Así yo no quiero que Costa Rica vaya al próximo Mundial. Al menos no si seguimos con esa bendita maña de cerrar nuestras participaciones por la puerta trasera, llegando casi a la del sótano.
Y no me refiero a la parte deportiva, sino a algo más importante que nos afecta y se mantiene, sin importar que le ganemos a Italia, perdamos contra Islas Fiyi o empatemos con los Veteranos de Sagrada Familia.
Hablo de algo más trascendente que no solo sale a relucir en el terreno de juego, sino también en nuestra vida cotidiana: nunca se nos queda bien.
En el 2014, aunque había motivos de sobra para celebrar y reír luego de la gesta heroica en Brasil, el desenlace fue para el olvido, con la tragicomedia: “Pinto durmiendo con el enemigo”, cuyos entretelones ya todos conocemos y que me niego a repetir.
Cuatro años más tarde, en la cancha ocurrió exactamente lo contrario, pero fuera de ella la conclusión fue, aunque menos novelesca, sí muy desagradable, con un técnico saliendo literalmente por la puerta de atrás del aeropuerto para evitar ser víctima de improperios, algo que no pudo esquivar su consentido, Johan Venegas, quien tuvo que defenderse, con su hijo en brazos.
Como las vacas
Más allá de los errores del exdirector técnico y de sus jugadores –que los hubo y por montón- no me deja de llamar la atención cómo en las buenas y en las malas, los ticos perdemos el señorío y la educación. Comparando lo sucedido en los dos últimos Mundiales, como que no somos muy partidarios de los finales felices. Nuestra filosofía pareciera ser: si perdemos estamos mal y si ganamos, también. O para decirlo en tico, hacemos la de las vacas…
Tras el brillante papel en Brasil, salieron muchos haters de Pinto dándole la razón a los jugadores sobre la supuesta actitud arbitraria y prepotente del señor. Disciplina le llamaría yo, pero ahorita no nos vamos a poner con eufemismos. Y eso a pesar de que acaba de ser el artífice de nuestra página futbolística más dorada. Así o más mal agradecidos.
Y ahora que los complacen con un entrenador dicharachero, campechano, de hablar bajito y muy pura vida, le recetan amenazas y ofensas porque no pudo igualar lo de su “arrogante” colega, a pesar de que congenió muy bien con el camerino y hasta los dejó hacer actividades sociales en media concentración. Entonces salen los jugadores a defenderlo, el aficionado a crucificarlo y los directivos a destituirlo. Resultado: el “Machillo”, enjuto y cabizbajo, se va para la casa, por la misma puerta por la que salió su antecesor.
Misión imposible
Insisto, qué difícil quedarnos bien. Si no son los futbolistas que están contentos, es la prensa la que reniega o los aficionados los que vociferan contra el entrenador, el utilero y hasta el chofer del autobús. En un país de casi cinco millones de técnicos, contratar a uno que logre comulgar con la perfecta idea de juego de todos los demás, es misión imposible… aunque ponga siempre a Campbell y a Colindres en el once titular.
¿Será que nos traemos a Capello, a Bilardo o a Menotti? Creo que ni así estaríamos contentos. Lo que nos falta no es tanto técnico ni jugadores sino un poco más de sensatez de todas las partes involucradas, aficionados incluidos, para aceptar que, en el fútbol, como en la vida, todos nos equivocamos y que no siempre estamos con los astros y dioses a nuestro favor. Que lo digan Alemania y España, ambos campeones mundiales eliminados sin pena ni gloria.
Mucho por aprender
Como dijo un amigo, ya algunos vimos a la Sele brillar en 1990 y en 2014. No seamos tan buchones e ilusos de esperar que en todos los torneos quedemos entre los primeros ochos. ¿Conformismo, mediocridad? No, simplemente tenemos que ubicarnos en el contexto élite de un Mundial. Hay mucho que aprender y emular de las naciones en competencia, tanto en el ámbito futbolístico, mental, económico, federativo y hasta cultural. Que lo diga Japón, el campeón del juego limpio en la cancha y en las gradas.
Demostremos que, en las buenas y las malas, somos un pueblo civilizado y educado que no se deja obnubilar por los triunfos ni pierde la humildad para seguir creciendo cuando tropieza.
Aprendemos a manejarnos bien en el triunfo y mejor en la derrota. Tal vez entonces nos merezcamos otro Mundial como el de Brasil… eso sí, con un verdadero final feliz. ¿Será que la tercera es la vencida? Lo averiguaremos en Catar.