Normalmente me considero un buen amigo de la tecnología. No suele despotricar ni renegar de su uso. Si, de una u otra forma, viene a simplificarnos la existencia, en buena hora y bienvenida sea. ¿Quién soy yo para rechazar una generosa y robótica mano amiga?

Pese a las teorías conspirativas que abundan en las redes sociales y en más de una cabeza paranoica, no soy muy dado a caer en la trampa de pensar de que todo avance tecnológico sea un paso más hacia la inminente destrucción de la especie humana.

¿O hay gente demasiado informada y no nos ha contado nada por miedo a que algún Terminator le recete un “hasta la vista” por sapo o, definitivamente, se tomaron muy en serio la trama del clásico ochentero de La Rebelión de las Máquinas y ven una amenaza latente hasta en la aspiradora automática que les limpia el piso de la casa?

Yo quisiera colocarme en un punto intermedio. Ni tan retrógrado ni tan inocente como para pensar que Elon Musk y Sam Altman son los nuevos paladines ad-honorem de la paz mundial. Sin embargo, debo admitir que la vez que, en mi camino hacia un recóndito destino, Waze me condujo hacia una calle sin salida colindante con un despeñadero, comencé a dudar de las nobles intenciones de esa y cualquier otra aplicación basada en inteligencia artificial.

Desde entonces, por sana cautela, no doy por cierto todo lo que me dice Chat GPT ni sigo todas las instrucciones que me dicta Waze al pie de la letra. Con este último, en ocasiones, opto por cambiar adrede sus rutas previstas, aunque eso me implique media hora más de viaje y el doble de colerones. Ya saben, todo con tal de demostrarle quién manda aquí.

El problema surge cuando, estando en otro país, no queda más remedio que hacer las paces y volver a confiar en el omnipotente de Waze. Es eso, o volver a los tiempos de mapas y puntos cardinales. Y la verdad, no tengo el tiempo ni la paciencia para estar jugando a la búsqueda del tesoro.

Por ende, en una reciente visita familiar a Panamá, tuve que confiar en los inapelables designios del mentado Waze para, en una calurosa y húmeda tarde, como las que tanto abundan por aquellos rumbos, poder ir, junto con mi papá, a visitar uno de los principales destinos turísticos del vecino del sur: el Canal de Panamá.

“Solo pongan Esclusas de Miraflores y llegan sin problema”, nos dijo mi cuñada, minutos antes de salir del apartamento, en Costa del Este. Tras una parada estratégica en la gasolinera para recargar de Premium (la “Super” de acá), nos enrumbamos hacia el más reciente motivo de discordia entre Estados Unidos y Panamá.

Todo transcurría muy bien, entre amenas conversaciones y modernos rascacielos a la vera del Corredor Sur, cuando, luego de una media hora de viaje, Waze nos anticipaba que estábamos a punto de llegar a nuestro destino final. “Mucho antes de lo esperado”, pensé. Quizá estábamos de suerte o simplemente, de milagro, no habíamos topado con tanto tráfico como el que caracteriza a la ciudad.

No le dimos mucha importancia y seguimos nuestro periplo, cuando nos damos cuenta de que algo no pintaba bien. La primera señal de alarma se encendió cuando vimos que, en la supuesta ruta de acceso al Canal, había un camión varado en medio de una calle rodeada de desolados y áridos parajes.

Si bien detrás de las mallas perimetrales se divisaban algunos de los cerca de 40 barcos cargueros que transitan a diario por el Canal, el lugar no se venía muy turístico que digamos. No había señal de visitantes ni de esclusas, mucho menos de parqueos o largas filas para entrar. ¿Será una de las ventajas de salir de paseo un lunes por la tarde?

De repente, Waze nos pide girar a la izquierda en un sector donde ni siquiera calle había y ahí fue cuando caímos en cuenta de que andábamos más perdidos que perro en misa. Parecía más la entrada a la casa de la Pradera y no a una de las obras de ingeniería más impresionantes del mundo.

Solo faltaba que se nos cruzara en el camino una Caravan negra, y como en “El Señor de los Cielos”, se bajaran un par de encapuchados con rifles semiautomáticos a secuestrarnos. Digo, conociendo la afinidad de mi papá hacia ciertas posturas fanáticas de Donald Trump, no sería nada raro que nos confundieran con espías enviados por el gobierno norteamericano a filtrar información sobre rutas furtivas para tomar por asalto militar las instalaciones canaleras.

Ignoramos el viraje hacia la izquierda y seguimos directo hasta llegar a un portón cerrado y con señales de “prohibido el paso”. Convencidos de que estábamos en terreno minado, dimos media vuelta de inmediato y, por el mismo camino, extraído de una escena de Breaking Bad, regresamos hasta la calle principal (o lo que parecía ser). Avanzamos unos metros hacia una aguja de ingreso, donde un oficial medio mal encarado y con sonrisa lastimera, nos invita a dirigirnos al Centro de Visitantes.

Sin embargo, nunca nos dijo cómo llegar y tampoco se le veían ganas de orientar a un par de turistas extraviados, así que, camino a la salida, le consultamos a otro uniformado que, a diferencia de su colega, sí nos supo explicar amablemente cuál había sido el error: “Mira, tienen que devolverse y continuar hacia la Avenida Balboa y luego tomar la Vía de los Mártires”, nos explica con su verbo rápido, de marcado acento “pana”, que nos dejó peor que al principio.

Aún inseguros, tomamos la ruta indicada, esperanzados de que, ahora sí, cumpliríamos nuestro cometido de llegar al Canal antes del anuncio de la finalización del cuarto juego de esclusas. Justo nos retirábamos del sitio, cuando nos percatamos de que no estábamos solos: un misterioso carro negro nos escoltaba. Desistieron de la tarea al observar que finalmente íbamos saliendo de donde nunca debimos haber entrado. ¿Quiénes eran y qué querían? Lo dejo a sus libres y más alocadas teorías.

Minutos más tarde ya estábamos, sanos y salvos, en zona autorizada del Canal de Panamá, no como potenciales “persons of interest”, espías de la CIA o emisarios de Trump, sino como simples y despistados turistas ticos que solamente querían ver el Canal en acción… y sobrevivir para contarlo. ¡Cómo costó!

Moraleja: Si va a visitar el Canal de Panamá, ponga en Waze Centro de Visitantes de las Esclusas de Miraflores y no solamente Esclusas de Miraflores.