Ya no se sabe qué es más seguro, si seguir pasando por encima de ellos, o mejor, tirarse río abajo a cruzar entre piedras y charrales. Si comprar un helicóptero o pedirle prestada la capa a Superman.
En esas cavilaciones me encuentro después de escuchar una alarmante declaración, no apta para cardiacos, lanzada por el Ing. Luis Guillermo Loría, del Laboratorio Nacional de Materiales y Modelos Estructurales (Lanamme), en una entrevista radial que le realizaron sobre el precario estado de nuestra infraestructura vial.
En medio de los preparativos de celebración por la tan esperada reapertura del puente mundialmente conocido como “de la platina”, el hombre, sin mediar anestesia, nos aguó la fiesta de sopetón con la «joyita» que se mandó en franja familiar y sin temor a herir susceptibilidades.
Frase lapidaria
“En Costa Rica hay unos 600 puentes a la mano de Dios”, sentenció, obligándonos a tomar conciencia de que no solo de “platinazos” vive el hombre. Suave, suave, suave… ¿Cómo así don Luis? ¿Está bromeando? Conociendo la seriedad y profesionalismo del entrevistado, lo descarté de inmediato. Luego de tomarme un vaso de agua y recuperar la compostura llegué a la conclusión de que, por más que nos pare la peluca, el hombre tiene la boca llena de razón.
En puro y simple castellano, esto quiere decir que las autoridades de este país están jugando a la ruleta rusa con miles de costarricenses que transitamos a diario por esos puentes sostenidos con chicles y telas de araña. El cruzarlos, entonces, se ha convertido en un acto de fe y el llegar –vivo, claro está- al otro lado, un milagro a prueba de desgastes, corrosión y socavamiento.
Como buen pueblo creyente, nos vemos obligados a atenernos a la gracia y misericordia de un ser supremo que, teniendo cosas más importantes que hacer, se ve obligado a fungir de ingeniero debido a la incompetencia de quienes les corresponde asumir la tarea.
Lecciones no aprendidas
Recuerdan la tragedia de hace ocho años, cuando murieron cinco personas y otras 30 resultaron heridas, tras el desplome del puente sobre el río Tárcoles, que le costó el puesto a la entonces ministra del MOPT, Karla González. Esa fue una clara advertencia de que nuestros puentes urgían de una intervención técnica inmediata para evitar futuras tragedias. ¿Qué se ha hecho desde entonces? ¿Cuántos muertos nos hacen falta?
Aunque no necesariamente tienen que haber pérdidas humanas –Dios nos libre- para darnos cuenta de la gravedad del asunto. Según el experto, basta con que uno de estos puentes estratégicos falle, para trasladar el «efecto platina» a otras zonas del país con los consabidos efectos negativos en el desarrollo normal de nuestras actividades cotidianas.
Yo, sin ser ingeniero, desde hace tiempo venía sospechando que algo malo ocurría, cuando, una vez, me quedé pegado en una presa sobre el puente ahora llamado Alfredo González Flores, y sentí como aquello no paraba de vibrar y mecerse como si estuviéramos circulando sobre uno de hamaca y no de metal.
Peligro inminente
No debe distar mucho a lo que sucede en centenas de otras estructuras, construidas hace más de 40 años y con escasa o nula labor de mantenimiento preventivo, tales como el puente sobre el Río Barranca, el de Mata de Limón, el Rafael Iglesias –sobre el río Colorado, solo para citar tres de los más importantes y que frecuentemente usted y yo transitamos sin saber el peligro a que nos enfrentamos, cada vez que ponemos un pie –o una llanta- sobre cada uno de ellos.
¿Quiénes son los culpables? ¿Los políticos, los ingenieros? Para el funcionario de Lanamme la responsabilidad es compartida. Los primeros, por no entender que nuestro país está ávido de obras grandes de infraestructura y, los segundos, por dejarse avasallar por decisiones políticas incorrectas. Incluso denuncia la existencia de una camarilla oculta de dizque profesionales, con mentalidad chiquitica, empecinados en torpedear cualquier proyecto de envergadura. Muchos de ellos integran esa nefasta dictadura de los mandos medios de la que habló el Presidente en su último informe de rendición de cuentas.
Ojalá Dios disponga de suficientes manos y ángeles para sostener los 600 puentes y hasta a nosotros mismos mientras los vamos cruzando, unidos en oración, suplicando para que esas fuerzas negativas que denuncian los dos Luis Guillermos –el ingeniero y el político- se sacudan la miopía, la desidia y la mediocridad que nos mantiene, literalmente, al borde del precipicio.
“A Dios rogando y con el mazo dando” … eso sí, no muy fuerte porque se nos viene abajo el puente.