De entrada, parecía como si estuviéramos ingresando al laberinto anexo al hotel Overlook, en las montañas de Colorado. ¿Lo recuerdan? El del Resplandor, el clásico del cine de culto. Quienes vimos la película, difícilmente olvidemos esa referencia.
Sin embargo, aquella suerte de intrincado caracol que daba la bienvenida a los presentes no hacía temer lo peor ni desencadenaba una cacería contra el tiempo, por parte del trastornado escritor, Jack Torrance. Era al revés. Quienes cruzaban el umbral, se disponían a ser ellos quienes perseguían a los autores, cuerdos o no, reunidos en la Antigua Aduana, en San José.
A diferencia de años anteriores, en que la distribución por filas paralelas, a modo de largos pasillos, invisibilizaba a muchos expositores, esta vez los organizadores se pusieron “la 10” e idearon un montaje que obligaba a los visitantes a recorrer todos y cada uno de los stands, colocando de primero a los autores independientes, seguidos, en el fondo, por editoriales y librerías. ¡Bien por eso!
Desde que me di cuenta de tal acierto, el día previo a la inauguración, me invadieron buenos augurios para la Fiesta Nacional de la Lectura 2024 (FNL). Y, por suerte, no me equivoqué. La verdad es que el evento, en su tercera edición, fue un rotundo éxito de asistencia y de ventas, superando las expectativas de todos los presentes, tanto público como expositores.
Aunque al principio, las inoportunas lluvias vespertinas de medio año y el hecho de que no cayera en quincena, amenazaba a ratos mi optimismo inicial, nada de lo anterior fue impedimento para que todos disfrutáramos de una gran y concurrida fiesta dedicada a uno de los pilares fundamentales de cualquier sociedad culta: la lectura.
Fueron tres días completos de fiesta (del 26 al 28 de julio), celebrados en el marco de la conmemoración del Bicentenario de la Anexión del Partido de Nicoya a Costa Rica. Así que había doble motivo de celebración. Más de 120 selectas propuestas literarias fueron parte de los invitados de lujos a un evento familiar que tuvo de todo: presentaciones de libros, conferencias, lecturas de poesía, talleres y cómodos espacios para la promoción de la lectura y la escritura.
Tuve el honor de ser parte de las autorías elegidas para participar, junto con colectivos, editoriales, librerías, iniciativas educativas y de promoción literaria, libros ilustrados, cómics y otros proyectos vinculados a la lectura que se dieron cita en la nave de ladrillo.
Con mis cuatro libros a cuestas, participé por primera vez a título personal y no como integrante del colectivo, Faro Literario, al que pertenezco desde el año 2017 y con el cual he asistido ininterrumpidamente a esta y otras ferias literarias, con resultados, algunas veces buenos y otros no tanto.
Es decir, que, en esta ocasión, tendría un stand para mi solito y mis hijos de papel, provocándome una descarga de sentimientos encontrados. Por un lado, bastante emocionado por la posibilidad de gozar de mayor espacio y visibilidad, pero a la vez, un poco de temor, al implicar ello una mayor exposición al escrutinio y crítica de los asistentes, lo cual, hasta cierto punto, se diluye cuanto estás aupado por una agrupación de varios escritores.
Con mis normales inseguridades a cuestas, me armé de valor y me fui dispuesto a sacarle el máximo provecho a la experiencia y, sinceramente, no me arrepiento de cada aprendizaje, conversación, reflexión o consejo. Más allá de las ventas conseguidas, que superaron mis expectativas, pude llevarme, como es usual en este tipo de actividades, una serie de ganancias intangibles que traspasan el plano económico.
Por ejemplo, la posibilidad, no solo de enfrentarme y vencer mis miedos, sino también de compartir con varios lectores actuales que ya me han leído y con otros potenciales que prometieron hacerlo próximamente, como parte de las nuevas lecturas que tienen en su larga lista de pendientes (típico de cualquier asiduo lector que lo que le falta es tiempo para devorar libros).
Aunado a ello, los expositores presentes fortalecimos relaciones con los viejos amigos y colegas, conocimos nuevos e hicimos importantes contactos a nivel profesional con libreros, editores e incluso emprendedores. En mi caso me visitó un joven interesado en hacer una prueba de aceptación y venta de mis títulos en su recién lanzada librería en línea, a lo que, por supuesto, accedí gustoso.
Esas fueron parte de las agradables y numerosas visitas que recibí durante la feria, algunas más memorables que otras, no siempre por buenas razones, como la señora que, tras quedar enamorada de mi libro de dichos y expresiones de los abuelos (A la sombra del San Miguel), me dijo que estaba muy caro y terminó vendiéndome a mí -y no muy baratos- sus separadores de libros (¡nadie sabe para quién trabaja!).
Pero, como de todo hay en la fiesta de la lectura, no faltaron los clientes que me reconocieron y me compraron más por mi habilidad para imitar que para escribir. “Hey, ¿verdad que usted es el de Pelando el Ojo?”, me preguntaba más de uno con gesto de asombro y entre fotos, imitaciones y risas, se llevaban un libro autografiado, más en su calidad de fan del programa que por un genuino interés de la obra. Bueno, en la guerra y en las ventas, todo se vale.
Son estas anécdotas y curiosidades del detrás de cámaras que, junto a los chistes, risas y amenas conversaciones entre colegas, hacen que la jornada sea más llevadera y menos extenuante. Porque les cuento que estar tres días ahí metido un promedio de diez horas diarias, no es jugando y la única forma de sobrellevar el cansancio es en comunión y solidaridad con el público y demás expositores.
Con mis vecinas, por ejemplo, ya hasta teníamos nuestro propio código de comunicación, en el que bastaba una señal o el tradicional “cuídeme el chinamo” para entendernos y acuerpar al compañero cada vez que se iba a comer, al baño o simplemente a dar una vuelta para distraerse, recargar o chismear con los compas en momentos de baja afluencia.
De todos con los que pude interactuar me llevó valiosos recuerdos y aprendizajes, especialmente de mi vecinita Ivonne Quesada, conocida como Ivo, una perspicaz, ocurrente e inquieta adolescente, quien, a sus 16 años, ya escribió un libro y tiene otro en camino. O sea, la niña no ha estrenado cédula y antes de salir del colegio ya va a tener dos obras publicadas. ¡Así o más carga!
Ya quisiera yo haber tenido la visión, disciplina y talento que ella exhibe a tan corta edad (a mis 16 estaba más preocupado por ganarle a mis amigos en Nintendo y con costos completaba las redacciones de Español). Definitivamente, todo un ejemplo a seguir para sus contemporáneos y la prueba viviente de que la juventud actual es más que retos y bailes en TikTok.
¡Tanto qué aprender de Ivo, Marilena, Le, Daniel, Adolfo, Ingrid, Alvaro y demás expositores que enaltecieron la tercera edición de la Fiesta Nacional de la Lectura, llenando de talento, color, imaginación, creatividad y arte cada rincón de la Antigua Aduana! Una muestra clara e irrefutable de que este país tiene todo para convertirse en un referente cultural en Latinoamérica y el mundo.
Es cuestión de creérselo y demostrarlo en eventos de alto vuelo y calibre como la Fiesta Nacional de la Lectura. Gracias a todos los que la hacen posible y desde ya esperando con ansias la edición del 2025. ¡Que siga la fiesta!