Los vergonzosos hechos ocurridos el pasado 11 de abril fueron una afrenta a la memoria de nuestro héroe nacional. Desde lo alto de su pedestal en el parque de su mismo nombre, Juan Santamaría sufrió en silencio, como mártir que fue, lo que debió haber sido una verdadera fiesta cívica, muestra del patriotismo que enaltece a nuestra sociedad, y JAMÁS, un zafarrancho callejero de tufo dictatorial. ¡Qué lamentable!
Juan Santamaría, revolcándose de rabia e impotencia en su tumba, apuesto que jamás se imaginó una celebración de tan baja calaña, protagonizada por parte de los conciudadanos en cuyo nombre él ofrendó su vida a cambio de dejarnos un legado de paz y libertad que muchos se encargaron de mancillar con alarmante desparpajo.
El 157 aniversario de la gesta heroica de 1856 fue algo parecido a lo que se conmemoraba: una verdadera batalla campal, solo que en lugar de realizarse en Rivas, ésta tuvo lugar en el corazón de Alajuela, la ciudad natal de nuestro libertador, donde los desfiles, los discursos y demás muestras de civismo, fueron vilmente desplazados por los empujones, los gritos, las recriminaciones y hasta el llanto. ¡Qué vergüenza!
Con el perdón de mi patria querida, el pasado jueves fue uno de esos pocos días y espero sea el último en que, viendo las bochornosas imágenes por televisión, uno siente pena de formar parte de una sociedad que le está dando la vuelta al mundo no precisamente por ser un ejemplo de vocación pacífica, sino por deshonrar ese sello internacional haciendo semejante despliegue de barbarie y matonismo.
¿Es esta la forma correcta y civilizada de agasajar a nuestro héroe nacional? Su acto egregio no puedo ser reconocido con barricadas y amenazas. La fecha exigía que estuviéramos a la altura de las circunstancias y ni por asomo lo estuvimos. No se trataba de quedarnos callados y hacer de cuentas que todo marcha a color de rosas en este país pero creo que hay momentos y contextos adecuados para hacer escuchar nuestros clamores y una fiesta cívica, donde debe prevalecer la unión y la fraternidad de un pueblo, no podemos rebajarla a tan denigrante nivel. ¡Hay que ubicarse!
Y el llamado lo hago a tirios y troyanos. En lo del pasado jueves no hubo vencedores ni vencidos. Todos perdimos. Unos por querer utilizar como válvula de escape a sus frustraciones tan noble actividad y otros por incurrir en provocaciones a punta de barricadas, cercos metálicos y nutridos contingentes policiales. ¿Había necesidad de llegar a tanto? La patria entera se merece una disculpa, de lo contrario Dios y la historia, nos la demandarán. Por el bien de nuestra nación y de nuestra consabida tradición pacifista, tan venida a menos en los últimos meses.
Que la carretera a San Ramón, que los taxistas, que los porteadores, que esto y que lo otro. Es cierto, muchas cosas marchan mal en nuestra Tiquicia, y estamos en todo el derecho de manifestarnos y pedir rectificaciones oportunas, y el Gobierno, en su obligación de prestar atención al clamor popular, pero debemos reivindicar los medios para lograr un entendimiento mutuo, haciendo valer las vías conciliadores del diálogo y la negociación. Y sobre todo encontrar los medios y los espacios adecuados para lograrlo.
No es tirándose a la calle un día sí y otro también que se resuelven los problemas y no es haciendo barricadas y cercos policiales que se disuade la presión del pueblo. Hay vías un poco más civilizadas que debemos reivindicar como parte del pacto social que nos permitirá salir de este bache en el que caímos hace ya varios lustros. La lista de tareas pendientes es grande y el ambiente de descontento social parece agravarse conforme más marchas y protestas se ciernen sobre nuestro oscuro panorama. Lo único que pido es que para resolver los problemas no tengamos que pasar nuevamente por la pena de ensombrecer con el caos y la vergüenza otra de nuestras célebres efemérides nacionales. La patria no nos lo perdonaría.