Hasta hace unos días, lo más cerca que había estado del pretil eran mis visitas a la calle de la Amargura, durante aquellos años mozos de fiesta o de ir por un “matahambres”, entre clase y clase, a la famosa ventana de La Canela.
Como alumno de una universidad privada vecina, sabía –o creía- que no era del todo bienvenido en la meca nacional de la educación pública superior. No solo porque no compartía muchos de los postulados ideológicos que ahí se enarbolaban entre banderas rojas y camisetas del Che Guevara, sino porque mi apariencia de nerdy boy hijo de papi, que tenía en ese entonces, podía levantar suspicacias y rumores infundados de pertenecer a la oligarquía empresarial privatizadora o a un infiltrado indeseable de la CIA (y del imperialismo yanqui).
Por esos motivos, fueran ciertos o alucinaciones propias de la inmadurez adolescente, casi siempre le anduve de larguito a la UCR, a pesar de que fuimos vecinos durante tres años, tiempo durante el cual, sin embargo, tuve el honor de conocer a varios alumnos del Alma Mater, quienes, hasta el sol de hoy, me honran con su preciada amistad.
Como en el tango de Gardel, tuvieron que transcurrir 20 años para poder ingresar y conocer de cerca, con un poco más de canas y menos prejuicios, la ciudad universitaria, tras aceptar gustoso la invitación extendida, a mí y un grupo de colegas escritores, a participar de la Fiesta del Libro, organizada en celebración del 80 aniversario de la actividad editorial de la UCR.
Bajo el lema “nos reencontramos para escribir un nuevo capítulo: solidaridad y resiliencia en pospandemia”, la feria literaria convocó a unos 40 expositores nacionales, entre editoriales públicas y privadas, librerías, autores independientes, entre otros.
Distribuidos a lo largo del pretil, la biblioteca Carlos Monge Alfaro y la sala multiuso de Estudios Generales, los stands de exhibición invitaban al público a ver y adquirir en promoción la amplia oferta literaria presente, y a ser parte de las diversas actividades preparadas: visitas escolares, talleres, cuentacuentos, presentaciones de libros, conversatorios, etc.
Durante una semana completa, del 26 de septiembre al 1 de octubre, el pretil –epicentro de la fiesta- amplió su abanico de funcionalidades. Aparte de ser el lugar predilecto por excelencia para conversar, bromear, jugar o ligar, sirvió para comprar libros, conocer a sus autores, tomarse fotografías, entre otras prácticas ligadas al quehacer literario.
A las múltiples acepciones del verbo pretilear, se agregó una nueva, más allá del cliché de ocio, solaz, esparcimiento o simplemente “matar” el rato que se le atribuye normalmente. Fue, más bien, todo lo contrario; un punto de aprendizaje y cultivación de la mente-espíritu, una extensión del amplio y generoso legado cultural costarricense que debemos conservar y defender a ultranza. En buena hora que la UCR se haya apuntado a esta noble y necesaria cruzada que libramos los escritores desde hace no pocos lustros.
Sin duda fue una excelente, necesaria y oportuna iniciativa para un sector urgido de reactivación luego de los cruentos embates de la pandemia. En nombre de todos los escritores presentes y del mío propio, muy agradecido por el espacio, totalmente gratuito y bien acondicionado que nos brindaron para celebrar con éxito esta feria que, como todo lo bueno, esperamos se repita.
¿Que hay detalles por mejorar? Por supuesto. Como todo primer evento, no puede salir perfecto y este no tenía por qué ser la excepción. Enumero algunas de ellas y lo hago, con total transparencia, sinceridad y sentido constructivo.
Por ejemplo, de seguir realizándose en invierno, conviene prever, desde un inicio, cortinas para los toldos a fin de evitar que la lluvia y el viento haga de las suyas –a unos compañeros se les mojaron y perdieron varios libros-, así como mejorar la labor de divulgación y comunicación entre la comunidad estudiantil, administrativa y docente (algunos alegaban desconocer de la feria o nos preguntaban insistentemente sobre las fechas y horarios).
Pero de todas las humildes y respetuosas sugerencias que podría realizar a título personal y de muchos colegas, es buscar una participación más justa y equitativa del total de expositores, procurando asignar espacios físicos donde todos tengamos una igual o similar oportunidad de exposición y de venta.
Para nadie fue un secreto que la mayor afluencia de personas se concentró en el pretil, en detrimento de quienes estábamos ubicados, más abajo y escondidos, en la plaza 24 de abril que, a diferencia de la frenética actividad que desarrolló en los años 70 y que dio pie a su nombre, esta vez ofreció un movimiento escaso, inconstante y a ratos nulo.
No sabemos si, como decía arriba, por falta de divulgación o simplemente por no ser un lugar de alto tránsito, lo cierto es que la concurrencia fue menor, disminuyendo no solo la posibilidad de interactuar y vender más, sino también mermando el ánimo de los expositores presentes, quienes debimos ingeniárnoslas entre nosotros para no pasar desapercibidos, alternando días con los de arriba (del pretil), o pidiéndoles nos cedieran un espacio para nuestros libros en sus stands, entre otras solidarias y resilientes medidas.
Tal vez, en un futuro, se pueda distribuir y optimizar mejor el espacio disponible en el pretil y alrededores para todos estar en un lugar céntrico y estratégico o buscar puntos alternos que favorezcan la visibilidad y visitación de los clientes.
No digo nada de lo anterior a modo de crítica. Insisto, estamos muy agradecidos y valoramos mucho la oportunidad que se nos brindó, sin costo alguno y con todas las facilidades posibles. Son simples y respetuosas sugerencias que insto a los organizadores a considerar como alternativas de mejora de cara a la consolidación del prometedor evento.
Si algo nos hace falta al sector cultural es abrir más espacios de promoción de nuestro trabajo en todo el territorio nacional. En ese sentido, lo que hizo la Editorial de la UCR y el colectivo Convergencia Literaria, a través de la Fiesta del Libro, montándose en la fiebre literaria desatada por la recién finalizada y no tan democrática Feria Internacional del Libro, es digno de elogiar, emular y repetir.
Que sirva este loable ejemplo para que otras casas de enseñanza superior, públicas o privadas, municipalidades, instituciones y hasta empresarios se unan en la defensa, conservación, divulgación y estimulación de una oferta literaria nacional diversa y de gran calidad.
Una buena forma de conseguirlo no es solo convirtiendo la Fiesta del Libro en una actividad recurrente –como Transitarte o la FILCR-, sino llevando ese mismo espíritu cultural festivo a otros rincones del país, donde sobran las ganas de crecer y prosperar a través de la buena y edificante lectura.
Cuenten conmigo y demás autores independientes para, juntos, hacerlo posible. La Fiesta del Libro está para llegar a cada vez más invitados, dentro y fuera de la UCR. ¡Que así sea!