En el Mundial, sobraban los bebés con nombres Keylor, Bryan o Joel; en estos días, puede que suceda algo parecido, pero con Uber. Se ha hablado tanto del tema que es probable que ya no sólo aparezca con recurrencia en los periódicos y redes sociales sino también comience a frecuentar las actas de nacimiento.
Uber aquí, uber allá y pacullá… hasta a un compañero de nombre Huber ya le han preguntado más de una vez que cuánto cobra por una carrera. Típico de los ticos, tomar cualquier asunto, por más polémico que sea, del lado amable y choteador. Es un mecanismo de defensa patentizado para evitar o aligerar las tensiones que implica nuestra aciaga vida real. Así que para estar a la moda con esta tendencia “uberiana” voy a pronunciarme al respecto yo también.
Creo que soy el único que falta, al menos dentro del grupo que no sabemos ni papa del tema. Ah porque esa es otra, aquí nos aventuramos a opinar hasta de lo que no nos importa con tal de sentirnos cool, tirárnosla de conocedores o simplemente para no quedar excluido del último grito en redes sociales.
Por lo tanto, en una suerte de desahogo que combina todas las razones anteriores, aquí voy con mi descargo… y de una vez rechazo, por aquello, de los taxistas y legalistas que osen mandarme a dar un paseo a la Fuente de la Hispanidad. En mi humilde criterio, sin ser experto en la materia, esto de Uber es algo que inevitablemente se iba a dejar venir, tarde o temprano. Si ya opera o al menos lo intenta, en otros países del orbe, no exento de niveles similares o parecidos de polémica, no había razón para que Costa Rica quedara fuera de la ola uberista.
Si así como nos gusta importar y autoimponernos los goces y tendencias foráneas –vestirnos con ropa usada, diría Dionisio Cabal-, por qué vamos a molestarnos por la repentina irrupción de una modalidad de transporte por aplicación móvil. Y aun así, muchos se incomodan. Para unas cosas sí se vale emular y para otras, igual o más beneficiosas, pegamos el grito al Facebook. ¿Quién los entiende?
Pero en fin, sin querer atacar ni defender a los taxistas o a Otto Guevara, creo que, tratando de ser algo neutral en la discusión, lo que debe prevalecer es el bien superior del usuario. Al final de cuentas, es él quien decide si contrata o no al servicio, por más que los taxistas y porteadores anuncian la hecatombe mundial y se abalancen, como salvajes, al primer carro que viaje bajo el hashtag #yosoyuber.
A lo mejor es el hijo de vecino que lleva a la abuelita al supermercado pero que por llevarla en el asiento de atrás ya hace a su conductor sospechoso de brindar servicios remunerados de transporte de dudosa procedencia. Y este es el gran peligro que conlleva estar inmerso en esta jungla asfáltica de ánimos caldeados donde el que no es Uber, lo aparenta. ¿Será que ahora solo será permitida una persona por carro? Y tanto que hablamos de las ventajas del car pulling que, viene siendo algo parecido, sin un pago obligatorio de por medio.
Estamos claros que, según ha trascendido en medios últimamente, los pobres tráficos están atados de mano con Uber, por más que su director apele a la malicia indígena del oficial, la cual acaba donde empiezan los derechos individuales del usuario. No vaya a ser que, por jugar de malicioso, más de uno salga premiado con una buena demanda por abuso de autoridad. En resumen, nada qué hacer para nuestros oficiales, a no ser que se realicen cambios sustantivos en la ley, una opción sumamente válida, no tanto para reprimir a los Ubers, como para brindarles el marco legal para operar en un mercado libre y debidamente regulado.
Lo que no se vale es tigre suelto contra burro amarrado; esto es, taxistas sujetos a normas y deberes –pago de marchamo, Riteve al día, seguros, pago de comisión al dueño de la placa- contra otros que operan con un mínimo de requisitos de ley. Hay que emparejar la carretera para que todos transiten en igualdad de condiciones. No se vale la competencia desleal; más, sí la que nos insta a mejorar. Sin embargo, como todo lo concerniente a modificaciones legales de este tipo vislumbran un tortuoso camino en Cuesta Moras, esto es algo que, para cuando vea la luz en el plenario, es probable que Uber ya ande ofreciendo viajes interestelares en naves especiales de motor de plasma.
Por lo tanto, el tema de los cambios legales, si bien es casi el más importante, no lo vemos viable en el corto plazo y el problema es que Uber ya está aquí… llegó sin avisar y para quedarse. O sea, tiempo es lo que menos tenemos en esta difícil coyuntura que obliga a soluciones prontas y realistas. La principal de ellas, a mi criterio, es medir la demanda de la que pueda gozar el servicio. Puede ser muy bonito y tecnológico, pero si no cala en la gente, muere la flor.
Si el costarricense promedio prefiere irse por lo viejo conocido, los taxistas, piratas y porteadores, se anotaron un punto de oro a costa de los intereses del rival a vencer. Pero si, al contrario, los clientes castigan a los taxistas y prefieren al amigo Uber que no los maltrata ni les altera la maría, entonces los del carro rojo van a tener que ir buscando nuevo oficio. Muchos ya sienten los pasos de gigante y por eso se valen del más mínimo ardid para defender sus mezquinos intereses gremiales, aunque sea con matonismo y violencia.
Deberían hacerse escuchar de formas más civilizadas y efectivas como una mejora sustantiva en el servicio brindado y dejarse de preocupar tanto por lo que haga el de la cuadra del frente. Además, para nadie es un secreto, que en todo barrio o ciudad, de tres habitantes, uno es taxista, el otro pirata y el tercero, hace fletes. ¿Habrá demanda para tanta oferta de transporte? Puede que sí, pero tal vez no siempre, salvo en circunstancias especiales como partidos y conciertos donde todo mundo deja el carro en la casa y a la salida, aumenta la necesidad de un carito que me colabore pero que nunca aparece.
Los Ubers parecen estar siempre a disposición. De ser así, reciban la más cordial bienvenida en nombre de los usuarios costarricenses, que en materia de servicios públicos, son los que llevamos la razón. Los demás que sigan hablando y si tienen miedo, compren perro… o denle like a #Yosoyuber y dejen de sufrir.