Me dolió verlo así. Fue una especie de desengaño amoroso. Tan bello por fuera, pero vacío por dentro. Pese a estar céntricamente ubicado y que su entrada es gratuita, lo vi desolado, como implorando atención de los apresurados transeúntes que caminaban en derredor.

Lo tengo a mi completa disposición, pensé, tratando de extraer lo positivo. Empero, no era la bienvenida que esperaba. Me hubiera gustado algo un poco más caluroso y concurrido, sobre todo en mi condición de primerizo. No fue posible, quizás por culpa de la repentina lluvia, el hambre de medio día o la jornada futbolera.

Tras el amable saludo del guarda, dejo mis pertenencias en el casillero y paso al mueble de recepción del público, donde tomo un par de folletos alusivos a la historia y obras que me disponía a descubrir en el Museo de Arte Costarricense (MAC). Al interior de esta estructura de corte neocolonial –muy de moda en América Latina durante las primeras décadas del siglo XX- se encuentran más de 6000 obras con técnicas plásticas diversas como grabado, dibujo, pintura, escultura, cerámica, fotografía e instalación.

Sus muros blancos, rústicas bancas, tejas, arcos de medio punto, rejas forjadas y detalles ornamentales en madera, atesoran una de las mayores colecciones de arte estatal, conformada por piezas que datan desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la actualidad.

¡Y saber que lo que había ahí antes eran aviones! Durante un periodo de 18 años sirvió de sede al antiguo Aeropuerto Internacional de La Sabana, inaugurado en 1940. Mientras ojeo el folleto que amplía detalles al respecto, casi que escucho a las aeronaves despegar por encima de los follajes de una incipiente y verde ciudad.

Mi ruta artística

Me bajo del avión y aterrizo en el presente para iniciar mi recorrido, en la exposición PRIDE, en honor al décimo aniversario de la Marcha de la Diversidad. Hombres y mujeres de distintas edades y clases sociales, ataviados con estrafalarios trajes, me reciben, orgullosos de sus preferencias, entre proclamas de amor, respeto e igualdad. Decenas de fotografías inmortalizan los mejores momentos de los 10 años de la tradicional caminata.

Me retiro del aposento y en mi lugar ingresa un padre de familia, junto a sus hijos menores. Una escena también digna de fotografiar. ¡Cuántos atropellos nos ahorraríamos si la educación sexual y afectiva la iniciáramos desde tempranas edades! Subo hasta el otrora salón diplomático donde se recibían a los presidentes y visitantes distinguidos. Conocido actualmente como el Salón Dorado –por el color de la pintura que recubre sus paredes-, es un espacio que, de la mano del artista francés Luis Féron, recrea momentos claves de la historia de Costa Rica, desde la época precolombina hasta la década de 1940.

Al pie de alegóricas imágenes que nos trasladan a las sociedades indígenas, el descubrimiento y conquista, la colonia y la independencia, un guía explica a un grupo de turistas, en el que los ticos somos minoría, las particularidades del mural de 150 metros cuadrados.

Del jardín a lo siniestro

Salgo al balcón y me asomo a ver el paisaje hacia el oeste de la ciudad. Es una típica tarde de domingo. A pesar de lo lluvioso y nublado del día, cientos de personas disfrutan del día libre para practicar deporte o caminar en La Sabana, junto a familiares, amigos o mascotas. Me pregunto si después se darán la vuelta por el museo. ¿Será mucho pedir?

La Imagen Cósmica de Jorge Jiménez Deredia interrumpe mis cavilaciones. En el centro del Jardín de Esculturas se levanta imponente. A su alrededor destacan otros valiosos trabajos de artistas como Francisco Zúñiga (Tres mujeres caminando), José Sancho (León al acecho), Hernán González (El Silbador), Juan Manuel Sánchez (La raza espera) y Crisanto Badilla (Cabeza monumental).

La lluvia arrecia y me dirijo a una de las salas del primer piso donde una descarga de angustia siniestra aguarda mi llegada. Con el nombre de Lapsus Sinister, me sorprende una exposición dedicada a ese estado emocional de intranquilidad que todos hemos experimentado frente a situaciones de riesgo inminente o potencial.

“Es un recorrido por siete ejes interpretativos sobre la angustia reflejada en distintos aspectos de la experiencia humana: el nacimiento, las situaciones traumáticas, el entorno inmediato, lo oculto a nivel psicológico, lo sobrenatural, el sexo y la muerte”, indica la reseña, a la entrada.

Rostros desencajados y tristes, posturas en evidente estado de desesperación y miradas de infortunio, temor o maldad se pueden divisar en las pinturas, esculturas y bocetos que conforman esta exposición, en la que sobresalen obras como Mujer en la Ventana, de Francisco Amighetti; Mujer en la sala, de Ana Griselda; Desnudo masculino, del cartaginés Luis Fernando Quirós, entre otros trabajos que demuestran que hasta de las emociones más aflictivas pueden surgir sublimes –o inquietantes- creaciones artísticas.

No hay excusas

Recientemente se inauguró otra exposición sobre la vida cotidiana vista desde una óptica poco habitual –Álter Ego, del pintor griego Rodolfo Stanley-. Aunque no la he visitado, estoy seguro que también valdrá la pena y, por lo tanto, me obligará a volver al MAC, esta vez espero que como parte de una nutrida camada de costarricenses amantes de la cultura.

Motivos hay de sobra para visitar el Museo de Arte o cualquier otro de los museos de San José. (Oro, Jade, Numismática, Ciencias Naturales). Incluso ahora hay una opción de apreciar lo mejor del reportorio artístico nacional desde Internet, ingresando a la Pinacoteca Costarricense Electrónica (PINCEL), un museo virtual, creado por la curadora e investigadora, María E. Guardia Yglesias, que ofrece acceso directo y gratuito a más de 20 mil obras de unos 290 artistas nacionales.

Ya no hay excusas para no apoyar a nuestros artistas y demostrar que somos un pueblo orgulloso de su arte, su historia y de esos sagrados lugares que los enaltecen, defienden y preservan. Bien lo dijo, sabiamente, José Martí, hace más de cien años: “Solamente un pueblo culto, puede ser verdaderamente libre.”

Y la frase sigue más vigente que nunca…