Servicio de lavado de vehículos

Foto con fines ilustrativos. Tomada de escazunews.com

Todo inició con una rutinaria salida a lavar el carro. Al mismo lugar y hora de siempre. A pesar de la presa que me sorprendió de camino, la cual normalmente no está los domingos –días en los que acostumbro cumplir dicha diligencia-, la “vuelta” parecía que se realizaría dentro de lo esperado y normal, con la excepción de que sería un viernes por la tarde.

No sé si fue que no le gustó el adelanto de dos días o simplemente andaba “quitado” para el agua –el carro, no yo- lo cierto es que pronto me daría cuenta que probablemente no le convenía a ninguno de los dos.

Aproveché el trayecto para prepararlo y que, al llegar no hubiera tiempo que perder y pasara de una vez por su respectiva manita de gato. Yo, por mi parte, ya iba más que listo, con lo de siempre: un libro, mi celular y mis audífonos para hacer más amena y rápida la espera.

Lavado a oscuras

La alegría que, al llegar, me produjo ver el local vacío, se convirtió en desazón, tras comprobar que la escasa afluencia de clientes no se debía a que solo yo había tenido la genialidad de ir a lavar el carro un viernes, sino debido a la mala noticia brindada por el amigo nicaragüense que me recibió: “Compa, estamos sin luz.”

Tratando de jugar de gracioso, casi le respondo, “pero sí hay agua, lávemelo por fa”. Me abstuve. No vaya a ser que, en lugar de ocurrente, quedara como el tonto que no sabe que las hidrolavadoras necesitan de electricidad para funcionar.

En lugar de eso, opté por la frase trillada patentizada por los ticos para ese tipo de infortunios. “Ay, qué tirada”. Le agradecí por nada, di media vuelta y salí en busca de algún otro lavacar cercano donde sí hubiera luz. “Diay si, ya que andamos en esto, aprovechemos”, me dije, tratando de consolarme.

En busca de Plan B

No conocía ningún otro local cercano. Puse Waze y me envió a uno ubicado en Sabana Sur, hacia donde me dirigí esperanzado en que ahí sí hubiera luz. Y efectivamente la había. Vaya, qué buena suerte, pensé. Pues ni tanto, porque resulta que lo que no había era agua… o ganas de trabajar, a juzgar por los malos modos y gestos de desaprobación de sus empleados.

Por un momento pensé que era que había llegado justo a la hora del café o de cierre. Traté de entenderlos. Supongo que no debe ser muy bonito que, después de una larga y cansada semana laboral, llegue un tipo con el carro hecho una nube de polvo a obligarlos a trabajar horas extra… y para peores, cuando no hay agua. Ya decía yo que el negocio no se veía tan moderno como para estar implementando la técnica ecológica de lavado en seco.

“Ay qué tirada”, de nuevo. Comenzaba a parecer disco rayado… y mi carro, muerto de risa. Tratando de desafiarlo y comprobar de que sí es cierto aquello que la tercera es la vencida, volví a buscar otra opción cercana y esta vez me mandó a otro, en la Avenida 10.

¡Vámonos! Nada se pierde. Cuál fue mi sorpresa que, al llegar,  tampoco había luz, ni agua, ni local. Después de estar orillado como cinco minutos viendo para todos los puntos cardinales y revisando que esta vez no fuera el celular o Waze el que me estaba fallando –solo eso me hacía falta- llegué a la conclusión de que en ese sector había de todo menos el bendito lavacar. ¡Qué salado!.

¿La cuarta es la vencida?

O mi carro andaba con frío o su rebeldía contra el agua rendía frutos. Lo cierto es que él, feliz con su suciedad, y yo, resignado ante mi desdicha, nos regresamos a la casa… no sin antes, testarudo que es uno, gastar el último cartucho y demostrar que, en ocasiones, la cuarta también puede ser la vencida… o la comprobación definitiva que cuando no conviene, no conviene.

Me metí, entonces, a un desconocido parqueo que me topé de casualidad y en cuya entrada anunciaba el servicio de lavado. Por fin, lo lograré. Ya ves como no te vas a salvar del agua, mi querido carrito. “Buenas jefe, disculpe, pero acabamos de cerrar”. Tráigalo mañana y con gusto, agregó, enseguida, el propietario, en respuesta a mi gesto de incredulidad.

“Qué mañana ni que ocho cuartos. Ahora se queda sin lavar hasta el 2018”, pensé a modo de regaño y castigo. Hasta el pobre carro salió rascando. Debatiéndome entre el enojo y la risa, por el duelo que iba perdiendo cuatro a cero, salí “soplado” y “ahuevado” del lugar, implorando porque no hubiera un quinto malo.

Todo pasa por algo

“No le convenía, don Ricardo. A lo mejor le están evitando un disgusto mayor por un rayón o un mal trabajo”, me comentó el administrador del condominio donde vivo, tras relatarle la curiosa anécdota y darme dos o tres referencias de buenos lavacars que probablemente me brindarán un mejor servicio que en los cuatro locales anteriores juntos.

Cambié el típico “por qué a mí” por el “para qué” y, de repente, todo cobró sentido. Una pregunta que, ante situaciones difíciles de verdad y no un simple intento fallido de lavar el carro, puede arrojarnos luz sobre esas áreas de nuestra vida que, como mi auto, requieren una limpieza profunda.