Me gusta la gente incómoda. Que cuestiona, contradice, debate, polemiza y no se deja influir por la confortable posición de las mayorías. En estos tiempos de frágiles generaciones de cristal, incurrir en esas conductas contestatarias, lo considero un deporte extremo apto solo para valientes a prueba de críticas, chota u ofensas, o para seres en extremo indiferentes a los que todo lo anterior les importa un carajo.

De ahí que me llamó mucho la atención la opinión controvertida de un doctor en Psicología, investigador y docente español, llamado Edgar Cabanas, coautor de un libro titulado: Happycracia: cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas, un éxito de ventas traducido a más de 10 idiomas, lo cual demuestra que hay otros también que simpatizan con las personas inconformes que reman contracorriente.

En una entrevista en El País, publicada en 2019, pero que hasta la semana pasada me enteré de su existencia, el díscolo académico soltó, entre otras joyitas, que “los libros de autoayuda no sirven y nos dicen lo que queremos oír con mensaje simples.”

¡Vaya, vaya! Sin duda, una declaración altamente disruptiva para quienes, desde tiempo inmemoriales, venimos atestiguando la popularidad de este tipo de literatura. Eso, aunado a mi afición a los temas de crecimiento personal y a que incluso tengo entre manos la publicación de un libro al respecto, hizo que, obviamente, las irreverentes opiniones del profesor, de entrada, no fueran completamente de recibo.

¿Quién se cree este tipo para venir a decirme que no puedo ser feliz?, me dije, de inmediato, reaccionando de una forma prosaica e instintiva, típica de los seres humanos cuando algo amenaza nuestro sesgo de confirmación.

Sin embargo, lejos de molestarme, el escozor que me provocaron sus criterios, despertaron mi interés, por atípicas e inusitadas. Nada mejor para el crecimiento que exponernos a declaraciones divergentes que nos hagan expandir nuestro limitado mapa de la realidad –principio estoico.

¿Tiene razón o no?

Ya más sereno y como parte de mis ejercicios habituales de entrenamiento emocional, me despojé de mis prejuicios para, desde la curiosidad y la empatía, tratar de entender la posición del infeliz doctor que no parecería ser muy afín a su colega Patch Adams y su famosa risoterapia. (Dice que él prefiere que le pregunten si hace bien su trabajo, en lugar de si es feliz.)

Estemos o no de acuerdo, encontrar a alguien que, en estas épocas de coaching, mindfulness y psicología positiva -en las que ser feliz pareciera una obligación-, se atreva a salirse del molde tradicional, me parece interesante y digno de estudio.

Opté, entonces, por profundizar al respecto, viendo en YouTube una charla TEDx del autor, en la que aborda, con mayor amplitud y propiedad, los argumentos en pro de su tesis antifelicidad, algunos de los cuales procedo a comentar, con el noble objetivo de contribuir al sano debate, alrededor de un tema álgido y sensible.

Empecemos, primero, en lo que coincidimos. Dice que la felicidad es un negocio altamente poderoso, lucrativo e influyente que incluye productos de autoayuda, belleza, libros de divulgación, conferencias, cursos, expertos que dan charlas en empresas…

Totalmente de acuerdo. Las frases de felicidad y motivación las encontramos en camisetas, tazas, y hasta en los estados de WhatsApp. ¿Es esto malo? En lo absoluto. Si hay alguien al que le hace sentir mejor leer todas las mañanas que es una persona especial y valiosa, mientras toma el café, en buena hora. Cada quien se automotiva a su manera.

Eso sí, yo lo complementaría, como dice un amigo coach, con que la felicidad es un negocio… que ayuda a muchas personas. No hay nada malo que sea un negocio lucrativo y poderoso. Hay muchos otros que también lo son, en igual o mayor medida, y no por eso deben ser censurados. Quienes viven de la felicidad también tienen derecho a comer (con hambre, no podrían ser felices ni enseñar a otros el camino para lograrlo).

Ojo con los vendehúmos

El problema es que, como en cualquier área profesional, hay gente inescrupulosa y sinvergüenza. Lo vemos a diario en las redes sociales. Nos bombardean con cuánto curso, método o programa se inventan –muchos de dudosa calidad- buscando que todos apliquemos sin cuestionar su infalible receta para alcanzar el éxito, como si este fuera un destino y no un trayecto.

Aunque suene paradójico, en la industria de la felicidad hay mucho infeliz que busca estafar y lucrar a costa de la desdicha ajena, perjudicando no solo a quienes buscan ayudar de manera genuina y desinteresada, sino también afectando la imagen del sector en general. Al final justos terminan pagando por vendehúmos. Si son tan exitosos, ¿por qué tienen tanta necesidad de acosarnos –quiero decir, vendernos- hasta el hartazgo?

Más adelante, agrega Cabanas, “la idea de la felicidad se asocia al éxito, pero puede haber personas fracasadas que sean felices”.

¿Es eso posible? Para emitir un criterio válido, deberíamos empezar por definir qué es el éxito y el fracaso. Ambos, como la felicidad, son concepto relativos y muy personales sobre el cual no hay un consenso. Para algunos, el éxito será tener una familia; para otros, viajar; y habrá quienes lo asocien a tener trabajo o un negocio propio… en fin, cada quien tendrá su propia definición, todas igualmente correctas.

Ahora bien, ¿hay personas fracasadas que sean felices? Yo, la verdad, al fracaso, prefiero llamarle, eufemísticamente, aprendizajes. Además, debemos distinguir entre fracasar y ser un fracasado. ¿Qué es ser un fracasado? Se puede haber pasado por muchos fracasos en la vida, y eso no necesariamente te hace fracasado. Steve Jobs, Bill Gates, Ellon Musk y Mark Zuckerberg fracasaron muchas veces antes de convertirse en hombres de negocios millonarios. ¿Alguien en su sano juicio se atrevería a llamarlos fracasados? Difícilmente. ¿Son felices? Quién sabe.

La teoría del cambio

Luego, el doctor nos dice, que “cambiarnos a nosotros mismos no es una tarea fácil. Uno no puede cambiar sin que cambien sus circunstancias vitales.”

Coincido parcialmente. Es cierto que cambiar no es nada fácil –solo es posible a través de la desesperación o la inspiración-, pero lo que sí no le compro al susodicho, es eso de que es imposible mientras no cambien las circunstancias. Acá entramos en el eterno debate del huevo y la gallina. ¿Qué debe cambiar primero: las circunstancias o la personas?

En mi humilde criterio, sin ser experto en la materia, y más bien apelando a las enseñanzas de verdaderos gurús del desarrollo personal, como Jim Rohn y Tony Robbins, debemos cambiar nosotros primero para que todo lo demás cambie. De lo contrario, nos colocamos en el perjudicial papel de víctima a merced de factores externos que no podemos controlar.

No omito el hecho de que hay personas en condiciones infrahumanas o afectadas por algún evento fortuito que demandan nuestra colaboración desinteresada –no busco reñir con el sentido universal de solidaridad-, pero también es cierto que, muchos, teniendo todo para ser felices, están a la espera de que se acabe la guerra en Ucrania, baje el combustible, disminuya el costo de la vida… en fin, que se aclaren los nublados del día para tomar acción. Resultado: perfeccionismo, procrastinación y parálisis por análisis, tres enemigos confesos de la felicidad.

Concluye Cabanas afirmando que no debemos caer en lo que él ha denominado como personas happycondriacas (obsesionadas con la felicidad) y que debemos salir de la felicidad para evitar nutrir a la industria.

O sea que, nada de andar buscándola, como Will Smith, en aquella famosa película del 2006 sobre la biografía de Chris Gardner, sino que, más bien, debemos rehuirle.

¿No sería más sensato si en lugar de salir o entrar, aprendemos a definirla y convivir con ella, construyéndola a diario con pequeñas acciones que nos hagan mejores personas, lejos de definiciones limitantes, recetas prefabricadas o desgastantes polémicas que no nos dejan ser felices?

Progreso es igual a felicidad.

Tony Robbins