Si yo pudiera me voy de inmediato a Venezuela a sacar de las orejas a Nicolás Maduro del Palacio de Miraflores. Pero como sé que sólo no puedo ni me corresponde tampoco, so pena de ser repelido a punta de plomo, espero que alguien vea en mis nobles intenciones un ejemplo de lo que la comunidad internacional, en un frente común de presión, debió realizar desde el primer día que esta caricatura de Presidente asumió el poder.
¿Por qué no se ha hecho? Sin duda, todos hemos pecado de omisión. Ha faltado voluntad, determinación y coraje. Hasta la fecha, nos hemos limitado a fungir como simples espectadores en las graderías del Coliseo Romano en que se han convertido las calles del hermano país sudamericano, donde ya llegaron al extremo de matar a un ladrón para despojarlo de cinco dólares que se robó.
Y como si la inseguridad fuera poca, súmele la cadena de males complementarios que terminan de agravar el caótico panorama en tierras bolivarianas: hiperinflación, pobreza, desempleo, irrespeto a los derechos humanos y un mandatario maniático, con ínfulas dictatoriales, que ya no ve sólo pajaritos chavistas en el aire sino también agentes de la CIA y conspiraciones. ¡Ay Bolívar, que tu espíritu libertador guíe a tus coterráneos en estos aciagos momentos!
“La situación en Venezuela no puede ser más grave, realmente estamos asistiendo a una situación realmente de crisis”, dice a periodistas en Bogotá José Miguel Vivanco, director para las Américas de HRW. “Piden a países de la OEA reunirse por crisis en Venezuela.” “La Asamblea Nacional de Venezuela pide intervención de la OEA”. “OEA analiza aplicar la Carta Democrática por crisis en Venezuela” son otras de las principales noticias que dan cuenta las agencias internacionales.
El tiempo apremia y las soluciones escasean. Basta de verborrea, solicitudes y análisis. Los hechos hablan por sí solos. ¿Qué está haciendo la OEA? Preguntándose si invocan o no la Carta Democrática. Por Dios, ¿qué esperan? Y la ONU, ¿qué dice a todo esto? ¿Acaso no tiene un Consejo de Seguridad que tiene la responsabilidad primordial de mantener la paz y la seguridad internacionales? ¿Y los miembros CELAC, que en 2015 estuvieron reunidos en Costa Rica degustando costosos manjares y hospedados en hoteles de lujo?
O sea, para qué tantos grupos, cumbres, reuniones, almuerzos, alharacas, apretones de manos y sonrisas para la foto si a la hora de la hora, como se diría popularmente, no ponen el huevo. No puede ser posible que a estas alturas no hayamos demostrado que en las naciones verdaderamente democráticas la unión hace la fuerza. Hay un hermano país que se está desangrando y todos, a un costado, sentados, muy lirondos, viéndolo morir. La muestra de pasividad y complicidad de la comunidad y los organismos hemisféricos ha sido algo sin precedentes en la historia reciente latinoamericana. Parafraseando a Mujica, hay que estar loco como una cabra, no sólo para provocar semejante caos, sino también para no reaccionar teniéndolo todos los días al frente de nuestras narices.
No me refiero a empuñar las armas y enfrentarnos a balazos con las intransigentes fuerzas maduristas –aunque a más de uno le sobren ganas-, lo cual puede resultar peor el remedio que la enfermedad, pero sí resulta imperativo apelar a todos los mecanismos políticos, diplomáticos y disuasivos posibles para acabar con la crisis. ¿Pero qué hacer específicamente, se preguntará más de uno? No sé, no soy experto, pero hay muchas formas de ejercer presión por las vías legítimas del derecho universal: expulsión de la OEA, sanciones, arbitrajes, mediación de terceros, aislamiento comercial, cascos azules, en fin, no sé… algo, lo que sea, antes de que sea demasiado tarde.
Urge una fuerte y decidida intervención en todos los frentes posibles del régimen internacional de derecho para frenar esta barbarie que se está cometiendo contra personas buenas y trabajadoras –algunas de las cuales he tenido el honor de conocer – quienes merecen un mañana mejor en una patria justa y próspera.
Respetando los límites de autodeterminación y no intervención foránea en asuntos internos, las sociedades democráticas globales deben, como mínimo, alzar la voz y solidarizarse con el pueblo venezolano. A como está la cosa, solos difícilmente lo lograrán.
Hoy, más que nunca, todos somos venezolanos. ¿Verdad, chamo?