Soy morado de corazón. No lo niego, ni me escondo, ni destiño. Desde mis años de infancia, viviendo en Tibás, yendo al estadio o escuchando los gritos de gol en la comodidad de mi casa, e incluso haciendo mis primeras armas en el fútbol, con los mosquitos de Saprissa. Si hay alguien que puede jactarse de su vena morada, ese soy yo. Nací, crecí y me moriré siendo seguidor del Deportivo Saprissa y por ende, comprenderán ustedes que, con justa razón, fui uno más de los miles de aficionados que disfrutamos de la obtención del título 30, luego de cuatro años de sequía. Hasta fui al estadio, mojada incluida, para saborear más de cerca la obtención de tan ansiado triunfo. Grité, celebré y brinqué, como un orgulloso miembro más de la gran familia que somos todos en Saprissa.
Tras el pitazo final, me uní a la fiesta morada, con banderas, pitoretas y una que otra chinita a los de la barra de enfrente. Sin duda, eso no puede faltar. La llamada o el mensajito de rigor a los amigos, familiares y conocidos liguistas, restregándoles la victoria morada y pegándoles la vacilada respectiva ante el infortunio de resignarse a ver cómo otros y no ellos son los afortunados que celebran el trigésimo campeonato en la historia de la institución. Que somos los únicos de Concacaf en llegar a las tres decenas de copas, que les volvimos a ganar un clásico, que somos los que más títulos tenemos en nuestras vitrinas, que somos los mejores… Con todo eso y más debieron de apechugar los pobres manudos a quienes no les quedó más que bajar la cabeza y aceptar con denuedo su amarga desazón.
Y todo eso está bien, es parte de la fiesta del fútbol, la chota, el vacilón, los chistes, los memes…. En el amor y en el fútbol, de todo se vale. Bueno, casi todo. Lo que no me parece y ahí sí incluyo a todos los aficionados a este bello deporte, sin distingo de divisa, es la ofensa solo porque sí. El fútbol no da para tanto. Y así como reprochamos a algunos jugadores por su belicosa actitud en la cancha, que los hace indignos merecedores de tarjetas rojas o sanciones, el aficionado también está llamado a dar el ejemplo. No podemos excluirnos de la lista de responsables. Junto a jugadores, federativos, prensa y demás actores debe aparecer en los primeros lugares el aficionado, así como usted o como yo.
No me refiero necesariamente a los miembros de las barras, muchos de los cuales son casos perdidos –además de que eso es tema aparte- si no al seguidor de a pie, al común y corriente, que hoy está en el estadio y mañana, gane o pierda su equipo, debe asistir al trabajo, como todos los días, ir a estudiar, mantener la familia, pulsearla como cualquier mortal en este valle de lágrimas. Con o sin campeonato, para muchos la vida sigue igual, como diría Julio Iglesias. Es verdad que una victoria y más un campeonato genera mucho orgullo, satisfacción, felicidad y agréguele a la lista todo lo que usted quiera. Pero también es cierto que nada de eso nos da de comer. Por eso es que no logro entender que hay gente que se lo toma tan en serio, como si su vida dependiera de un resultado. Se enojan, madrean, gritan, ofenden, patalean, denigran.
Gatas hijuep…. Maludos de m… son algunos de los epítetos que muy a mi pesar escuché decir de boca de algunos saprissistas y que los injuriados, sean éstos liguistas, heredianos o cartagos, igual responden con la misma o peor calaña. El mensaje subyacente es que todo aquel que no comulgue con mi equipo es la peor escoria de la sociedad, independientemente de que se trate del hijo de vecino o de mi propio hermano u otro ser querido. Al final, eso es lo que estamos dando a entender con la ofensa generalizada que no repara en lazos afectivos ni familiares. Al que le caiga el guante… ¿Dónde quedan la tolerancia y el respeto? ¿Vale la pena llegar tan lejos? ¿Será que entre más vulgar y altisonante el calificativo, mejor aficionado soy? No lo creo. En todo caso, la defensa de mis colores se debe defender con altura y señorío, con argumentos y razones, jamás optando por la salida fácil del descalificativo soez. Los ticos no somos así. Molestemos, riamos y vacilemos, pero por favor no ofendamos.
Hoy es el turno de Saprissa de ir a la cabeza en títulos ganados pero si hay algo en lo que siempre debemos ir empatados es en algo que ningún campeonato nos dará: la decencia y la educación que todos debemos sacar a relucir con orgullo sin importar el color de la camiseta.