Un día más de campaña y les juro que me imponía un autoexilio forzoso en las sabanas africanas. Sin celular ni redes sociales. Lejos del veneno y odio que discurrió a borbollones en un país convertido en caldera del diablo. Creo que era más fácil encontrarme allá con la descendencia del Rey León, que con la cordura y la sensatez que perdimos aquí desde el inicio del segundo tiempo de la campaña electoral.
Por lo tanto, más que la victoria de Carlos Alvarado, el domingo 1 de abril, lo que más celebro es que por fin se acabara esta agotadora y desgastante campaña política. No me interesa hablar de lo que pasó. La verdad, no tengo ánimos y ya mucho se ha dicho hasta la saciedad sobre lo feo y lo malo de este periodo electoral que, por dicha, tuvo un final feliz.
Y lo digo, no tanto porque haya ganado el candidato por el que voté, sino porque la mayoría honramos nuestro compromiso con la democracia y no nos importó sacrificar unas horas de sol y descanso para ir, como ciudadanos responsables, a ejercer en paz nuestro sagrado derecho al voto.
No sólo logramos vencer el tradicional abstencionismo de las segundas rondas, sino que lo hicimos en una época –Semana Santa- que quizás vaticinaba, más bien, un aumento en el indicador. Toda una muestra de madurez y fervor cívico. Bien por ello. Una manera digna de cerrar una campaña indigna.
Lo que se viene
Hoy más que nunca quisiera que se cumpliera aquel trillado refrán que dice que después de la tempestad viene la calma. Las primeras declaraciones del ganador fueron promisorias en esa dirección, al igual que las del candidato derrotado. Ambos hicieron un sensato llamado a dejar las divisiones pasadas y enfocarnos en los derroteros venideros.
Y yo, obediente que soy, haré lo mismo en este artículo y me enfocaré en algunos de los principales retos inmediatos que se avecinan para la próxima administración, a partir del 8 de mayo. Lo primero, afortunadamente, parece que está muy claro, tanto de parte de los candidatos como de sus respectivos equipos. No solo el Gobierno debe ser de unidad nacional sino la sociedad entera.
Al final, se impuso la cordura y demostramos –salvo algunas deshonrosas excepciones-nuestra madurez y confianza en el sistema democrático. Pero, en el proceso, pagamos una cara factura. Quedamos hechos un país altamente dividido, polarizado, con heridas abiertas supurantes. Enfrascados en una cruel dicotomía de buenos contra malos, señal inequívoca del resentimiento y el aciago legado de una campaña de pasiones desbordadas.
Aunque muchos quisiéramos olvidar lo que pasó, no es posible dar la espalda al trasfondo de estas elecciones. El llamado de atención vehemente de un grueso sector de la población que no votó por el PAC. Hubo más de 800 mil personas que se inclinaron por Fabricio Alvarado. Ya sea en su condición de fieles seguidores de Restauración Nacional o en señal de protesta contra el Gobierno actual, lo cierto es que hubo mucha gente, sobre todo en las provincias costeras –Limón y Puntarenas- que resienten más de dos décadas de rezago y abandono, primero por parte del PLN y el PUSC, y ahora también del PAC.
Sin duda, una realidad que el presidente electo no puede obviar. En sus primeros días de gobierno, con el fin de ganarse la credibilidad, simpatía y confianza necesarias para esa unidad nacional que tanto pregona, debe acercarse a esos sectores políticamente apáticos y hastiados que vieron en Fabricio la posibilidad del verdadero cambio que no les llegó hace cuatro años con Luis Guillermo Solís.
Siendo del mismo partido que los decepcionó, Carlos debe asumir un compromiso público, pero comedido, con ellos. Él, como buen periodista, puede hablarles muy bonito y prometerles el cielo, la luna y el mar. Sin embargo, sabe que cumplir todo lo incluido en su plan de gobierno no es fácil ni responsabilidad personal exclusiva. Depende de otros actores ajenos al Ejecutivo, iniciando con una Asamblea Legislativa que quedó como el país: totalmente fragmentada.
Ajedrez político
Consciente de lo anterior, desde ya busca acuerdos que le garanticen un adecuado margen de maniobra política. Anuncia su intención de conformar un Gobierno multipartidista y los primeros obstáculos no tardan en aparecer. El PLN desiste de la oferta y limita su apoyo al ámbito legislativo, siempre y cuando gire en torno a su agenda temática de prioridades. ¿Será la misma que la del PAC?
El partido de Rodolfo Piza, aliado clave en la victoria de Alvarado, guarda las distancias del caso. No habrá sumisiones ni cheques en blanco a favor de los intereses oficialistas. El futuro jefe de fracción del PUSC advierte que si quieren avanzar deberán negociar por igual con todas las agrupaciones políticas.
Algo nada nuevo en una Asamblea que, a juzgar por el legado de las últimas legislaturas, sigue sin encontrar la fórmula indicada para traducir el diálogo en resultados concretos, empezando por los eternos temas pendientes, la reforma fiscal y el reglamento legislativo (sin esto último, anticipo cuatro años más desperdiciados).
Menuda tarea se le viene encima al mandatario electo, o en su defecto, a quien nombre de Ministro de la Presidencia –enlace directo e interlocutor del Ejecutivo con el Congreso. En la capacidad de lanzar mensajes tranquilizadores a los grupos sociales que lo adversaron en campaña y en su habilidad de diálogo y generar acuerdos con figuras claves para la gobernabilidad, como los nuevos inquilinos de Cuesta de Moras, dependerá, en gran medida, el éxito del nuevo Gobierno y de un país que, aunque dividido, permanece expectante y optimista de cara a los próximos cuatro años.