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El aguacate no me lo hago tragado. Prefiero degustarlo y saborearlo lentamente en tortilla, con nachos o un buen plato de arroz y frijoles. Lo mismo sucede con el cuento este que se ha armado alrededor de tan codiciada fruta: no me lo trago. Eso de que hay escasez me parece más un cuento chino -o mexicano más bien- que un reflejo de lo que realmente sucede en los supermercados, la verdulería o en los tramos de la ruta 27 a la altura de Orotina. Podrá faltar plata o ganas de parar a comprarlos, pero de que hay, hay. Vaya dese una vuelta y lo comprobará.

Tal vez no sean de la especie Premium de larga duración que nos mandan los caballeros templarios desde su centro de operaciones al otro lado del río Bravo, pero –insisto- de que hay, hay y muy buenos. Y lo mejor de todo, libres de certificados de origen de dudosa procedencia o condimentados con un polvo blanco que no precisamente es el queso molido que los acompaña para degustarlos untados en una buena tostada guatemalteca o unos crujientes totopos mexicanos (tortillitas tostadas).

Yo, paradójicamente, en estos momentos que anuncian el acabose aguacatero es justo cuando más lo he comido en todo el año. En una visita reciente a mis familiares de Esparza, mi tío me obsequió una bolsa bien surtida de aguacates de la finca de mi abuelito en Miramar… y válgame Dios, mantequilla pura y calidad comprobada. Les aseguro que nada que envidiarle a los mentados Hass que tanto se la tiran de ser la última chupada del… aguacate. Y no fue una bolsita de tres frutitas como las que fue a dejar el Ministro de Asuntos Aguaceteros eh perdón de Comunicación al restaurante Subway, acción que dicho sea de paso aún no logro comprender ni hallar su relación con la delicada labor encomendada de desarrollar efectivas estrategias de comunicación política.

Pero bueno, eso es harina de otro saco. Volviendo al “aguacategate” la cosa es que me traje una bolsa de un montón de “oros verdes” -como lo bautizaron los narcos mexicanos- que he disfrutado, compartido y regalado. Es más, con harta pena debo confesar –y que no salga de Costa Rica, por favor- que hasta tuve que botar uno que se me puso malo a falta de estómago para comerme tantos yo solito sin sufrir de una indigestión crónica aguacatezca que me mande a Emergencias del Hospital o a Mediana Abierta de la Reforma, bajo sospecha de habérmelos robado todos y sumir al país en una crisis de desabasto.

Lo importante es que aún quedan un montón en la casa de mi tío, regados por todo el corredor, como en una suerte de burla hacia todos aquellos que pregonan el fin de los tiempos del aguacate en la mesa costarricense. ¿Cuántos les vendo? Como si no hubiera problemas más graves que atender en este país que la preocupación sobre si hay o no con qué sazonar el chifrijo. Que no se nos acaben las águilas para acompañarlo porque ahí sí que mejor declaren estado de emergencia. Que la inseguridad, el déficit fiscal, la violencia infantil, los altos precios de la luz… Suave, suave… primero el aguacatito y luego todo lo demás. No ven que con el estómago vacío no se puede pensar y sin aguacate…más pior. Dios mío qué me les das que los pones tan brutos, diría el finado Parmenio Medina. ¿Será aguacate? No creo, con tantas propiedades que distinguen a esa fruta, deberían andar bien alentaditos y avispados. Pero a como veo la cosa hay más de uno que ni pegándoselo entero en la jupa parece capaz de reaccionar ante lo obvio.

Aguacates hay y de calidad. Pruébelos y verá que son mucho mejores que esos que venden en los restaurantes o cadenas de comida rápida donde, dicho sea de paso, por un pedacito minúsculo le cobran como si nos estuvieran vendiendo la cosecha entera. En los últimos días lo he probado y comprobado: el producto orgullosamente nacional no tiene nada que envidiarle al extranjero ni al más pintado de los Hass. Lo made in Costa Rica tiene capacidad para competir con todo lo de afuera, sea en un plato de arroz y frijoles o en otras lides menos triviales.

Que se quiera favorecer a ciertos sectores con intereses muy particulares y perjudicar a otros menos poderosos, eso ya es aguacate de otro costal y un tema para discutir en una próxima ocasión. De momento, los dejo porque una buena tajada de “agua pasa por mi casa…” me está esperando en la mesa. ¡Buen provecho para quienes quieran acompañarme a degustarlo!