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Ahora sí se puso bueno esto. A dos semanas de las elecciones nacionales, el panorama luce incierto y un tanto enigmático. ¿Alcanzará alguna aspirante el 40% de ley, habrá segunda ronda, se fraguarán alianzas para desbancar al oficialismo? Muchas son las interrogantes que se ciernen sobre la arena política, sin que haya analista, debate o encuesta que logre darnos una respuesta certera de por dónde anda la procesión.

Lo bueno es que la contienda se pone emocionante, tras varios meses de frialdad y apatía en los que no veíamos ni una bandera o sticker adornando las fachadas de las casas, a la mejor usanza antigua. Habrá que esperar al 2 de febrero en la noche para, una vez contabilizadas las primeras meses por parte del TSE, se empiecen a dibujar las primeras tendencias sobre los resultados electorales. Al final de cuentas, será el Tribunal Supremo de Elecciones, como corresponde en democracia, quién dicte sentencia en este proceso que pronto llegará a su fin con el nombramiento oficial del próximo Presidente de la República.

De momento lo que puedo decir, sin ser analista y a juzgar por las truculentas encuestas, es que cualquiera puede ganar. Creo que hasta yo si me lanzo y pago de mi bolsillo – no creo tener muchos contribuyentes que me ayuden- podría salir ganador, al igual que Rodolfo Piza, Luis Guillermo Solís y demás candidatos que al verse rezagados siempre salen con que sus propias casas encuestadoras los ponen en primer lugar. ¿Cuáles son esas firmas, quién las integran, qué intereses tienen? He ahí la gran pregunta. Me imagino que esto muchas veces funciona como los grupos musicales que contratan para las fiestas, ellos tienen que complacer a quienes les están pagando para que ambas partes salgan felices y contentos, de lo contrario, el negocio no camina.  Ahí se las dejo de tarea. Lo que me ha quedado claro es que las encuestas deben ser un elemento más a evaluar de los muchos que le ayudan al votante a formarse un criterio esclarecedor. No pueden basarse únicamente en estos estudios porque al final o terminan más confundidos o se verán obligados a darle el voto como a la mitad de los candidatos. Y así es muy peligroso, no vaya a ser que terminen votando por… (mejor no digo).

Y otro factor que puede ayudarnos pero tampoco hay que darle mucha pelota, son los debates. De lo poco que he visto de ellos hasta el momento, antes de que el sueño o el perillazo me venzan, es que estos encuentros miden más la capacidad de síntesis que de gobernar. Yo sé que son exigencias propias del formato televisivo y el tiempo de duración del espacio, pero también no dudo en que resumir en 30 segundos o un minuto todo lo que se quiere hacer en cuatro años es una verdadera hazaña de comunicación política. Eso sin contar los tiempos muertos de verreo, ataques y dimes y diretes que solo demuestran que a muchos de ellos les interesa más bajarle el piso al otro que hablar sobre sus ideas y propuestas para sacarnos de este atolladero en el que nos encontramos precisamente por la misma razón: mucha hablada y poca acción. Entonces, al final de cuentas, lo que menos nos queda es una impresión de quién es el más preparado y mejor capacitado para gobernar, pero sí el más histriónico, hablador o pegador, lo que al final de cuentas no sirve mucho, a no ser que queramos un líder al estilo Hugo Chavez o Daniel Ortega. ¡Dios nos libre!

Entonces, ¿cómo hacemos para decidir por quién votar? Ya vimos que ni las encuestas ni los debates siempre llevan la razón, muchos menos los analistas que por más analistas son seres humanos con su filtro subjetivo e ideológico para evaluar los acontecimientos políticos. Así que lo mejor y tómelo a modo  de humilde consejo. Vaya y vote pero que nadie decida por usted. Lea, infórmese, discuta y tome una decisión. Pero no se deje influenciar por nada ni por nadie. Si acaso consúltelo con la almohada. De todas formas, siempre habrá alguien al que no se le quedará bien, así que lo mejor es que quede bien consigo mismo, su conciencia y esta democracia centenaria que debemos defender no con pistolas ni tanques si no con un arma mucho más poderosa: el sufragio. ¡Nos vemos en las urnas!