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Algo anda mal en la sociedad actual de la información. Entre más modernos nos volvemos, más insoportables nos comportamos. Como que, conforme avanzan las tecnologías de comunicación y estamos más interconectados, vamos minando nuestras capacidades de relacionarnos civilizadamente con los demás.  De repente nos convertimos en seres delicados, susceptibles y hasta repugnantes que todo lo toman personal y se ofenden por cuanta cosa se diga en la red, aunque no nos importe ni nos hayan pedido opinión alguna.

Basta que alguien publique un tuit sarcástico, un comentario polémico  o simplemente comparta un chiste para que arda Troya. Como león al acecho de su presa, esperan el más mínimo desliz para atacar sin piedad.  Y hablando de felinos, uno de los de mas reciente ingreso a esta lista negra de víctimas, tan extensa como el arsenal de ofensas que provocan, es el aguerrido exjugador manudo, Juan Gabriel Guzmán, quien fue cesado del equipo a causa de una canallada de un tercero que hizo público un mensaje privado. Y el victimario, que es el que debería ser castigado, campea a sus anchas…

La conclusión es simple: Hoy ya no se puede decir nada en redes sociales ni en aplicaciones como Whatsap, sea en calidad de broma o de verdad irrefutable, que no faltará más de un iluminado que, amparado en el anonimato e impunidad que otorga la red, lo tomará como un agravio personal inconcebible o una oportunidad de lucro a costa del mal ajeno.  No tengo mucha claridad sobre sus motivaciones reales.

Digamos entonces que, con el único afán de joder, el “troll” se une a otros de su misma calaña, para empezar a destilar veneno a borbollones en contra del pobre mortal que cometió el pecado mortal de opinar. Se vuelve blanco de cruentos ataques, dentro y fuera de la red, quizá por cinco palabritas pronunciadas más para divertir, ironizar o hacer gracia, que para ofender. Pero como en el Internet parece haber poco sentido del humor ni derecho a equivocarse –mucho menos a ser redimido- prefieren, antes que reírse, tomarlo por el lado amable o ignorar, vapulear virtualmente al autor del supuesto desaguisado.

Está bien que no estemos de acuerdo pero sepamos proceder de la manera correcta. Hasta las redes sociales tiene su código de ética. Sin embargo, muchos que no saben comportarse en la vida real, menos en el ciberespacio, deciden, sin mayor oficio ni beneficio, emprender una campaña viral de desprestigio público contra el primero que se le atraviese en su camino (o en el muro). Como diría mi abuela, no seamos tan melindres, ni hilemos tan fino alrededor de todo lo que circula. Internet no da para tanto.

La pregunta crucial es: ¿En qué momento nos volvimos tan susceptibles? Como que la manía de estar todo el día pegado al Smartphone o la tablet, ha venido en detrimento de nuestras habilidades de interacción social, en un marco de respeto y tolerancia. Ahora, antes de conversar o discutir como Dios manda, optamos por la salida fácil del ciberbullying; esto es, la basureada, la denigración y el pisoteo sin contemplaciones de la dignidad humana. Lo que sea, con tal de ver sangre correr. ¡Vaya perfección nos manejamos!

Hoy, nadie puede declararse a salvo. Los inescrupulosos de la red no desfallecen en su búsqueda de nuevas víctimas. No respetan estrato, puesto, investidura o profesión. El efecto democratizador de las comunicaciones digitales surte el mismo efecto a la hora de elegir a la víctima de turno: ataca a todos por igual. Cualquiera puede pasar a estar en el ojo del huracán. Hay quienes se han quedado sin trabajo o visto refugiados en la casa por un momento de imprudencia electrónica. A cómo vamos, creo que será mejor hacer las de Jesús Adrián Romero que, por bienestar emocional, decidió retirarse por tiempo indefinido de las redes sociales.

Aún y con sus grandes ventajas, tienen también un lado muy oscuro que muchos saben explotar al máximo, sin remordimientos, ni reglas éticas ni legales que los detengan. Así las cosas, yo mejor he optado por ser un usuario de bajo perfil y no exponerme a ser la comidilla del mundo entero. Prefiero parecer tonto callado que ser objeto del más vil escarnio que dedos humanos puedan teclear. En estos tiempos de intercomunicación digital, las nuevas tecnologías, confabuladas con la “mala leche” de sus usuarios, pueden desgraciarnos la vida en menos de lo que se publica un tuit. Muy a nuestro pesar, las redes sociales –paradójicamente- se nos ha llenado de antisociales.