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La celebramos una vez al año, todos los 15 de setiembre, con desfiles, bandas, bellas bastoneras y ricas comidas típicas. Sin embargo, estamos obligados, como fervientes nacionalistas, a honrarla, defenderla y cuidarla todos los días de nuestra existencia e instar a las futuras generaciones a hacer lo mismo. Hablo de la libertad, aquella conquista gestada por nuestros egregios antepasados quienes, a punta de carácter, tesón y valentía, lograron escribir, con sangre y sudor, la página más brillante en el libro de nuestra historia democrática y que hoy, 194 capítulos después, los costarricenses debemos reivindicar con renovado orgullo y patriotismo.

Porque la libertad, cual  más bella flor que adorna este jardín de 51.000 kilómetros cuadrados, luciendo glamorosa el blanco, azul y rojo, debemos abonarla y regarla cada día para evitar que se seque. El mayor tesoro que nos heredaron nuestros abuelos debe ser resguardado con recelo y compromiso por todos los que habitamos esta bendita tierra que decidió forjarse un destino autónomo, libre, soberano e independiente. Cada quien, asumiendo su responsabilidad, debe aportar a la causa libertaria, demostrando con sólidas acciones, cargadas de fervor cívico, el valor inconmensurable de una casi bicentenaria trayectoria democrática que nos distingue y que otros, menos afortunados, nos admiran y envidan a la distancia.

Ver a los niños desfilar con sus galas tricolores, vestidos a  la usanza campesina, portando orgullosos el pabellón nacional e interpretando alegres tonadas musicales, bajo el sol abrasador de una mañana septembrina, nos llena de esperanza de cara al futuro. Nos recuerda que no todo está perdido. Que aún hay gente que ama a este país y está dispuesto a demostrarlo sin importar las adversidades. La patria se festeja un día pero se honra los 365 días del año. El orgullo de ser ticos no nos debe abandonar nunca, lo sacamos a relucir cada 15 de setiembre, al calor del fuego de libertad que recorre nuestras calles rumbo a Cartago, pero debe acompañarnos todos los días de nuestra vida independiente. La patria no da tregua. Nada hacemos si participamos de todos los actos cívicos, si al día siguiente olvidamos de dónde venimos y hacia dónde vamos.

Nunca debemos abandonar la cruzada patriótica a la que estamos convocados, hoy, mañana y siempre. No hace falta meterse en política ni ser un activista de las grandes causas nacionales para lograr el cometido. Cada uno, a veces sin saberlo, desde diversas trincheras, hacemos patria, enriqueciendo el espíritu cívico que nos impulsa hacia nuevos derroteros políticos, sociales y económicos. La madre soltera que se levanta temprano para enviar a sus hijos a la escuela antes de irse a trabajar, el hombre de negocios que dispone de parte de sus recursos para fines filantrópicos, o el agricultor que, sin importar el clima, madruga a labrar la tierra, el alumno aplicado, el abuelo ejemplar, todos… desde el labriego sencillo hasta el alto ejecutivo, con pequeñas o grande acciones, abonamos la libertad de esta preciosa tierra que nos da cobijo.

Esos son los costarricenses buenos, honrados y comprometidos con el futuro y bienestar de nuestro país. Los que velan por el bienestar colectivo y no de unos pocos favorecidos que, con el pretexto de la igualdad y justicia social, buscan perpetuar sus privilegios y gollerías. El fervor cívico no sólo se vive conservando y exaltando nuestras tradiciones sino también manteniendo una actitud vigilante frente a las amenazas, internas o externas,  que buscan arrebatarnos nuestro más valioso legado: la democracia.

Pero la democracia auténtica y pura, la que se sostiene en los pilares del respeto, la solidaridad, la tolerancia y la honradez, no la que buscan pregonan ciertos sectores que, desvirtuándola en su esencia pacífica, osan llamarla democracia callejera (¿eso existe?) la cual, a diferencia de la original, se fundamenta en los antivalores de la violencia, el matonismo, las amenazas a la libertad de expresión y el irrespeto a la institucionalidad. ¡No nos dejemos!

Así como Jesús echó a los mercaderes del templo, nosotros, los patriotas de corazón, estamos llamados a hacer lo propio con los mercaderes de la patria.  ¿Quiénes son? Por sus actos los conoceréis. No son los empresarios que generan riqueza, ni los periodistas que informan de sus abusivos privilegios, ni tampoco los políticos honrados que buscan poner coto a sus andanzas. No, los verdaderos traidores de la patria, son otros. Los que profieren amenazas, incitan al desorden público e insisten en defender sus intereses a costa del bien común. Los mismos que, en medio de la conmemoración de tan sublime efeméride, tal vez, sintiéndose excluidos de la fiesta de los costarricenses verdaderos, se empeñan en opacarla con sus llamados a una huelga general.

“Cuando alguno pretenda tu gloria manchar, veras a tu pueblo valiente y viril…” Llegó la hora de llevar a la práctica esta bella estrofa de nuestro Himno Nacional, demostrando que no sólo lo cantamos con respeto, sino que lo vivimos con pasión de auténticos demócratas. Sin duda, el mejor regalo que podemos brindarle a nuestro país en su día. ¡Felices fiestas patrias!