Foto tomada de nacion.com

Suena a poco tiempo, pero lo cierto es que muchos acontecimientos pueden ocurrir en un lapso de cuatro años: un cambio de gobierno, un mundial de fútbol, las Olimpiadas, o la cristalización de un sueño en Juegos Paralímpicos.

En agosto de 2017, Sherman Guity Guity lloraba desconsoladamente sobre el asfalto ensangrentado por haber perdido parte de su pierna en un accidente de tránsito.

Casi resignado a no volver a correr, le suplicaba, entre sollozos, a su entrenador, Emmanuel Chanto, que le ayudara a no renunciar a lo que tanto amaba: el atletismo.

“Vas a convertirte en un paratleta”, le prometió, a modo de consuelo, devolviéndole un poco la tranquilidad y el buen ánimo para enfrentar el proceso de recuperación.

A los pocos meses, armado con una fe y determinación de hierro tan fuerte como la de su nueva prótesis, empezó a entrenar duramente con la mirada puesta en convertirse en el mejor paratleta.

Lo que no sabíamos en aquel momento era si se refería al mejor del país, de la región o del mundo…

Bueno, en cuestión de una semana, se encargó de disipar todas las dudas y ratificar con creces que, desde un principio, apuntó a lo más alto del atletismo de élite mundial… y ¡vaya que lo consiguió!

El segundo mejor paratleta del orbe en la prueba de 100 metros planos y monarca absoluto en la de 200, colocándose a la altura de las hermanas Poll y sus respectivas preseas en Seúl 88, Atlanta 96 y Sidney 2000.

Enorme Sherman. Que hombrada. Que hazaña. Que proeza. Que… Póngale el calificativo que quiera porque yo, de la emoción, me quedo corto de palabras. En fin, todo un hito, referente y leyenda en el deporte costarricense.

Dicen que al éxito le gusta la velocidad y como que nuestro querido Sherman se lo tomó literal.

Convertido en una especie de “Sherminator”, le bastaron poco más de 30 segundos (si sumamos el tiempo de ambas pruebas) para volar en la pista y hacernos vibrar de orgullo y alegría.

¿O me va a decir que no se le erizó la piel y se le aguaron los ojos al escuchar nuevamente las notas del himno nacional en un recinto olímpico?

Cuatro años después de aquel fatídico 25 de agosto, Sherman volvió a llorar, pero ya no de dolor y sufrimiento, si no de alegría y satisfacción, al grito de “¡tenemos medallas, gracias Costa Rica!”

Igual o más sorprendente que sus meritorios segundo y primer lugar es lo que tuvo que aplicar para lograrlos: perseverancia, disciplina, valor, agallas, enfoque en la meta y una resiliencia sin límites.

Si hay algo que le podemos recriminar es únicamente haber incumplido la promesa que le hizo a su mamá. Porque, al final, no se trajo una medalla, sino dos y, por si fuera poco, un nuevo récord paralímpico. Así o más crack.

Podría destacar aquí el hecho de haber triunfado a pesar de su discapacidad física, pero no, ese no es el trasfondo real de su conquista.

Hacerlo sería caer en el lugar común de “luchar a pesar de los obstáculos” o que “la discapacidad está en la mente”, y, la verdad, me niego a opacar su gesta con gastados discursos de psicología práctica.

Digámoslo claro y directo: Un paratleta no es más ni menos que un atleta “normal” por el hecho de tener una discapacidad física o intelectual. No merecen ser vistos con ojos lastimeros o de “pobrecitos”.

Deben entrenar de la misma forma (y hasta más) que un atleta en plenitud de condiciones o sin limitaciones de ningún tipo, o al menos aparentes (ya vimos en los Juegos Olímpicos como el invisible factor mental puede ser también incapacitante).

Lo que me interesa, ante todo, es resaltar la historia de superación y la lección de vida detrás del ejemplo de nuestro paratleta de oro.

Desde el momento en que le ocurrió el accidente, Sherman pudo haberse echado a morir, cuestionándose una y otra vez “por qué y por qué” le pasaba eso a él. ¡Como si la vida fuera siempre justa!

Esa actitud no habría hecho más que sumirlo en una actitud derrotista, autocompasiva y de una víctima completa a merced de las circunstancias externas.

En lugar de eso, optó por elevar sus estándares, preguntándose, más bien, “para qué” le estaba pasando eso a él… y hoy, cuatro años después, tenemos la respuesta: para convertirse en el mejor paratleta del mundo.

Bien decía el filósofo griego Epicteto, lo importante no es lo que nos pasa, sino lo que hacemos con lo que nos pasa.

Como el hijo del campesino chino aquel que, ante una seguidilla de eventos que él calificaba como desgracias, su padre, en su infinita sabiduría, solo atinaba a exclamar: “veamos lo que nos trae el tiempo”.

Y fue precisamente una de esas supuestas “desgracias” (se rompió la pierna tras caer de su caballo) que el muchacho se salvó de ser reclutado en el Ejército y morir en la guerra.

¡Cuántas personas con sus extremidades completas y en plenitud de condiciones físicas y mentales renuncian a sus sueños por simples pretextos o nimiedades!

Que el ejemplo de Sherman y de los demás atletas y paratletas de Tokio nos inspire a nunca darnos por vencidos, sin importar la cantidad o gravedad de las adversidades que debamos afrontar en el camino.

No hay discapacidad, crisis o pandemia que doblegue a un espíritu inquebrantable dispuesto a colgarse las medallas en las pruebas de resistencia que la vida le depare.

Una competencia en la que todos, sin excepción, estamos destinados a brillar y ganar… aunque no siempre lleguemos de primeros.