Eso de que los hombres son de Marte y las mujeres de Venus me comienza a despertar ciertas dudas. No es por llevarle la contraria a Chayanne quien en uno de sus recientes éxitos pregona la llegada de los humanos a Marte, entre los cuales, es probable, que vaya colada más de una mujer, lo que indefectiblemente estaría echando por la borda la teoría planteada por John Gray en su popular libro de Auto ayuda.
Además a como está la cosa ahorita de “openminded” no creo que haya un planeta exclusivo para uno u otro género sino más bien una y diversa mezcla interplanetaria donde marcianos y venusianos conviven en perfecta armonía sin importar que unos sean más de Venus o de Marte o viceversa. Ah no si esto de la libertad sexual no conoce de fronteras geográficas, espaciales o siderales. No sería nada raro ver muy pronto un cuerpo celeste que ya dejó de serlo para volverse multicolor en un claro guiño astronómico a la defensa de tan digna causa.
Pero bueno, la discusión de tan álgido tema quedará para otra ocasión. Retomando mi punto de partida sobre las diferencias entre varones y mujeres, no creo que haya un planeta de diferencia entre el género masculino y femenino, sino más bien una galaxia entera o un completo Sistema Solar con kilométricos años luz de distancia entre sí. ¿Por qué lo digo? Me abstendré de dar razones y me limitaré únicamente a relatarles una anécdota reciente, para que mujeres y hombres por igual saquen sus propias conclusiones, a sabiendas que las primeras se reirán, o en el mejor de los casos, se compadecerán, y los segundos estoy seguro que se identificarán.
Resulta que me voy muy campante y jugando de conocedor, con la seguridad propia de un macho que se respeta, a comprar un regalo para la bebé de una amiga a una reconocida tienda en San Antonio de Belén, donde uno encuentra de todo en un solo lugar y a buen precio. Como no están patrocinando mi comentario, no lo menciono, aunque muchos vecinos de la zona sabrán el negocio al que me refiero. La cosa es que una vez en el sitio, y tras pedir la orientación respectiva de la dependiente –primera mala señal- me voy al pasillo de niñas de 0 a 3 semanas, preguntándome si el rango de edad no era más bien de 1 a 3 meses –segunda mala señal.
Luego de que se me fuera toda la hora de almuerzo viendo vestidos, mamelucos, baberos, jugueticos, peluchitos y afines, por fin me decidí, no sin antes ser atendido por una segunda muchacha puesto que la primera, cansada de esperar, mejor se fue a almorzar, no sin antes dejar un relevo a cargo que continuara y culminara con éxito la difícil tarea de orientar a ese pobre hombre extraviado en el menudo reto de encontrar el regalo apropiado y no morir en el intento.
Agotadas unas cuantas neuronas en tan difícil elección, me voy feliz a pagarlo, satisfecho de que ya lo peor había pasado. ¡Equivocado! Aún faltaba elegir la bolsita de regalo y la tarjetita para la niña. Casi grito: “¡Pero es una bebé, no sabe de diseños y colores ni tampoco lee!” Antes de quedar más tonto de lo que ya aparentaba, mejor me contuve y fue a cumplir la última etapa de mi misión imposible. “Vaya y escoge el que le guste”, me dice la señora de empaque.
Obediente que soy, me voy a revisar la colorida muestra de bolsitas colocadas en el mueble exhibidor, y cuando finalmente me decido por una, muy bonita, estilo futbolera pero sin perder el toque femenino de rigor, se la llevo a la señora, quien la observa con gesto de desaprobación y, con tono lastimero, dirigiéndose a una de sus compañeras, exclama: “¡Ay no! Vaya y le ayuda a escoger una”. No puedo quedar mal de nuevo, pensé de inmediato y recurriendo a la inventiva espontánea, le respondo: “Ah es que la mamá es futbolista y quería sorprenderla con un empaque diferente”.
Qué futbolista ni qué ocho cuartos. Ni siquiera le gusta. Empero, mi alicaído orgullo masculino justificaba la mentirita blanca con tal de no salir tan mal parado. Al final, obviamente con la ayuda de la vendedora, opté por la salida fácil de adquirir el empaque cliché típico de mujer, rosadito y con maripositas. Y sí, tenía razón la señora, a la mamá le encantó – el regalo y el empaque- y espero que a la bebé también. Al menos no lloró al verlo y eso ya es mucho decir para un novato en estas lides.
Lo importante es que, a pesar de tantas vicisitudes, pude sacar adelante a la tarea, no sin antes comprobar en carne propia, que en Marte deberían poner más tiendas de regalos y en Venus un poco más de consideración hacia nosotros.