Emergencia nacional, estado de sitio, toque de queda, alerta roja… lo que sea, pero ya! No podemos seguir así, o, de lo contrario, vamos a parar en el Psiquiátrico o en una especie de guerra sin cuartel, todos contra todos. Como diría Camelia Llanta, de Pelando el Ojo, “Algo hay que hacer”. En este país ya no se puede manejar, nuestras carreteras están colapsadas, no cabe un carro más y la paciencia se nos está agotando al mismo paso acelerado que la limitada infraestructura vial donde debemos transitar.

La platina, el cierre de la Circunvalación, el hueco en Heredia, el cráter en Cartago… toda la colección de males que, cual siete plagas, nos cayeron recientemente de golpe no son más que un leve síntoma de la grave enfermedad que padecemos desde hace más de dos décadas. Estos se han convertido en detonantes, en la gota de ineficiencia que ha derramado un vaso desbordado de problemas que no se han resuelto por inoperancia, negligencia o porque simplemente a más de uno no le da la gana. Tiempo ha habido, voluntad para hacer es lo que nos ha faltado.

Aquí, en materia de carreteras, sobre todo en el caso metropolitano, parece que el tiempo de se detuvo. Salvo uno que otro puente y paso a desnivel, el panorama de hoy que manejo sigue siendo el mismo de cuando gateaba. La única diferencia es que ahora la cantidad de automóviles se ha quintuplicado y nuestras calles más bien vienen a menos, sin la ingeniería y la capacidad suficientes para albergar una flota masiva de primer mundo, en un país de infraestructura de cuarto mundo. ¿Y qué hemos hecho? Parches, parches y más parches. ¿Qué dirán los candidatos presidenciales? El que me da una solución realista, oportuna y a prueba de cortoplacismos, cuenta con mi voto.

Definitivamente, no podemos esperar más. Esto ha sido una bomba de tiempo que ya nos reventó en la cara y hasta el momento, salvo algunas medidas temporales urgentes (más parches) no veo por dónde alguien lo vaya a arreglar. Sin embargo, a estas alturas y consciente de que la solución no va venir por obra divina, aunque muchos parece que así lo quisieran, lo que más me preocupa no es tanto nuestro consabido rezago vial, sino más bien al daño colateral que está provocando en sus víctimas directas: los resignados conductores. Y me refiero a la pérdida de tolerancia y al aumento de la agresividad al volante. Si bien no son todos, hay una gran mayoría que, desde el agravamiento de la crisis, hace algunas semanas, padecen el efecto tribilín, convirtiéndose en verdaderas amenazas a la convivencia pacífica que debería prevalecer sobre los pilares del respeto, la convivencia y la tolerancia dentro y fuera del vehículo.

Como fiel y resignado testigo de lo que ocurre a diario en nuestras calles, al tener todos los días que viajar de San José a Belén, tengo conocimiento de causa y argumentos válidos para justificar mi posición. Si bien las muestras de matonismo vial no son algo nuevo, he notado cómo en los últimos días la genta anda “mirame y no me toqués y menos me pités”.  Esta parece ser la nueva consigna de los soldados (conductores) en el campo de batalla (carretera). Manejar en esta colapsada jungla de cemento se ha convertido en un atentado, no sólo mental, por las presas nuestras de cada día, sino que ahora también físico por la triste posibilidad de toparnos con un mal amansado que a falta de cortesía y paciencia nos echa el carro encima… y esto yéndonos bien. Porque en el peor de los escenarios, veamos lo que le pasó al chofer de un Ministro, muerto por un señor que le disparó tras protagonizar un choque insignificante. Si antes nos asombrábamos porque mataban por un celular, ahora agreguémosle una nueva modalidad: matar por chocar. ¡Sin palabras!

Y a esta lista hay que agregarle otros lamentables pasajes frecuentes como pleitos callejeros, pedradas en parabrisas, intercambio de gritos e improperios y otro poco de barbaridades que no vale la pena ni mencionar pero que alimentan ese historial de matonismo que hemos cosechado en menos de un mes, desde que el cierre de una sola autopista colapsara todas las demás, desatando lo que estamos padeciendo hoy, mañana y ¿siempre? Un capítulo negro digno de récord guiness en un país que puede ser el más feliz del mundo…toda vez sus habitantes tribilines no se suban a un vehículo.