A pocas horas de las primeras elecciones presidenciales en tiempos pandémicos, lo único que tenemos claro es que habrá segunda ronda y ni siquiera la covid-19 podrá impedir su celebración, el próximo 3 de abril.

Todo lo demás, incluyendo, por supuesto, los actores de tan crucial balotaje y el porcentaje con el que avanzarán, lo desconocemos. Por más que las encuestas y los analistas pongan a unos u otros de favoritos, la verdad es que, como dijo Sócrates, solo sabemos que no sabemos nada.

Lo que se diga antes de las 6 p.m. del domingo 6 de febrero, no serán más que opiniones, pronósticos, o simples bateos de lo que podría llegar a suceder. La pelota está en estos momentos en el campo de los indecisos y no hay análisis ni bola de cristal que se aventure a anticipar un resultado, sin caer en el terreno de la mera especulación.

Es cerca de un 40% de la población empadronada, entre los que destacan mujeres y jóvenes, la que aún está consultando con amigos, vecinos, o bien, con la almohada en la soledad de estas silentes y frías noches preelectorales.

Básicamente, están decididos a votar, pero no saben por quién. No sería raro que muchos de ellos se decidan el propio domingo a primera hora o al momento de estar frente a la papeleta, esperando a que, en minuto y medio, un rayo de luz divina, cortesía de Santo Tomás Moro –patrono de los políticos- les ayude a tomar la decisión más sabia, conveniente o menos mala.

Lo que me preocupa un poco son los criterios de selección que utilicen para decantarse por alguno de los candidatos. A estas alturas, idealmente deberíamos estar, como en víspera de examen final, estudiando a profundidad los planes del gobierno o, al menos, en primera fila, escuchando con atención los últimos debates previos al Día D.

Pero como no hay tiempo ni ganas de leerse 25 planes ni todo mundo tiene la paciencia –ni el estómago- para aguantarse más de dos horas de dimes y diretes, ahí debe estar más de uno haciendo trampa y fijándose, no tanto en lo que propone, sino más bien en si es simpático, tiene bonita sonrisa, es “morado”, o hace Tiktos graciosos.

Entiendo que estemos hastiados de la política y que, con costos, alcemos a ver una valla de carretera, pero en nada contribuimos a la solución del problema, regodeándonos en nuestra apatía e indiferencia hacia un campo que, para bien o para mal, es crítico para el futuro del país ¡Con qué autoridad moral nos vamos a quejar después o exigir respuestas si no somos partícipes!

Es mucho lo que está en juego como para dejarnos llevar por factores de decisión tan nimios e irrelevantes. No basta con ser buena gente, dicharachero, ocurrente, atajar penales o ser una persona muy ordenada y de mí mismo género, como me dijo mi abuela para justificar su voto por una de las mujeres en contienda.

Si bien la empatía e identificación con el público son vitales, frente a la crítica situación que enfrentamos, se necesita más que un hombre o mujer “muy pura vida” para convencer, tanto a los electores indecisos, como a un país entero expectante del desempeño que muestre el elegido.

Esto no es Tica Linda ni un concurso de simpatía. Si fuera así… diay ahorrémonos todo el desgaste y recursos que implica una campaña y votemos todos por el Chunche Montero, Alfredito, Víctor Carvajal o el padre Sergio.

No estoy menospreciando el valor de las habilidades blandas y humanas en la carrera electoral –tampoco queremos a un arrogante muy preparado – sino que en la balanza deben primar otros criterios más determinantes como la formación, ética, trayectoria, experiencia y –por qué no- colmillo político.

Aunado, por supuesto, a la calidad y claridad de las ideas que proponen para resolver nuestros más acuciantes problemas. Si le da pereza, no dispone de unos 20 minutos diarios para ver noticias –eso sí, de fuentes serias y confiables- o sencillamente todo eso de la reactivación económica le suena a física nuclear, por lo menos elija uno o dos temas que le desvelen (retos tenemos como cantidad de candidatos deseosos de resolverlos).

¿La educación superior, la promoción del deporte, el apoyo a los artistas nacionales, la protección de los derechos de las mascotas, la pobreza en las zonas costeras…? En fin, escoja los que más le preocupen o atañen directamente y revisen qué proponen los aspirantes (al menos los del top 7, porque de lo contrario nos dan las votaciones del 2026)

Luego, compare, evalué y tome la que su consciencia le dicte es la mejor decisión. Parafraseando a Alejandro Lerner, en “A todo pulmón”, podrá ser buena o mala, pero suya, acorde a sus valores, creencias o ideología y no a simples ocurrencias, caprichos o “porque aquel me dijo”.

Es mi humilde consejo. Especialmente dirigido a los jóvenes, quienes, según las últimas encuestas, tienen –literalmente- el futuro del país en sus manos. Es una gran responsabilidad como para tomarla a la ligera o basarse en subjetividades que socaven lo esencial de una campaña electoral: las ideas y propuestas en los diferentes campos de la realidad nacional.

A hoy, afortunadamente, carecemos de un tema álgido que polarice al electorado y nos arrastre hacia una campaña monotemática que flaco favor le hace a nuestra democracia. Ya vimos lo que ocurrió hace cuatro años con lo del matrimonio igualitario. Defender los derechos de las minorías, aunque necesario y muy loable, no alcanza para dirigir con buen tino un país.

Esperemos que, de cara a una eventual segunda ronda, el panorama continué así de abierto y pluralista, enfocado en los temas medulares que nos atañen como nación, lejos de resoluciones o hechos controvertidos de última hora. Candidatos y electores estamos todos llamados a responder a la altura de las circunstancias y a los desafíos que nos aguardan para los próximos años.

El primer paso lo damos juntos este domingo. ¡Honremos esa cita trascendental a la que la patria nos convoca! Más que un deber y derecho, es un privilegio. ¡Votemos!