Este año pude comprobar que el mentado San Valentín se ha convertido en una breve extensión de la Navidad, solo que en febrero y sin aguinaldo. Si ya de por sí la fecha es tradicionalmente complicada por más de un enamorado despistado que deja para última hora la compra del regalo, el asunto se torna bastante caótico si, como en esta ocasión, cae viernes de pago, en medio de una ciudad plagada de arreglos –no solamente florales – y calles cerradas o reguladas en cuanta esquina usted circule (Las Garantías Sociales, la intersección de Guadalupe, el puente de Santa Ana, La Circunvalación Norte).
Y, la verdad, no me quejo si ese es el precio que hay que pagar para tener, después de tantos años, un país desarrollado desde el punto de vista de infraestructura vial. Mi observación va dirigida a que los costarricenses no aprendemos e inconscientes de la jungla asfáltica en la que estamos inmersos, nos tiramos a la calle como si el mundo se fuera a acabar, sin importar si ya no cabe un carro más o si tengo restricción (pareciera que muchos prefieren comerse la bronca de una multa que el enojo de la pareja por el regalo que le llegó casi el 15 de febrero).
En un trayecto corto que no debió ocasionarme mayor retraso –entre Tibás y Rohrmoser- tardé casi el doble de lo normal. Pero lo peor no fue tanto eso, si no poder retirarse del parqueo de la primera etapa de Plaza Mayor. Por alguna absurda razón, a alguien se le ocurrió que la salida era en un solo sentido y entonces ahí íbamos todos en filita india, a paso de tortuga y con paciencia franciscana, tratando de evacuar por una angosta calle, cuando la vía contraria, mucho más amplia -dicho sea de paso- estaba reservada exclusivamente para la entrada de vehículos. “No se puede, no hay vía”, le advertía el oficial a todo aquel vivillo que quisiera robarle la vuelta a costa de una venial imprudencia. “Pero si no hay carros entrando…” Eeeeen fin.
Cuando finalmente pude salir de aquel embrollo, recordé que había quedado de ir a almorzar al restaurante de un amigo, en Guadalupe. Resignado a que lo peor estaba aún por venir, me enrumbé hacia mi destino y, de camino, pude notar el montón de locos –y no de amor- que transitan (¿o debería decir transitamos?) en carretera. Pitazos, madrazos, giros indebidos, descortesía y toda clase de actos incompatibles con la fecha en cuestión. Y yo que, ingenuamente, pensaba que Cupido les había ablandado el corazón de un flechazo. Dos ambulancias tratando de abrirse camino a punta de pito y sirena a todo volumen me sacan de cuajo de mis cándidas reflexiones.
Escasa creatividad
Asentado de nuevo en la realidad, logro percibir algunos atisbos de ese extraño comportamiento del tico en estas fechas especiales. Aparte de lo ya mencionado sobre las compras de última hora –un clásico per sécula seculórum-, me llama la atención lo poco originales que podemos resultar para dar regalos. En ese viaje de escasos kilómetros pude ver a muchos y muchas con el típico ramo de rosas, la caja de chocolates surtidos tratando de sobrevivir al sofocante calor de una tarde de verano y hasta varios peluches gigantes que, para trasladarlos se ocupaba silla de bebé en el carro o pagar el pasaje del autobús. “Solo en un rato he visto pasar como cinco osos de esos”, me comentó mi amigo, mientras comíamos y discutíamos sobre el mejor lugar para colocarlos y que no estorben.
No es que estén mal estos presentes, pero deberíamos empezar a ser un poco más creativos y tal vez, de paso, nos evitaríamos el caos de todo mundo tirado en la calle el mismo día, comprando los mismos regalos de siempre. Sonará cursi y trillado, pero, ¿qué tal si en lugar de todo lo anterior buscamos obsequiar tiempo de calidad? Al final, ellas y ellos es lo que más deseamos. Una velada romántica en casa, una serenata, una carta escrita a mano y no un frío e impersonal WhatsApp, una noche de películas, de juegos o de copas y locura, cortesía de María Conchita Alonso. Lo dejo a su libre y pícara imaginación.
La ventaja de estas y otras opciones es que se pueden reservar para la intimidad del hogar y, aun así, quedar como los grandes. “Yo prefiero no salir hoy porque todo está de locos”, me dijo una amiga, con toda razón. Si es cierto aquello de que el día del amor es todos los días, ¿entonces para qué celebrarlo afuera el día más contraindicado de todos?
Mejor amargado que “loser”
¡Qué amargazón te tenés!, me dirá algún defensor confeso de San Valentín por media calle. Y puede que tengan razón, pero, en todo caso, a como veo las cosas hoy en día y pasando a otro tema siempre relacionado, prefiero ser amargado que una víctima más del síndrome “forever alone” que se propaga como el coronavirus en estos tiempos de amor en el aire. “Si alguien me ama y no me lo ha dicho que hable ahora o calle para siempre” “Me vendo o me alquilo para este 14 de febrero” (si no los quisieron gratis, menos pagando), entre otros patéticos comentarios publicados en redes sociales que demuestran con claridad por qué están solteros.
O, lo que es peor, el galán engañado –guapo solo, le diría una amiga- que busca deslumbrar con su labia a cuanta mujer se le atraviese. Por cierto, a este último lo pude ver en acción hace un par de semanas cuando, en una salida de amigos, un conocido no paró de hacerse autobombo en toda la noche con el único afán de impresionar a las bellas chicas que nos acompañaban en la mesa. Nunca se preocupó por hacer preguntas, escuchar o saber más de sus interlocutoras (que alguien le regale el libro “Cómo ganar amigos e influir sobre las personas”, de Dale Carnegie). Yo, que casi ni hablé y solo me limitaba a verlo con lástima, reír por compromiso e intervenir de vez en cuando para aliviar la incomodidad, fui el que logró hacer más química con ellas. En definitiva, no se trata de lo que decís o hacés, sino de quién sos; un asunto típico de mentalidad magnética.
Pero bueno, eso es otra larga historia y aunque resulta apropiado para la época, deberá quedar para un próximo artículo porque, como dirían los españoles, ya me enrollé demasiado. De todas formas, al mejor estilo del meme, “síganme para más consejos de seducción.”
Por el momento les dejo de tarea pensar qué podemos hacer para que, de cara al próximo día del amor no terminemos haciendo totalmente lo contrario: matándonos en medio de las compras de último minuto, el “corre corre”, la locura y el ajetreo cotidiano de un país al que le falta mucho por aprender del verdadero sentido del amor y la amistad, en Navidad, los 14 de febrero y el año entero.