Le hubiera apostado primero a un campeonato de Cartago a que Luis Guillermo Solís fuera presidente. Pero lo que uno piensa o intuye no siempre coincide con la realidad, a veces, dura, triste o, como en este caso, simple y llanamente sorpresiva. Yo aún no lo tengo claro. Por más que le doy vueltas, no logro entender a ciencia cierta cómo un candidato que hace unos meses su principal rival a vencer era el margen de error, de repente se cuela entre los “preferati” y, de la noche a la mañana, pero con mucho trabajo de por medio, se convierte en Presidente de la República. Sin duda, todo un reto para los analistas políticos comprender este fenómeno e interpretarlo.
Sin ser muy ducho en el tema, lo que yo y muchos otros mortales de a pie concordamos es en una cosa: el pueblo se cansó y pidió a gritos un cambio. Eso es en resumen. Ya no más Liberación, ya no más corruptelas, ya no más de los mismos… En esencia, ese fue el clamor popular materializado en la aplastante victoria del PAC sobre el PLN que aún no asimila semejante paliza, cuando, al inicio de campaña, las encuestas y todos los astros parecían alinearse a su favor. Pero como aquí en Costa Rica, el que menos corre, alcanza un venado, cuando nos dimos cuenta la liebre verdiblanco se acostó a dormir a la vera del camino, y la tortuga del PAC se hizo de alas para llegar volando y soplado a la meta. La política, como la vida, nos da sorpresas y queda claro que el que se duerme, no amanece Presidente. ¿Verdad Johnny? Uno llora y el otro ríe. Esperemos que esta sea la excepción al viejo adagio de que el que ríe al último ríe mejor. No dudo que así será.
El pueblo de Costa Rica le tiene fe a don Luis Guillermo y yo también. Esperemos no nos defraude. Nuevas y esperanzadores señales se asoman en el horizonte a dos días de haber sido electo: ordenar la casa y frenar gastos innecesarios (incluyendo congelar los salarios de altos funcionarios) y promover la inversión extranjera, deteniendo el incremento en los costos de electricidad, solo por citar algunos ejemplos de lo poco que he escuchado.
Que va a ser un buen o mal presidente, eso no lo sabemos, cuatro años no son nada para hacer grandes transformaciones, por lo que no me pondré en este momento a jugar de clarividente especulando sobre lo que pueda pasar al final de su gestión. De momento, sólo me atrevo a opinar sobre el presente y lo que tenemos hoy como mandatario electo es una figura inédita y limpia en el redil político. Me refiero a que no pertenece a la camarilla de políticos tradicionales que nos han venido gobernando sin pena ni gloria durante los últimos años, con más desaciertos que logros sustanciales. Veo en don Luis Guillermo un rostro nuevo, ideas frescas, aires esperanzadores. No elevo demasiado mis expectativas porque soy consciente de que gobernar este país no es tarea fácil y menos en un fugaz cuatrienio, pero sí creo que, con el perdón de los libertarios, la hora del cambio nos ha llegado.
Desde hace tiempo vengo clamando –y sé que no solo yo- por una renovación total de las caras y mentes que integran la arena política de nuestro país. Por una especie de revolución o relevo generacional donde se brinden espacios para nuevos talentos con ganas de servir al país haciendo el trabajo de una forma diferente a la tradicional. Si queremos mejores resultados no podemos seguir haciendo lo mismo y menos continuar siendo gobernados por los mismos.
En este país sobra capacidad, entrega, patriotismo, inteligencia y honradez para lavarle la cara a la política y empezar a fichar gente buena, preparada y por qué no hasta desconocida en el ámbito político. La experiencia en este vilipendiado campo a veces no es buena consejera. Puede que lo que se necesite es un resurgir, un empezar de cero, un cambio radical de actitud y voluntad para desenredarnos y hacer que la carreta avance en medio de este barreal en que nos encontramos desde hace ya varios lustros.
Luis Guillermo parece ser un paso importante en esa dirección. Si bien tiene su pasado liberacionista, ha dado muestras de tener los quilates morales e intelectuales para sentar un precedente importante en el proceso de depuración y descontaminación que nuestra política demanda. Tiene la carreta en la mano y toda la legitimidad popular para sacar la faena, como buen hombre da campo, como buen boyero que necesitamos ponga este país a caminar… ¡Que así sea!