Bueno, otro 14 de febrero y en lugar de estar viviéndolo, lo celebro escribiendo sobre él. ¡Vaya forma de celebración más aburrida!, dirá usted. Y le doy la razón. Pero como dicen que en la guerra y en el amor, todo se vale, yo aquí estoy, no precisamente frente a la dama de mis sueños, entregado a los sublimes placeres que la fecha demanda, sino más bien, sólo, en medio de esta noche de amor en el aire, reflexionando sobre tan complejo sentimiento, sentado frente a mi computadora personal, que, quizás por ser del género femenino, me hace sentir, al menos, un poco acompañado.
Y no lo digo para que alguna fémina en similar situación se apiade de mi ni provocar lástima porque la verdad es que en mi condición de soltero empedernido no me quejo y a veces hasta lo disfruto. De estar con alguien en este momento, como diría Arjona, estaría bailando un vals -o mejor una sala, agrego yo-, y este artículo no existiría. O tal vez sí exista, pero asumiendo las consecuencias de mis actos; es decir, volviendo a la soltería, por quedarme escribiendo en una noche hecha para cualquier cosa menos para tan noble oficio. Y a como están las cosas, no sé que prefiero más, si perder una novia o muchos lectores por una misma razón: el abandono. Pero, ya que está muy dura la competencia, tanto en asuntos de mujeres como de blogs, por el momento me quedo deleitándome con otra de mis pasiones: la escritura.
Con ella también se puede tener un romance y vivirlo a plenitud como el más tórrido de todos los que cualquier hombre pueda tener. Con la ventaja de que no te hace sufrir tanto y aunque a ratos te abandone y te resulte difícil entender las razones, siempre vuelve, cual musa fiel que llega de sorpresa a despertar los más bellos pensamientos retratados en el papel de su amante. Siempre fiel, siempre sumisa, incapaz de resistirse a los encantos de un escritor inspirado y enamorado de sus creaciones. Y es que eso, puede ser el amor. Entregarse en cuerpo, alma y vida a lo que nos apasiona. No necesariamente al sexo opuesto, aunque ello ocupe el primer lugar de preferencias, pero también lo podemos hacer extensivo al arte, el deporte, los viajes, la familia, los amigos…
Y en eso es donde definitivamente radica la riqueza de un sentimiento difícil de explicar pero fácil de experimentar: en su versatilidad e infinidad de usos prácticos, al igual que los de su más enconada antítesis: el odio. O se ama o se odia. Nada de medias tintas. El corazón no entiende de matices, eso se lo deja a la razón, donde podemos relativizar nuestros dilemas existenciales. En el plano, subjetivo resulta inviable. Yo no te quiero un poquito o te quiero mucho. ¡Sí o no! Punto.
Recordemos que el corazón tiene razones que la razón no entiende. Por esa naturaleza absoluta, es que se nos dificulta descifrar tan complejo sentimiento y a veces nos provoca una vorágine de sensaciones encontradas difíciles de comprender debido a que queremos entenderlos racionalmente y no como lo que son: algo totalmente subjetivo y cambiante. Hoy podemos estar saltando de alegría y al otro día inmerso en una tristeza profunda. Y por la misma causa: el amor. Pero si es para hacernos felices, entonces, ¿por qué nos hace sufrir? Si usted tiene la respuesta, querido lector, ¡felicidades!
Imagino que es como tratar de entender a la causante de nuestros desvelos, las mujeres: algo imposible. Bien dicen que no hay que entenderlas si no amarlas. Pero si no entendemos ninguna de las dos cosas, varones, ¡estamos jodidos! Pero bueno como en todo esto uno es medio masoquista y disfruta de hacerse bolas, aquí seguimos celebrando cada año una fecha que se nos está volviendo más comercial que sentimental. Como si el amor tuviera precio. Tan amorfo y etéreo resulta que nos lo quieren recetar en forma de rosas, chocolates, viajes a la playa, hilos dentales, cruceros y otro sin fin de regalitos que ya no sabemos si alegrarnos porque llegó o porque ya pasó y logramos sobrevivir a la hecatombe consumista de febrero, no más saliendo de la ingrata cuesta de enero, y con la amenaza a cuestas de, que el próximo año, regrese con más fuerza a darnos la estocada final. Esperemos sea a la billetera y no al corazón. Porque si se viene en combo y nos deja quebrados y despechados, las consecuencias pueden ser funestas.
En resumen, así es el amor. Ese sentimiento cruel que –cito de nuevo a Arjona- te prohíbe pensar, te ata y desata, y luego de a poco te mata, te bota y levanta y te vuelve a tirar. Sin embargo ahí estamos todos, rendidos ante su elixir adictivo. Aunque, como a Otto Guevara en las pasadas elecciones, nos haga morder el polvo, hay que levantarse, sacudirse y luchar por salir airoso de esta guerra sin cuartel contra el amor en la que siempre, inevitablemente, saldremos derrotados. Por más que lloramos, riamos, suframos o filosofemos, el corazón ya dictó sentencia: Ame, sienta y no lo piense tanto.