Ya él no tomará su acostumbrada tacita de café. Quizás lo hagan quienes asistan a darle su último adiós, mientras lo recuerden impartiendo clases, persiguiendo a los caquitos, hablando incoherencias con Chaparrón Bonaparte, o enfrentándose al Chapulín Colorado en su papel del matonsísimo Kid. Cada quien lo rememorará a su manera o en su mejor interpretación, dada la reconocida versatilidad del artista que encarnó a sus diversos y entrañables personajes.
Como acérrimo seguidor del “programa número uno de la televisión humorística” debo reconocer que, junto a Ron Damón, fue de mis favoritos, con un talento innato para la actuación, capaz de despertar respeto, miedo, compasión y hasta ternura. En un capítulo podía fungir como el inteligente y ceremonioso maestro Longaniza –eh perdón, Profesor Jirafales-, con su infaltable manifestación de enojo (ta ta ta taa) y al siguiente estar empuñando el arma, como el perspicaz Sargento Refugio, para finalizar en los zapatos y tirantes del trastornado Lucas Tañeda.
Pero de todos sus “sombreros”, el que mejor le quedó a Rubén Aguirre y por el que siempre será recordado fue el del “Maistro”, el cual interpretó durante casi tres décadas junto al mejor de los elencos humorísticos, comandado por su amigo y mentor Roberto Gómez Bolaños (qdDg), para quien siempre tuvo palabras de admiración y lealtad, a pesar de las rencillas de algunos de sus protagonistas por derechos de imagen y otros artilugios legales sin nada de gracia.
En el 2002, durante una visita a Costa Rica, con motivo del espectáculo circense con el que se dedicaba a recorrer el mundo, como muestra de agradecimiento por el cariño del público, dijo que “es muy bonito ser conocido en casi 90 países”. Además, admitió, en un acto de humildad y profesionalismo que, de haber sabido la trascendencia que adquiriría el programa, hubiera puesto más de su parte frente a las cámaras.
Mexicano de nacimiento, pero con vínculos afectivos universales, “El Profe” fue parte de los que marcó una época dorada del humor para varias generaciones que crecimos viéndolo cortejar a su eterna enamorada, Doña Florinda, enfundado en su impecable traje entero, con el puro en la boca y sosteniendo el ramo de rosas rojas.
Como programa nostálgico por excelencia en todo el orbe, yo soy uno que, a mucho orgullo, sigo viendo El Chavo, por lo cual, cada vez que algún ilustre habitante de la vecindad se muda a la morada celestial, es como si se perdiera a un ser querido que nos deja un enorme vacío entre los amantes del noble arte de hacer reír. Aflora un inevitable sentimiento de tristeza y orfandad sobre todo al recordar que pocas horas antes lo había visto entrenando a Chaparrón para convertirlo en una gran promesa del futbol que al final logró vender en 32.5 pesos.
Hace dos años fue la muerte de Chespirito la que me llevó a escribir un artículo para despedirlo y agradecerle por su valioso legado y hoy hago lo propio con Rubén Aguirre, un caballero del humor, que se marcha no con un adiós sino con un “hasta el próximo episodio” que afortunadamente nos queda a tan solo un click de distancia en Youtube.
Ellos, mientras tanto, en el cielo, podrán continuar con las clases de guitarra, escribiendo artículos para La Chicharra, o sacándose las chiripiorcas… ¡Tranquilos chifladitos que allá nadie dirá que están locos, pero sí que son unos verdaderos genios! En la Tierra, ya lo pudimos comprobar.