Aquello de que la tercera es la vencida no fue del todo cierto. En mi caso, fue más bien la confirmación de que esta vez “nel pastel”. Tres propuestas, tres “nos” rotundos. En menos de una semana. Certeros, irrefutables, directos al corazón, como cantarían los Tigres del Norte.

El primero llegó cortesía de mi manifiesto interés en participar como expositor en un reconocido festival literario; el segundo, tras participar en un proceso de selección para brindar servicios freelance a una agencia de marketing y el tercero, pero no menos importante, después de enviar un formulario para ser elegible como participante en la próxima feria del libro, en Heredia.

En todos, como si se hubieran puesto de acuerdo para conspirar en mi contra, la respuesta fue la misma. No, no y no. Duro y a la cabeza, sin anestesia ni derecho a réplica. “Tome pa que lleve”. En una suerte de cruel broma, llegaron seguiditos, uno tras otro, de boca de diferentes interlocutores y matizados con diversos atenuantes para facilitar la digestión, pero la misma respuesta al fin: ¡No! O como dirían por ahí: “gracias, pero no gracias.”

¿Qué hice? ¿Cómo reaccioné? No voy a tirármelas de estoico inmutable y presumir que no me afectó. Claro que sí. Uno no es de palo. Buchón que soy, quería un “sí” para los tres. O al menos, parafraseando a Arjona, que me dijeran que no, pensando en un sí, y dejándomelo lo otro a mí. Pero qué va, ¡naranjas! Un “no” claro e inapelable.

Tenía dos opciones. Revolcarme en el barro de mi infortunio, lamentando mi amarga suerte y autoflagelándome por lo que pude haber hecho mal, o superar el trago amargo, relamerme las heridas y seguir adelante… En dos platos, ser víctima o responsable.

Opté por lo segundo. ¡No es fácil ni inmediato! En nuestra reacción más primitiva e instintiva tendemos a victimizarnos, al menos al inicio; no pasa nada, es normal que nos asalten las dudas y la inseguridad en forma de expresiones limitantes como ¿Por qué a mí? ¿Qué errores cometí? ¿Acaso no me lo merecía?

Lo malo no es pasar por ahí, es no saber cómo salir. Si nos quedamos varados en un círculo vicioso y destructivo de pensamientos tan negativos como las respuestas que recibí, estaremos minando nuestra fuerza de voluntad para levantarnos, sacudirnos el polvo y continuar caminando.

Aprenda y siga adelante

No es que no tengamos que repasar lo acontecido de cara a corregir y mejorar frente a futuros desafíos. Pero si nos empecinamos en no pasar la página y seguirle dando la vuelta a lo mismo como rata en rueda giratoria, nos vamos a llegar a sentir peor que el pobre roedor correlón.

Yo lo que hago frente a esas situaciones, por si les sirve de tip de supervivencia, es pensar en ello durante los siguientes 30 minutos, desde una óptica edificante y potenciadora, dándome un feedback constructivo que me motive a mejorar y no claudicar (a veces me da por escribirlo, incluso). Y después de ese lapso, lo dejo, lo suelto. Si en los momentos subsecuentes vuelve a aparecer, no lo alimento, lo dejo estar, como el testigo observador que se limita a contemplar las nubes oscuras pasar, pero no se queda a esperar que le caiga el rayo en la cabeza.

Máxima del estrés y la ansiedad: Si nos resistimos a nuestros pensamientos, persisten. Hay que observarlos y permitirles seguir su curso. No deben determinarnos ni forjar nuestro carácter o identidad. En cuanto eso suceda, pasamos del dolor (que es temporal y aleccionador) a un estado de sufrimiento (que es permanente y desgastante).

Estaremos asumiendo el patético papel de víctima, a merced de circunstancias externas que no podemos controlar. Principio estoico de vida: Solo podemos controlar nuestros pensamientos, acciones y opiniones. Todo lo demás no nos pertenece y está fuera de nuestra esfera de poder: el clima, la política, un partido de fútbol o las respuestas de otros, como un “no” inesperado o tres seguidos.

El poder transformador del no

¡Qué increíble! Un monosílabo tan fácil de decir, pero tan difícil de entender. ¿Qué parte del no, no entiendes?, nos habrán espetado en más de una ocasión. Dos simples letras del abecedario latino que, separadas resultan inofensivas y sin mayor connotación, pero que unidas pueden despertar los más vívidos y encontrados sentimientos.

No es lo mismo “no tienes una enfermedad grave” a “no me quiero casar contigo”. Misma palabra, con un significado diametralmente opuesto, capaz de llevarnos de la alegría al llanto, de la felicidad a la desilusión, del éxtasis al enojo. Así es el lenguaje, no siempre necesita extensas diatribas, para movernos por los más recónditos pasajes de las emociones humanas.

Y así es la vida. No siempre no las llevamos maduras, a veces nos tocan podridas y hasta con gusanos. ¿Es el destino, Dios, el universo o Buda ensañándose contra nosotros, por ser malas e insensibles personas? No, simplemente es como es; parte del ciclo de la vida, como en el Rey León.

Pero, ¿por qué me sale todo mal si yo soy buena persona? ¡Ay mijito -como diría mi abuela- si ser bueno fuera requisito para ser exitoso en la vida -lo que sea que eso signifique para usted-, entonces en el IMAS fueran millonarios y las organizaciones benéficas no pedirían dinero para su obra social!

¡No señores! La bondad no siempre es sinónimo de éxito o prosperidad. No funciona como una moneda de intercambio, en la que yo soy bueno esperando recibir algo a cambio. Eso no sería bondad, sería interés, cinismo o mera hipocresía.

Si va a ser bueno, hágalo por principios, porque le nace o porque simplemente es lo correcto; nunca por negocio o a la expectativa de un retorno de la inversión, como si los valores fueran negociables u objeto de trueque. Tú me das atención y yo, a cambio, te recompenso con regalos, viajes a la playa y generosos sinpes cada quincena (Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia).

Eso lo podrá hacer la legión de “simps” que pululan en las redes sociales elevando en altares a cuanta “culipelada” se encuentren, pero la vida, en su infinita sabiduría, no opera al mismo nivel. Si quieres que la vida sea justa contigo porque eres una buena persona… bienvenido a la realidad. ¡Así no funciona! La vida no nos debe nada.

¿Es siempre justa la vida?

Quien, en su indeseable papel de víctima, piense que la vida es cruel y no lo trata como se merece… pues le damos la razón, junto con una cajita blanca y la frase estoica de Epicteto en la tapa: “No es lo que sucede lo que nos afecta, sino nuestra reacción frente a ello”.

Tengámoslo claro de una vez: No siempre las cosas salen como quisiéramos y no se trata de un castigo divino ni que nos cayeron las plagas de Egipto y Oruro en combo. Aunque no lo entendamos en el momento, aunque nos resistamos. No es que la vida sea injusta ni que la suerte no está de nuestro lado.

Simplemente es su forma poco ortodoxa de decirnos que aún nos falta por aprender, mejorar o corregir para disfrutar del éxito, la felicidad, la plenitud o ese ansiado “sí”, cuya incesante búsqueda, pensándolo bien, le pone su buena sazón a la vida. ¡Qué aburrido y predecible sería que todo saliera bien a la primera! ¿O también me van a decir que no?