apasiona tanto que me impulsa no solo a practicarlo sino también a comentarlo e instarlo a usted a hacer lo mismo.