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Es de bien nacidos, alegrarse por el triunfo de los demás. Y más cuando se trata de un colega que en tiempos de saturación del mercado laboral, llega a ocupar un puesto de tan alta importancia, al lado del mismísimo Presidente de la República, a quien, hablándole al oído como cercano asesor de imagen, contribuirá finalmente a resolver el grave problema de comunicación que tanto ha aquejado al Gobierno durante este primer año de funciones.

En buena hora que don Luis Guillermo se percatara que los errores en la comunicación o la falta de ella lo tenían contra las cuerdas frente a una ciudadanía que conoce poco sobre logros (si es que ha habido) y mucho sobre fallas, contradicciones, imprudencias y demás actos relacionados a la vasta ciencia de la metida de escarpines.

Consciente de que aún es tiempo de enderezar la nave, en los albores del segundo y decisivo segundo año de administración, nombra al experimentado periodista Mauricio Herrera como Ministro de Comunicación. Nada tonto. Sin duda, una buena movida que esperemos le dé réditos favorables en el escabroso redil de la opinión pública.

Aunque, como decía al principio, no puedo nada más que alegrarme y desearle éxitos a don Mauricio en la dura tarea encomendada, con lo que “no me hallo”, como dirían en el campo, es con eso de llamarlo Ministro. Es decir, estoy de acuerdo con el fondo, más no con la forma. Aún no me cuaja mucho la idea de crear todo un Ministerio, con los gastos que esto conlleva, para encargarse de las relaciones con los medios de comunicación.

Justo en estos momentos que estamos bregando por una reforma fiscal integral que incluya racionalización en el gasto público, ponernos a alimentar el elefante blanco, con la creación o resucitación de ministerios no deja de ser contraproducente para un Gobierno que, antes de pensar en más impuestos, debería adoptar el ahorro y la austeridad como prácticas frecuentes.

¿Para qué un Ministerio si ya contamos con una Dirección de Prensa en Casa Presidencial que perfectamente cuenta con el equipo humano y recursos para desarrollar la labor encomendada al nuevo Ministro? ¿Cuál es el rol entonces de Boris Ramírez, como director de esa dependencia? ¿En qué se diferenciará del que se le asigne a don Mauricio? ¿O es que el primero no dio la talla –lo cual dudo, por su reconocida capacidad- y será sustituido por el segundo, convirtiéndose en una víctima más del remezón que sacude al Gabinete de don Luis Guillermo Solís?

Independientemente de las razones, a lo que voy es que por qué no aprovechar los mecanismos o dependencias oficialmente establecidas para realizar con transparencia y rectitud una labor para la cual ya existe trinchera que pueda dar cabida al personal de turno, sin necesidad de venir a inventar el agua tibia con un Ministerio que es probable se traduzca en mayor gasto, más personal y más burocracia. Para qué una más a la larga lista de instituciones, algunas estéticas o con duplicidad de funciones, que ya tenemos. Si a la Dirección de Prensa, agregamos las oficinas de relaciones públicas de todos los demás ministerios y entidades públicas, lo que nos da como resultado es un alto número de profesionales en comunicación al servicio del Gobierno, que, entonces, no sabemos para qué están.

¿Qué hacemos? ¿Echamos a Mauricio Herrera sin tan siquiera haberse estrenado en el puesto? No, para nada. Ya está montado en la barca, ahora que surque los mares y tempestades hasta –ojalá- llegar a buen puerto. Pero sí considero, a modo de sugerencia, para próximas administraciones que colocar la Comunicación al mismo nivel de las finanzas públicas, el comercio exterior o la educación pública, no es lo más recomendable. No porque no sea importante en las organizaciones públicas y privadas –es lo que me da de comer a mí y muchos colegas que no ejercen en medios- sino que simple y sencillamente no lo veo necesario ni constituye una señal positiva en el camino de disciplina económica que deberíamos transitar.

La comunicación bien se puede manejar, como sucede en otras latitudes, bajo la figura de un asesor, portavoz o vocero que, basado en una estrategia previamente definida, dicte las pautas a seguir y coordine la transmisión de mensajes claves coherentes, uniformes y efectivos. Eso es todo, y para hacerlo eficientemente no necesiten que les endilguen el noble título de señor Ministro que, viendo las bajas de los últimos días, tal parece no ser ninguna ganga.

En solidaridad con mi colega, espero que este no sea el caso de don Mauricio y pueda, desde un Ministerio o una humilde oficina a la par del cuarto de pilas de Casa Presidencial, sacar la tarea para así, Gobierno y gobernados, gocemos las mieles de una buena comunicación, o mejor aún, de una buena administración.