Aquí parece que hay muchos que piensan que el narco se combate con pistolitas de agua. En un injustificado arrebato chauvinista, surgieron algunos iluminados, supuestos defensores a ultranza de nuestra soberanía, que, preocupados por ver convertida a Tiquicia en un campo de guerra en medio Bagdad, critican el ingreso de las fuerzas militares estadounidenses para cooperar con el combate al narcotráfico, en el marco del convenio de patrullaje conjunto vigente entre ambas naciones desde 1999.
Seguramente temen ver desplazadas las carretas, en los desfiles de boyeros, por tanques de guerra, escoltados por corpulentos marines armados hasta los dientes, o quizás, no quieren observar, junto a los cruceros, encallados en Puerto Caldera, al portaaviones Makin Island o a la fragata Hawaii Honololu. Prefieren que nuestras autoridades, escasas de preparación contra el crimen organizado, continúen deambulando campantes por nuestras pacíficas calles josefinas con equipo obsoleto, mientras los narcos, ya enquistados en tierras nacionales, según recientes noticias, desafían a la autoridad con lo último en tecnología armamentista, que incluye rifles de asalto, subametralladoras, granadas de fragmentación y hasta bazucas.
Dice una preclara diputada que se debe hacer una valoración jurídica del convenio ya que las naves que están entrando son desproporcionadas en comparación con lo que ha ingresado en años anteriores. En síntesis, tras de malagradecidos, cortos de sentido común. ¡Cuánto desconocimiento sobre el tema del narcotráfico! A muchos por estos lares les hace falta una vueltita por Ciudad Juárez para que se informen sobre el modus operandi de las bandas narcos y sus depurados mecanismos criminales en constante evolución tecnológica. Deberían saber que para la cacería de peces gordos, como fue el caso del fallecido líder de cartel de Sinaloa, Arturo Beltrán Leya –cuyo operativo de captura requirió un enorme despliegue de fuerza militar- hace falta más que un grupo de uniformados enviados en patrulla con su arma de reglamento al cinto.
No los culpo, nuestra tradición pacifista a veces nos traiciona, haciéndonos olvidar el crudo contexto que nos rodea, caracterizado por una evidente penetración de las narcomafias mexicanas en suelo y aguas nacionales, según se desprende de informes policiales– actualmente controlan el 80% de los cargamentos de cocaína que pasan por Costa Rica con destino a Estados Unidos- y de las recientes noticias sobre los golpes a brazos ticos de los cárteles del Golfo y Michoacán, dos de los más violentos que operan en México.
Pueda ser que quienes alegan una supuesta militarización de la lucha contra el tráfico de drogas, nunca hayan visto, salvo en películas de acción, helicópteros Blackhawks y aviones Harrier, parte de las naves artilladas que podría ingresar al país en el marco del convenio. Yo tampoco quisiera que mi país se convierta en una sucursal centroamericana del Oriente Medio, pero ante la gravedad del flagelo que nos acecha, no nos queda otra opción más que enfrentarlo con todas las herramientas jurídicas y militares a nuestro alcance.
Anticipémonos a lo que presagia ser un duelo entre tigre suelto contra burro amarrado, si no recapacitamos y aceptamos que el crimen organizado hace rato tocó a nuestras puertas y amenaza con echar raíces de no encontrar obstáculos en su interés por replicar en territorios ajenos su doloroso rastro de sangre, corrupción y muerte. Con el narco no se juega, un tema tan delicado exige lo último en tecnología militar y de inteligencia, aparte de todo el apoyo logístico y de capacitación, que solo aliados estratégicos, suficientemente diestros en la materia, como Estados Unidos, nos pueden brindar. Recordemos que en guerra avisada…