No llevaba una hora en el trono de San Pedro y ya era objeto de las más diversas muestras de cariño y admiración. Con solo el nombre elegido ya sabíamos la lo que sería tónica del apostolado que lideraría. Sencillo, jovial, alegre, humilde, simpático y hasta bromista… en síntesis y para decirlo en tico, un tipo muy pura vida. Así lo ha demostrado desde el primer día, reacio al hermetismo, la frialdad y el blindaje, y por el contrario, abierto, extrovertido, carismático y cercano a la gente, el hombre tiene a la Guardia Suiza en una pura nervia, besando chiquitos, recetando abrazos, estrechando manos, a bordo de un Papamóvil descapotable que le permite lo que tanto le gusta: el contacto físico, el baño de masas que le inyecta fuerzas y energía.
Usted ya sabe de quien lo hablo. Independiente de su condición religiosa, él ha sido protagonista desde su ascenso al máximo puesto de la Jerarquía Católica. El PAPA FRANCISCO. Así en mayúscula porque se lo merece. Hoy, que celebramos el día de nuestra Santa Patrona, no queda más que agradecerle a ella y a nuestro Señor Todopoderoso, por ponerle en nuestro camino, por iluminar a los cardenales para elegir al mejor candidato a desempeñar con honor, carácter e hidalguía el ministerio petrino.
Distanciándose totalmente en estilo de su antecesor, el Sumo Pontífice renunció a los lujos y comodidades propios de su puesto, para iniciar un peregrinaje de renuncia y austeridad, caminando con sus zapatos negros de siempre, mostrando su sencillo anillo de plata, viajando en un sencillo automóvil Fiat, a su llegada a Brasil. Él quiere estar ahí, a la par de todos, del rico, del pobre, del desamparado, del débil, del enfermo e incluso del periodista por más que le incomoden las preguntas o no sea bueno para responderlas, como él mismo lo ha admitido. Otra virtud: reconocer sus debilidades. Solo los grandes son capaces de ello.
No lo vemos allá arriba, asomado en el balcón del Vaticano, como una figura etérea e inalcanzable, más bien lo tenemos acá abajo, al lado de todos los que le seguimos, saludando, orando, bendiciendo, hablando de lo más trivial como su afición a San Lorenzo hasta de lo más álgido, como el Banco del Vaticano, las redes de corrupción, la Curia Romana. Todo un maestro de la comunicación. Sabe que no hay que recurrir a las palabras rebuscadas o al discurso prefabricado para no incomodar, prefiere mostrarse diáfano y directo. “Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?” Así o más claro. Y aún hay quienes se sienten con la potestad de condenarlos. Ni el mismo Papa lo hace. ¡Vaya desparpajo de algunos!
Sabe de la clase de desafíos que tiene por delante y reconoce que la mejor manera de enfrentarlos es hablando de ellos y actuando en consecuencia. Nada como la sinceridad, la transparencia y la franqueza para derrotar la mentira y la maldad que nos carcome. Todo un modelo a seguir en estos tiempos vastos en líderes ayunos de ética, moral y valores esenciales. Está marcando la pauta a seguir del ejemplo de liderazgo auténtico que necesitamos para emprender las grandes revoluciones que requiere no sólo el Catolicismo sino la humanidad entera.
Definitivamente este Papa está para grandes cosas. Dios lo ilumine a él para que las pueda alcanzar y a nosotros para hacer eco de sus palabras. “Sólo la mística simple del mandamiento del amor, constante, humilde y sin pretensiones de vanidad pero con firmeza en sus convicciones y en su entrega a los demás podrá salvarnos”. A casi cinco meses de haber iniciado la que parece una fructífera gestión ya ha dado sus primeras señales de determinación valentía, empezando por limpiar la casa a fin de armarse de la autoridad moral necesaria para exigir lo mismo fuera de ella. Y lo está logrando. El habla y todos lo oímos, estamos pendientes de sus pasos, de sus acciones, de su sabia palabra. El rebaño entregado a los pies de su pastor.
Con el perdón de Benedicto XVI, cuánta falta nos hacía un Papa así. Juan Pablo II había dejado un vacío difícil de llenar y tal parece que, a su estilo y sin proponérselo, Su Santidad Francisco está dispuesto a igualarlo y –por qué no- hasta superarlo. Que así sea.