Hay escritores que reniegan de su condición. Ya sea por una genuina o falsa modestia, algunos no se consideran dignos de autoproclamarse colegas de García Márquez. “Yo no soy escritor, soy una persona a la que le gusta escribir”, me decía un reconocido autor nacional. Bueno, muy respetable su posición y la verdad es que cada quien tendrá sus razones personales para preferir llamarse escribidor, ensayista, redactor, cuentista, o bien, escritor, con toda la admiración y respeto que el título conlleva.
Independientemente de que seamos aficionados o profesionales de las letras, si hay un oficio del que no podemos renegar, es que todos, en el momento de publicar un libro, nos convertimos en vendedores. Nos guste o no, lo somos. En mayor o menor medida, buenos o malos, aprendices o expertos. Es quizás algo en lo que pocos pensamos hasta que vemos impresa nuestra obra y nos damos cuenta que, muy bonita y todo, pero ahí apilada en una caja o exhibida a la par de un montón más en una librería, no hará nada sino salimos a la calle, al trabajo, a las fiestas y donde sea a promocionarla. Si se cuenta detrás con el respaldo comercial de una editorial, pues la carga se aliviana, pero si, como en mi caso, toca hacer el tiro de esquina e ir a cabecear, entonces la situación se complica.
Y no solo me pasó a mí, sino a más de 20 escritores que nos fuimos a participar del festival de verano Transitarte 2017, un magnífico y concurrido evento cultural del que hablaré más en detalle en un próximo artículo. En nuestra condición de escritores independientes, no nos queda más que ir por el mundo con nuestra obra bajo el brazo. Por más que nos conformemos con el sueño cumplido de haberla publicado y sin pretender volvernos millonarios a punta de libros, debemos participar en ferias, eventos, talleres y cuanta cosa haya para que sepan de nuestra existencia, sobre todo quienes estamos empezando en estas apasionantes lides literarias.
Así que lleno de ilusión, y de temores también, me fui a participar del festival, más dispuesto a disfrutar y aprender que a hacerle números a las ventas que podía lograr. Si algo he aprendido es que andar por la vida con expectativas, no te permite disfrutar del momento. Mientras me guste lo que hago, el dinero vendrá por añadidura, pensaba, tratando de calmar la ansiedad. La ventaja es que no estaba solo, pues hablando con un amigo y colega, me percaté que no soy el único que no se lleva con las ventas o ellas conmigo, en una complicada pero necesaria relación de mutua aversión. “Me cuesta mucho vender”, me decía. “Bueno, ya tendremos nuestro estiramiento del fin de semana” le comenté entre risas, totalmente identificado con su preocupación. “Cada venta es una conferencia magistral”, me explicó otro, con más “espuela”.
Ya metido de lleno en la tarea, sin derecho a quejas ni dar marcha atrás, debo admitir que efectivamente la tarea no es difícil… es bien complicada. Por más buen escritor que se sea, si no se logra persuadir al público de la calidad del libro, muy probablemente no lo compren y el problema es que, soy del criterio, que la persona menos indicada para ofrecerlo es el propio autor debido a su natural parcialidad para referirse a su “criatura”. ¿Cuál padre hablará mal de su hijo? Aunque reconozco que hay excepciones y, como pude ver en el festival, nunca falta la persona sorprendida por la juventud del escritor o la niña que no sale del asombro al tener frente a sus propios ojos a la creadora de sus historias preferidas.
En todo caso, creo que la mejor publicidad para un escritor es un lector satisfecho. Sin embargo, para lograr uno, diez o mil de ellos, hay que empezar con lo esencial: vender, con todas los éxitos y fracasos que esta respetable labor implica y para la cual ningún escritor está preparado. Desde lo más normal y frecuente, como un “no gracias”, hasta que te ignoren o que te salgan con el comentario inoportuno de “por qué no escribe sobre otra cosa.”
En fin, reacciones hay tan variadas como gustos y tipos de lectores. Es entonces, cuando se cae en cuenta de las grandes mentiras o excusas “salvatandas” en que hasta uno mismo incurre para salir del paso frente al asedio de vendedores insistentes: “Me gusta, pero ahorita no ando plata”, “ya vengo”, “tenés algún contacto para llamarte después” o, mi favorita, “voy a seguir viendo, cualquier cosa paso después.” Que levante la mano quien no la haya dicho. Bueno, estimados colegas, ya sabemos lo que se siente.
Pero, definitivamente, nada se compara con el sentimiento, radicalmente opuesto, que aflora al recibir un cumplido o concretar una venta. Y al final del evento, salí contento, porque a pesar de ser la primera vez en tan magno evento no me fue nada mal en copias vendidas y experimenté, en carne propia, una máxima del mundo literario que desconocía: escritor que no vende, puede ser cualquier cosa, menos escritor.
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