Fue como si hubiera retrocedido en el tiempo. Tal vez a los años de graduación de la escuela o el colegio. La emoción se reflejaba en sus ojos, revestidos de ese brillo mágico que antecede a la cristalización de un gran logro personal.
Ahí estaba ella, sentada a mi lado, con un poco más de canas, arrugas y experiencia que la chiquilla de hace varias décadas, pero quizás con la misma ilusión infantil de antaño.
Desbordante de felicidad, con mirada expectante, ansiosa de escuchar su nombre, para levantarse y desfilar hacia el escenario, como actriz famosa en alfombra roja.
“Mamá, ¡qué orgulloso me siento de usted!”, le dice, minutos antes, su hijo, quien se preparaba, cámara en mano, para no perder detalle, mientras le recordaba el protocolo a seguir.
Nerviosa, le corresponde con una tierna sonrisa de gratitud. No necesitó decir nada más. Hay momentos en que las palabras salen sobrando. El amor no requiere de floridos discursos. Vuelvo a ver, disimulado, y me conmuevo.
“María Marta Hernández”, exclama la maestra de ceremonias. ¡Por fin! Había llegado su turno. Presta y elegante, se pone de pie y, bastón en mano, baja las gradas, con ayuda de un miembro de la organización.
Su hijo se adelanta unos pasos para tomar las primeras fotos. Sonríe más el fotógrafo que la modelo. Ninguno de los dos, cabe del orgullo. Doña María Marta, halagada, cual artista a punto de recoger el Oscar, mira a la cámara y al público que la aplaude.
¡Vaya momento! Sencillo, pero altamente emotivo. De regreso a su butaca, observa sus dos certificados y la agenda de madera que le obsequiaron. Feliz, los muestra a la cámara y su hijo la vuelve a felicitar con un sentido abrazo.
No ganó…, pero ella se sentía ganadora y eso era más que suficiente. Al igual que los más de 200 participantes del XXXI Concurso Literario 2022 de la Asociación Gerontológica Costarricense (AGECO), dirigido a personas mayores de 60 años y dedicado a la señora Inés Trejos Araya
Tuve la oportunidad de asistir a la premiación, llevada a cabo el pasado 4 de noviembre, en el auditorio del Museo de Jade. No en mi calidad de participante (todavía me faltan algunas décadas para eso), sino en representación de mi papá, quien concursó en la categoría de cuento y se encontraba fuera del país.
A diferencia de la primera vez que fui, hace tres años, cuando mi padre resultó ganador del primer lugar, en esta ocasión, en su ausencia, me tocó a mí pasar al frente a recoger su certificado y obsequio.
De inmediato sentí la mirada incrédula de los presentes. No los culpo. Que, entre el montón de homenajeados, de repente figurara un joven en el ocaso de sus 30, podría levantar sospechas sobre la legalidad y cumplimiento de los requisitos del concurso.
De camino hacia el escenario, me imaginé a más de un mal pensado preguntándose si yo tenía más de 60 años. ¡Qué bien conservado está!, lo habría secundado otro por allá. O el “ahí va un colado” que efectivamente me propinó, entre risas, mi vecino de asiento, un viejo amigo de las ferias literarias a quien me topé por casualidad (o sea, está bien que ya casi sea un señor –aunque me niegue a ser llamado así- pero, de eso, a ser un sexagenario, aún me falta mucho… o al menos eso quiero creer).
Anticipándose a cualquier confusión, la conductora aclaró de inmediato la razón de mi presencia, causándome cierta gracia y una sonrisa pícara, imposible de disimular que, apuesto, más de uno pudo notar y apuntar para el anecdotario de curiosidades.
Volviendo a los participantes “legales”, estos siguieron desfilando, felices y satisfechos.
Algunos recibieron su certificado de participación; otros, mención honorífica y, finalmente, se premiaron los tres primeros lugares de cada categoría.
Sin embargo, -insisto- a los ojos de ellos mismos y de la audiencia, todos eran triunfadores. A cada uno de los colegas, mi eterno respeto y admiración. No solo por atreverse a concursar, sometiéndose al escrutinio del jurado calificador, conformado por escritores de alto renombre como María Amalia Sotela o Alfredo Trejos, sino también por hacer de la escritura un arte y terapia que no conoce distingos de ninguna especie. Ni de edades, clases sociales o realidades (hasta privados de libertad participaron).
Como mencionó la presidenta de AGECO, Johanna Fernández, el concurso, que cada año gana en afluencia y competitividad, es la vitrina perfecta para mostrar al mundo el conocimiento y sabiduría de nuestros adultos mayores, quienes, como cualquier otro ser humano, también tienen el derecho y la necesidad de expresar sus pensamientos, sentimientos, emociones y vivencias.
¡Cuántas personas, a raíz de este tipo de iniciativas, encuentran una nueva pasión o hasta un oficio al cual dedicarse en las postrimerías de su vida, haciéndolos sentir plenos, productivos y realizados! Toda una clara muestra del concepto de envejecimiento activo que AGECO tanto pregona, pero que, lamentablemente, no todos los adultos mayores pueden ejercer.
De ahí la importancia vital de defender, apoyar y enaltecer la labor que instituciones como AGECO impulsan en pro de nuestros adultos mayores. En momentos en los que esta población sufre de abandono, descuido, maltrato, entre otras formas de violencia, no se justifican recortes abusivos de fondos que impiden cumplir con una loable misión.
No respetar la asignación presupuestaria que, por convenio, les corresponde ha implicado el despido de trabajadores, así como el cierre de programas de derechos humanos, redes comunitarias y capacitación para el empleo de personas adultas mayores. Es decir, un doble perjuicio que no solo agravaría el desempleo, sino también la calidad de vida de quienes dependen de la institución para sobrellevar un envejecimiento digno y activo.
AGECO y todos los programas que impulsa en materia de fomento a la educación, capacitación y promoción deportiva, artística y cultural, deben seguir vigentes. En lugar de debilitarlos, requieren ser conservados y fortalecidos de cara a los retos sociales y demográficos venideros.
Doña María Marta, doña Lourdes Salas, doña Xinia Murillo, don Víctor Carmona, don Walter Hernández y don José Rafael Segura, por citar algunos de los participantes del concurso literario, así como los más de 663 mil adultos mayores de Costa Rica lo merecen y exigen. Ellos y los que vamos por el mismo camino.