No sé si se trataba de un calentamiento previo a la tradicional demostración de fuerza del 1º de mayo o simplemente no tenían nada mejor qué hacer la mañana del pasado jueves 29 de abril. Lo cierto es que ahí iban todos, camino a sus respectivos destinos -que no eran sus trabajos obviamente-, a paso lento, con pancartas en mano, alzando la voz cada uno en defensa de sus causas, tan diversas como contrastantes.
De camino a mi trabajo, escuchaba por radio las primeras advertencias: comienzan las presas en la General Cañas, la Bernardo Soto, en San José… Afortunadamente yo llegué a tiempo a honrar mis compromisos laborales, difícilmente, los que entraban más tarde, pudieron lograrlo. La cita médica, la reunión de negocios, la entrada a clases, las compras del súper… La mayoría de planes, del resto de mortales, ocupados, trabajadores, se fueron por la borda, como en muchas otras ocasiones.La verdad ya no nos extraña, no es la primera vez ni será la última, lamentablemente se nos está volviendo costumbre esto de las manifestaciones. Es una moda que se niega a pasar. Ya es parte del paisaje citadino ver con alarmante frecuencia masas de gente, avanzando a paso procesional por las principales arterias capitalinas, pronunciándose contra aquello que afecte intereses intocables o beneficios abusivos. En una especie de masa social heterogénea que combina docentes, ambientalistas, sindicalistas, estudiantes, y uno que otro sin oficio ni beneficioso, se apropian de los espacios públicos para montar su trinchera, en perjuicio de conductores y de transeúntes.¿No es cierto que mis derechos terminan donde inician los de los demás? Perdón, lectores, como yo soy un anticuado que prefiere el diálogo para hacerse escuchar, aún creo, ingenuamente, en la validez de la democracia genuina y no la callejera. Ignorante que soy.No es que no esté de acuerdo con el derecho a la manifestación del que todos gozamos, pero siempre y cuando se haga de manera pacífica, civilizada y, lo más importante, sin atropellar los derechos ajenos ni incurrir en actos delictivos como los de Limón. Sin embargo, hemos visto que algunos prefieren pasarle por encima a la Constitución y su derecho consagrado al libre tránsito con bloqueos a diestra y siniestra. Dicen que es tortuguismo. Para mí, es exactamente lo mismo pero con diferente nombre, un simple truco eufemístico para evadir responsabilidades legales.Lo más curioso de todo es que en estas marchas hay una dispersión de esfuerzos y motivos tan grande que uno, al final de cuentas, no sabe ni cuál es la verdadera intención final que persiguen. Y así, difícilmente, van a lograr su cometido, urgen de cierta cohesión en las causas que abanderan para lograr trascender. En medio del caos que se armó el jueves, convergían los más disímiles objetivos. Unos en contra del salario único, otros reclamando por el derecho a transportar personas, también había quienes alegaban una supuesta privatización de servicios municipales. Todos encontraron pretexto para lanzarse a protestar: porteadores, líderes comunales, campesinos, ambientalistas, funcionarios públicos, sindicalistas, estudiantes… Solo faltó el herediano frustrado pidiendo la campeonización de su equipo por decreto. ¿O será que ahí estaba? Ya hablando en serio, en definitiva, algo está pasando con nuestra democracia. No hay nada de malo en las manifestaciones pacíficas que transcurren con normalidad. El problema es cuando son todo lo contrario. Sectores que, de entrada, cierran las puertas a mecanismos alternos de solución de conflictos y optan por la medida de presión, demostrando bajos niveles de tolerancia y una nula disposición a las implicaciones de una sana negociación. Pareciera que no les gusta perder y entonces prefieren hacer valer sus posiciones por la vía de la fuerza y en ocasiones hasta de la violencia, las ofensas y los desmanes, con tal de ser escuchados, aunque sea infringiendo la ley. Ante semejante afrenta a nuestra institucionalidad, las autoridades, en ocasiones, se ven obligadas a dar el brazo a torcer, en aras de resguardar las libertades públicas del resto de civiles que, sin tener vela en el entierro y más preocupados por cumplir con nuestras obligaciones cotidianas, nos vemos directamente afectados. No se vale que justos paguemos por pecadores. Está bien protestar pero siempre respetando a los que preferimos construir un mejor país actuando y no simplemente marchando o vociferando. De las palabras a los hechos hay un gran trecho que no se recorre con tortuguismo. Es mejor hacerlo trabajando. |