Cuando empecé en esto de las imitaciones, sabía que no podía quedarme toda la vida haciendo voces frente al espejo o grabando videos para YouTube. Aunque era más fácil, cómodo e impersonal, tarde o temprano tendría que participar en shows en vivo y a todo color.
Ni la pandemia ya superada ni la personalidad un tanto introvertida y asocial que me distinguen, eran justificación suficiente para quedarme “encuevado” sin mostrarle al mundo el talento que Dios me concedió. En cualquier rama del arte, humor incluido, el contacto directo con el público, ya sea para su apoyo, indiferencia o rechazo, es fundamental para crecer y mejorar integralmente como artista y persona.
Convencido de la anterior premisa, aplicable en cualquier área de la vida, fue como empecé en el 2020 a realizar shows virtuales por Facebook, como una forma de entretener a las personas (o al menos a mis seguidores), en medio de la crisis del covid-19, y posteriormente, superada esa etapa crítica, efectuar shows presenciales de imitaciones de personajes animados en algunos eventos geek a los que fui invitado el año pasado.
Con todo y que me sirvió para salir de mi zona de confort artística, digamos que en ambas plataformas (la virtual y la física) nunca llegué a superar un aforo de más de 50 espectadores simultáneos, una cifra que para una persona de bajo perfil como yo era bastante manejable y no comprometía en lo absoluto mi cordura ni mis fibras nerviosas.
Pero, pasar de esa modesta cantidad a un auditorio de casi 2 000 personas en vivo, hay un salto cuantitativo exponencial, difícil de asimilar sin que a uno le tiemblen las canillas y todo lo demás. Bueno, eso fue precisamente a lo que me expuse el pasado 24 de noviembre, con motivo de la celebración del 22 aniversario del programa Pelando el Ojo, realizada a casa llena en el Mall Oxígeno, en Heredia. Frente a una concurrida y madrugadora audiencia (algunos llegaron desde la mañana e iniciábamos a las 7 p.m.), oficiamos un show humorístico gratuito y apto para público de todas las edades y procedencias.
En agradecimiento a la lealtad y preferencia de más de dos décadas (no es cualquier programa el que sobrevive por tanto tiempo), tuve el honor de participar, como parte de los nuevos integrantes del elenco, del magno evento conmemorativo, junto al resto de mis talentosísimos y admirables compañeros, magistralmente dirigidos por ese mentor y referente del humor nacional, llamado Norval Calvo Chacón.
Por espacio de dos horas, desfilaron en tarima, con sus ocurrencias y salidas a cuestas, una selección del más amplio y variado repertorio de personajes que integran el popular espacio, como Pilar Cisneros, Chito Mantos, Daniel Ortega, Natalia Díaz, Jorge Luis Pinto, Mariano Torres, el presidente Rodrigo Chaves, entre muchos otros. Como corolario de la fiesta, también hubo música en vivo, a cargo de Son de Tikizia, Xiomara Ramírez y el grupo Los Músicos. O sea, la gente no solo río, sino también cantó, bailó y hasta comieron queque. Así o más chineados.
¡Qué mejor manera de celebrar ese “par de patos” cumplidos como favoritos de los miles y miles de radioescuchas (como diría don Miguel Cortés), que nos acompañan a diario por las diversas plataformas del programa! Al salir al escenario y observar a ese mar de gente a la espera del inicio de la fiesta, pude entender por qué Pelando el Ojo es el número uno en su categoría.
Un título que sin duda había que honrar con una actuación digna de lo que estábamos representando, lo cual, aparte de ser un honor, es, en igual o mayor medida, una gran responsabilidad que hace que los únicos que no necesitan invitación en un espectáculo público multitudinario digan presente: el miedo y los inevitables nervios.
Pero, como afirman los más versados en el tema, estos son una clara señal del compromiso y deseos del artista por desempeñarse con excelencia y profesionalismo. En el momento en que, minutos antes de saltar al escenario, no aparezca esa sensación de vacío o maripositas en el estómago, mejor apague y vámonos.
Bien dicen por ahí que hacer llorar cualquiera puedo hacerlo, pero la reacción contraria, no cualquiera tiene el talento y capacidad para generarla con creatividad e ingenio, sin recurrir a la salida fácil de la burla, la ofensa o la vulgaridad. Ahora entiendo a qué se refieren con eso de que hacer reír es algo muy serio.
Una clara muestra de ello eran la mezcla de ansiedad, expectativa y nerviosismo que embargaba a la mayoría del elenco, sobre todo a los que acumulamos menos horas tablas, y que, en mi caso, trataba de disimular en camerinos, repasando mis líneas, haciendo ejercicios de respiración y prestando atención a los consejos de los más experimentados.
Uno de los principales y que más me marcó, llegó cortesía del “crack” de la locución y actuación, Mauricio Meléndez. Su inspiradora historia de infancia me recordó la vez que, hace cinco años, mientras me preparaba para debutar en televisión abierta, en el programa La Dulce Vida, vi un video en el que un experto en oratoria y habilidades sociales explicaba que, en cualquier presentación, al final, no se trata de cómo uno lo hace, sino lo que despierta en el público eso que uno hace. ¿A qué se refería?
En que, como artistas, el foco de atención y los reflectores no debemos colocarlos estrictamente sobre nosotros, sino sobre aquellos que están del otro lado del escenario; es decir, las personas que, tras pagar un boleto, pedir vacaciones o reportarse enferma en el trabajo, como me confesó en secreto una fan del programa, están ahí al frente, relajados y felices, dispuestos a pasar un rato agradable, divertido y lleno de sonrisas a flor de piel.
Cuando logramos contagiarnos de esa energía positiva, entendiendo que los protagonistas no somos nosotros sino ellos (¿qué sería de un espectáculo sin público?) todo lo demás fluye con mayor facilidad y los nervios, el estrés o la presión desaparecen, o si no, por lo menos se convierten en la fuerza propulsora necesaria para salir a “romperla” sobre el escenario, sea frente a cuatro gatos (como en mis transmisiones de Facebook) o frente a un público masivo (como en el show de Oxígeno). Como dicen Los Caligaris, en su canción “Kilómetros”, “lo mismo son cien mil que poca gente, lo importante es transmitir lo que se siente (puntos extra si lo leyó cantando).”
Ese apoyo incondicional y vibras positivas de las que fuimos testigos de principio a fin, quedó en evidencia, no más llegando al mall, cuando, sin terminarme de acomodar, me abordó, libreta en mano, un simpático señor para que le firmara una hoja de papel. “Usted trabaja aquí”, le pregunté de inmediato, asumiendo que era parte de la producción y, como en la escuela, estaba pasando lista y registrando las llegadas tardías para reportarlas al jefe.
Entre desconcertado y gracioso por semejante salida, me aclaró que, como seguidor asiduo del programa, estaba más bien coleccionando los autógrafos de todos los integrantes del elenco. De entrada, al hombre le quedó más que claro que yo era de los nuevos y que no estaba muy acostumbrado a eso de ser reconocido en la calle ni a la incipiente fama. “Si no, muy sencillito”, dirían, mofándose, mis compañeros.
Superado el chasco y aprendida la lección, a partir de ese momento, quiero pensar que me moví con más soltura y confianza durante el evento, tanto arriba como abajo del escenario. Entre complacencias de saludos con mi personaje Fosforito (a quien, por cierto, comprobé que quieren mucho) y otras imitaciones improvisadas, como la de Stitch, dedicada a un niño que portaba la camiseta del icónico personaje de Disney (aún recuerdo su gesto de asombro y sorpresa), pude conversar con decenas de aficionados al programa, tomarme fotografías y agradecerles en persona por tanto cariño hacia la familia de Pelando el Ojo.
Parte de las múltiples recompensas intangibles y sumamente valiosas que me llevé a casa esa noche, haciendo que la satisfacción por el deber cumplido pesara más que el cansancio que nos golpea tras el bajonazo de adrenalina. Una muestra inequívoca de que llegué al lugar indicado y de que algo estamos haciendo bien para ser retribuidos con semejantes muestras de afecto, que nos motivan a seguir adelante, dando lo mejor de nuestro talento y esfuerzo en aras de la alegría y diversión de quienes ven en nosotros, más que un grupo de humoristas, unos instrumentos de alegría y bendición (como perfectamente nos describió Roque Ramírez), que curamos muchos males físicos y emocionales a base de la más noble y efectiva de las recetas: hacer reír.
Por y para ustedes, nuestro agradecido público fiel, que sean muchos años más de Pelando el Ojo y gracias por permitirnos acompañarlos en este viaje de risas, felicidad y comedia inteligente, al mejor estilo del programa número uno del humor en Costa Rica. ¡Que así sea y salud!