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La ira nunca es buena consejera, ni en la vida, ni mucho menos a la hora de escribir. Cuando uno esgrime argumentos, en momentos que el enojo nubla la razón, se corre el riesgo de anteponer el hígado a la mente y acometer una imprudencia que culmine en un desaguisado o en una gruesa demanda por injurias.

Y como no tengo tiempo para un juicio ni abogado que me defienda de gratis, trataré de ser comedido en mis apreciaciones, haciendo la salvedad de que si fallo en el intento, usted, estimado lector, como humano que es, intolerante a las injusticias, dentro o fuera de un terreno de juego, sabrá comprender mi frustración y la compartirá en igual o mayor medida, dependiendo de su grado de patriotismo.

A casi dos semanas de la Gran Estafa (Costa Rica-Mexico) y un poco menos del estreno de la Nueva Gran Estafa (Panamá-México), versión CONCACA-F, no encuentro la forma de sentar cabeza, enfriar mis emociones, y hacer que prevalezca el raciocinio y la sensatez sobre el coraje, la impotencia, la tristeza, la decepción….  Nunca me había sentido así frente a un partido de fútbol y eso que he visto miles en mi vida que me han llevado del éxtasis a la desazón en menos de lo que  le regalan un penal a México.

Lo que vimos en los partidos de la bien llamada Copa Robo 2015 no vale la pena ni comentarlo. No me atrevo a calificarlo porque me llevaría toda la noche y tomos enteros de artículos con una lista interminable de los adjetivos peyorativos e insultantes jamás antes compilados.  Y la verdad, es que como dijo el Bolillo Gómez, no tengo ganas de hablar ni de escribir sobre esto, mucho menos de sentarme a hacer la biografía de las páginas más negras en la historia del fútbol regional.

Lo que hicieron no tiene nombre. Cualquier calificativo, por más soez que sea, se le queda corto. Las cinco familias más poderosas de Nueva York son simples aprendices de criminal comparados con ciertos personajes que pululan en los altos puestos federativos del balompie mundial. ¿Pero qué se puede esperar después de la hecatombe de FIFA? Si los grandes jefes de una organización se encuentran viciados y obnubilados por el poder, lo más probable es que la podredumbre haya alcanzado a su séquito de esbirros.

Pero bueno, ya  todo está dicho, el daño está hecho y continuar mancillando sobre los mismos justificados epítetos lanzados a diestra y siniestra en toda Centroamérica y más allá no es más que darle publicidad gratis a un torneo y una organización que no merecen más titulares ni artículos, salvo que sea para anunciar la destitución inmediata de la totalidad de sus miembros o para incorporarlos a la lista de los más buscados por el FBI, junto a los capo di tutti capi de la FIFA, quienes harían sonrojar al mismo Vito Corleone.

Con la billetera inflada y la moral diezmada, se mueven a sus anchas  los pillos de cuello blanco que, en lugar de armas, usan silbatos y dólares para, desde sus trincheras de podredumbre, en Zurich o Miami, mover los hilos de poder a conveniencia, manchando y denigrando el deporte más bello del mundo, como diría un narrador de ESPN.

Para nosotros, los más fiebres, el amor hecho balón, el que nos acompaña desde antes de aprender a caminar, el que motivó largas jornadas de diversión bajo el sol o la lluvia, junto a familiares y amigos, el que nos puso a soñar en Italia 90 y nos hizo felices en Brasil.  En resumen, se metieron con lo más sagrado que tenemos y eso es casi un sacrilegio, un acto blasfemo que no tiene perdón. Usted sabrá quienes son, yo, por mi parte, no mancharé mi comentario publicando sus nombres. En su conciencia quedará lo que hicieron y algún día le darán cuentas a Dios –y no me refiero a Maradona-  sobre el perjuicio causado a costillas de la pasión de millones de habitantes del Planeta Fútbol.

Tal vez exagero, pero si algunos de mis lectores, comparten mi pasión desenfrenada por el fútbol, sabrá de lo que les hablo. Yo, luego de ver los robos descaradas contra mi Selección y la de Panamá, me sentí dos grados bajo cucaracha. Totalmente impotente. Una mezcla de sentimientos difíciles de describir y de digerir que me obligaron a simplemente apagar el televisor y alejarme del fútbol por unas cuantas horas –ni a mejenguear fui esa semana, mientras lograba asimilar el golpe letal infligido a mi dignidad y orgullo de deportista.

Desde los más altos dirigentes honrados (¿los hay?) hasta los fiebres de barrio estamos de luto. Sin embargo, no podemos dejar que la corrupción nos arrebate lo que tanto amamos. El fútbol es demasiado noble y hermoso como para dejarlo en manos de los mercenarios que no ven más allá de sus mezquinos intereses  y de sus cochinadas… ¡Aún hay tiempo de poner a rodar la pelota sobre terrenos más decorosos y limpios! El partido debe continuar…