Yo no me trago ese cuento de que los medios de comunicación están en riesgo de desaparecer. Por más que haya cerrado Al Día, ADN Radio, La Prensa Libre (versión impresa) y más recientemente Canal 9, me cuesta creer que en la era de las tecnologías de la información y comunicación sean precisamente estas dos cosas las que vengan de capa caída.
A mi humilde criterio profesional lo que está sucediendo no es una muerte por causas naturales irreversibles sino por una falta de ágil adaptación a las nuevas tendencias que impone la cultura digital. Algo así como la teoría de la evolución de Darwin adaptada a la prensa en tiempos modernos. Me resulta inconcebible que hoy, con el sinfín de posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías, con sus redes sociales, blogs, multimedia, aplicaciones y demás yerbas electrónicas, nos encontremos con medios y profesionales que quisieren seguir viviendo a la antigua, como si los tiempos y preferencias de las audiencias no se transformaran vertiginosamente.
En el periodismo, como en la vida, hay que entender los cambios y amoldarse a ellos. No podemos cegarnos ante lo obvio que, al parecer, para algunos no lo es tanto. Un medio de comunicación que a estas alturas coloque todos los huevos en una canasta, procurando vivir a la mano de Dios y de los anunciantes que ya no quieren invertir sus recursos publicitarios en tele y prensa escrita, tiene sus días contados. Por esa dirección iba el argumento esgrimido por la Gerencia de Canal 9 para explicar las razones por las que optaron por el cese de contrato de más de 120 empleados, incluyendo los del noticiero.
Hoy los medios están optando por cobrar suscripción o registro para el acceso a sus noticias digitales, lo cual, aunque criticado por muchos, es una opción lógica ante la creciente irrupción de los teléfonos inteligentes que están en manos de todos y sirven para todo, hasta para informarse de lo que sucede en Costa Rica y el mundo. Sin embargo, esta alternativa no es del todo rentable porque ante la obligatoriedad de pago, hay más de uno que va a preferir informarse a través de otros medios que aún no cobran –recordemos que no es una práctica generalizada- o simplemente meterse a Facebook, donde abundan un montón de periodistas empíricos hablando de noticias y algo más.
En esta era digital, no se necesita un título en comunicación, para ser reportero. Cualquiera con acceso a Twitter y cámara celular puede soltar en redes sociales la primicia del año y a la prensa tradicional no le quedará más que –como decimos en el argot periodístico-, ir atrás, chupando rueda. De ahí que muchos medios utilizan a la gente de a pie, pero con facilidades y conocimientos tecnológicos, como parte de sus fuentes primarias o de su red de corresponsales dentro y fuera de nuestras fronteras. Más fácil, no hay que pagarles y nos mantienen al tanto de los acontecimientos a un solo click de distancia.
Ahora bien, esto puede ayudarles a sobrevivir desde el punto de vista editorial, con informaciones relevantes y actualizadas, pero lamentablemente de la calidad no se puede vivir. He ahí el gran reto de los medios en pleno siglo XXI. ¿Cómo crear estructuras de funcionamiento rentables que les permita sortear los vaivenes de la era digital? Ya vimos que de los anunciantes no se puede vivir y de las suscripciones digitales, un poco más pero no lo suficiente. Esa era la pregunta que se hacía don Eduardo Ulibarri, en un reciente conversatorio del Colegio de Periodistas al que pude asistir y si él aún no lo tiene claro, mucho menos yo. Sin duda, una asignatura pendiente para todos en el gremio.
Intrigado por el tema y en aras de contribuir a tan apasionante discusión, me sumergí en un ensayo del renombrado periodista estadounidense Jeff Jarvis quien nos brinda algunas pistas interesantes sobre el futuro posible de la comunicación. “Creo que el periodismo debería reformularse, no como un medio de comunicación de masas o un productor de contenidos, sino como un servicio basado en relaciones de compromiso y colaboración con individuos y comunidades en beneficio público. Los periodistas deberían escuchar primero, y ayudar a las personas a las que sirven a cubrir sus propias necesidades y cumplir sus objetivos.” En lugar de resignarse a un cierre inevitable, los medios deben reinventarse y aprovechar las nuevas herramientas para sacar su máximo potencial, recurriendo a formas novedosas de hacer las cosas.
En el City University of New York (CUNY), Jarvis imparte una maestría en periodismo emprendedor, cuya objetivo es enseñar “una habilidad fundamental: la capacidad para escuchar y cambiar”. Ya aquello de escuchar a un locutor leyendo noticias al medio día o ver un presentador frente a un telepronter está bastante pasado de moda. Pensemos fuera de la caja… receptora o transmisora, no importa, pero siempre afuera, inclinándolos por lo que sea atractivo, rentable y sobre todo RELEVANTE, quizás el mayor criterio de interés público que puede existir en estos momentos.
Tal vez ya va siendo hora de que los medios de comunicación incursionen en áreas diversas del quehacer comunicacional o en otros campos ajenos, por qué no. Como leí hace unos días en el periódico –sí, soy de los que aún leen los diarios-, hay una empresa mexicana que está incursionando en el país en el mercado de comidas rápidas y desde ya piensa, por aquello de que no peguen, en tener un plan B con el negocio de la venta de energía amigable con el ambiente.
El principio básico de no tener todos los huevos –o las noticias- en la misma canasta. Un dicho muy viejo pero que no por eso pierde vigencia. ¿Lo podemos replicar en los medios de comunicación antes de que sea demasiado tarde?