Por más que la ley lo prohíba y la ética lo censure, lo cierto es que, en las circunstancias actuales, resulta prácticamente imposible, separar la política de la religión.

El que todos los católicos deban salir a participar con fervor religioso de la misa del Domingo de Resurrección y luego trasladarse con fervor cívico a cumplir con su sagrado derecho al voto hace que los dos temas no puedan ser mutuamente excluyentes.

Hasta en los procesos de planificación de las vacaciones familia de Semana Santa tuvo que haber salido a relucir, contra toda voluntad, la cuestión de las elecciones. ¿Nos quedamos bronceando en la playita hasta el último rayo de sol del Domingo 1 de abril o retornamos con antelación para llegar a tiempo a votar, aunque sea a las 5:59 p.m.? ¿El placer o el deber? ¿Las presas y el estrés de regreso o la serenidad y solaz de la montaña? ¡Vaya dilema!

Tal vez si gozáramos de una infraestructura vial desarrollada podríamos regresar a la ciudad sin dilaciones. Pero como aún no tenemos Presidente que remedie nuestro mal eterno, no nos quede más casi que viajar en Viernes Santo – a riesgo de salarnos- para poder llegar a tiempo y no enfrentarnos al colapso que, desde el sábado, vaticino habrá en nuestras carreteras, a causa del regreso masivo de electores, muchos de los cuales votarán dejando los pelos en la junta receptora. Tic, tac, tic, tac…

Fecha atravesada

Independientemente de la decisión que yo y muchos costarricenses –apuesto que no soy el único- tomemos en torno a esta disyuntiva de Semana Santa, creo que el Tribunal Supremo de Elecciones debe ir pensando sobre cómo enfrentarse en el futuro a este tipo de situaciones y ahorrarnos a los costarricenses estos quebraderos morales en los que estamos sumidos por culpa de una fecha que no pudo quedar más atravesada.

¿A quién se le ocurre celebrar un evento tan importante en medio –o al final- de la Semana Mayor? Entiendo que la ley establece que la segunda ronda debe ser el primer domingo de abril y no es culpa del TSE ni de nadie que haya caído en esta época, pero, la verdad, siento que debería haber mayor flexibilidad para mover la fecha cuando las circunstancias o causas de fuerza mayor debidamente justificadas, así lo ameriten. Creo que esto hasta contribuiría a bajar el abstencionismo sobre todo entre el sector de los votantes que se preocupan por su patria pero que también gustan de visitar los destinos turísticos que ella ofrece.

Sin embargo, desconozco si este cambio procede y, además, a escasas horas del día crucial, ya es un poco tarde y cansino venir con esta cantaleta, así que me limito a dejar el tema sobre la mesa para discutirlo de cara a los procesos electorales subsiguientes, a sabiendas de que las segundas rondas se están convirtiendo en la norma y no la excepción.

Ya para esta campaña, no queda más que apechugar. Nos toca ver cómo diablos nos la ingeniamos para lograr esa mezcla perfecta entre religión y política; es decir, sacar el rato para reflexionar y regresar a tiempo para votar. ¿Qué es más importante? ¿Mi hedonista interés particular o el bienestar colectivo de una nación?  La pregunta no admite discusión. Pero igual no podemos tildar de antipatriota al que decida quedarse contemplando el atardecer del último día de vacaciones. Así como es su derecho votar, también lo es su derecho al descanso, ambos igual de sagrados y conciliables a través de acciones como la implementación del voto electrónico.

Votando desde la playa

Sin ser experto en el tema, considero que, al igual que los costarricenses residentes en el extranjero pueden votar, nosotros también deberíamos poder hacerlo desde cualquier lugar dentro del territorio nacional, apelando al uso correcto de la tecnología o asistiendo a la junta electoral más cercana. No soy informático, pero me imagino que la logística, inversión y retos de seguridad detrás de un salto cualitativo de esta magnitud tipo deben ser complejos y el cambio no se va a dar pronto, menos en este país tan “ágil”. Empero, bien haríamos en abrir el tema a debate.

El votante que vive en Paso Canoas y debe cruzar el país entero para llegar a votar a su pueblito natal de Peñas Blancas se lo agradecería. Y, como él, miles de costarricenses más. Que actualicen el domicilio electoral y listo, me dirán ustedes. Puede ser. Pero no podemos asegurar que todos lo harán, ni tampoco que no habrá más segundas rondas en fechas inoportunas en las que no estamos presentes ni en un lado ni en el otro.

¿Se imaginan poder votar desde la playa, con sólo acceder a la página del TSE, o ingresando a una aplicación, mientras disfrutamos de un paseo en la montaña, a cientos de kilómetros del centro físico de votación? ¿Estaré volando muy alto? ¿Cajita blanca para mí, con una foto de Luis Antonio Sobrado, muerto de risa? A lo mejor. En lo que sí estoy seguro es que algo hay que hacer para facilitarnos y simplificarnos el sufragio, sea en la escuela del barrio o en nuestro sitio de descanso preferido; en Semana Santa o en tiempo ordinario.

Pidámosle al Cristo Resucitado que nos ilumine para acometer este y todos los demás cambios que, desde sus diversas trincheras, el país necesita para también volver a la vida. ¿Quién será el responsable de hacernos resucitar? Ya veremos… siempre y cuando lleguemos a tiempo a darle el voto a alguno de los Alvarado. ¡Feliz Semana Santa!