celular-dependencia

¡Qué tristeza! Tanto que he criticado la extrema dependencia tecnológica sin darme cuenta que yo también me he dejado arrastrar por ella. Según yo, era tan independiente que no tenía problema en dejar mi celular olvidado en la casa o apagarlo por un fin de semana. Pero cuando me vi regresando a la casa a traerlo o encenderlo a la media hora de iniciada mi promesa de desconexión total me di cuenta que algo andaba mal. Terminé de convencerme un fin de semana de estos que me vi obligado a una incomunicación forzosa producto de una falla técnica en mi teléfono que me dejó aislado del “mundo” durante dos largos días.

Debo confesar que, al principio –optimista que es uno- no pensé que fuera tan grave. Ahora le pago, le doy unos minutos descanso, lo reinicio y listo… cómo si nada hubiera pasado. ¡Qué va! La tecnología puede ser muy caprichosa y fallarnos cuándo más lo necesitamos. Resignado a que mi absurda solución casera, no iba a dar los réditos esperados, acudí a los que realmente saben. “Es un problema de software, se lo tengo listo mañana si es que tiene arreglo”, me dijo el técnico, así de sopetón, sin la más mínima consideración a la angustia que me embargaba al imaginarme, como la canción de Jon Secada, otro día más sin verte.

Lo primero que hice ante la trágica noticia fue buscar un aparato suplente, de los típicos salvatandas, no muy modernos, sencillos, apenas para recibir o hacer llamadas, intercambiar mensajes y pare de contar. Apenas para lo básico, mantenerse levemente comunicado con el mundo exterior y al menos notificar a los contactos más cercanos de tan traumático chasco telefónico. Como si a medio mundo, en plena Copa Mundial, le importara que uno esté sin celular. ¡Ni que fuera Pep Blatter, al que se le jodió el teléfono!  Es curioso, pero en ese momento uno piensa que hasta el principal enemigo lo anda buscando, cuando en realidad, con o sin celular, se puede pasar igual de inadvertido. Lo que pasa es que la mente es tan inquieta que no tarda en sobredimensionar simples acontecimientos.

Volviendo a mi infortunio, que uno piensa está reservado para los demás mortales y jamás para uno, caí en la cuenta de que iba a tener que pasar varias horas sin Facebook, Viber, Whastapp, Twitter, Skype, y demás cosas que facilitan la vida en este complicado mundo actual de las comunicaciones. ¿Y ahora qué hago, cómo me comunico? Y si ocurre alguna emergencia, y si surge alguna bomba noticiosa y yo, detrás del palo. Como periodista, no puedo darme ese lujo.  ¿Y si los amigos me llaman para salir, y si alguna bella chica se reporta? Al final, nada de eso ocurrió, al menos que me haya enterado. Pero mentira que en una situación así, no se piensa en la hecatombe de daños colaterales. Se piensa en todo, menos en el teléfono fijo de la casa que lo puede sacar del apuro. Y con justa razón, porque actualmente los teléfonos son para cualquier cosa menos para llamar, que ya pasó a un plano secundario.

Una vez superado el mal trance de sentirse casi desnudo por estar sin el bendito aparatejo, ya uno comienza a darse cuenta que no es del todo malo estar incomunicado por unos días. Su lado positivo tiene no estar  pegado a la pantalla como mosca en parabrisas ni estar oyendo campanitas o soniditos un minuto sí y otro también. Hasta permite relajarse y descansar la mente del exceso de información al que nos somete el teléfono, con facilidades para conocer en tiempo real lo que está sucediendo en Burkina Faso o el grado de condensación de los anillos de Saturno. De repente se ve uno con tiempo para cosas más humanas y verdaderamente importantes, como una conversación cara a cara con un amigo, la lectura de un buen libro, ver una película o, como yo, escribir un artículo.

Así les podría citar muchas cosas más productivas y sanas en las que invertir su tiempo, pero el celular –ya reparado– me está sonando. ¡Qué tristeza, otra vez a lo mismo! Como que empiezo a sospechar que los teléfonos son cada vez más inteligentes y nosotros, cada vez más tontos por dejarnos agobiar por un aparato que no debería ser tan imprescindible. ¿No les parece?