A veces, para resolver los problemas que nos afectan no hay que mirar por la ventana sino más bien en el espejo. Sin embargo, tal parece que este accesorio es parte de los muchos bienes que escasean en Venezuela, donde prefieren abrir de par en par sus cortinas para buscar afuera falsos responsables de sus propios actos desafortunados.
Junto con el papel higiénico y la pasta de dientes, también hacen falta sentido común, sensatez y humildad por parte de las autoridades de Gobierno para reconocer que los culpables de que el desabastecimiento, la pobreza, el desempleo y la inseguridad campeen a sus anchas, son única y exclusivamente ellos.
Todo lo demás, como la supuesta “propaganda de guerra”, “la infame agresión” y “el plan desestabilizador para propiciar una intervención internacional con ayuda mediática”, son burdos pretextos y cortinas de humo para desviar la atención de la comunidad nacional e internacional sobre lo verdaderamente esencial: la incapacidad del Gobierno para resolver sus problemas domésticos.
Ante la demostrada incompetencia recurren a la salida fácil de buscar chivos expiatorios en patio ajeno. Ya lo habían sufrido el canal colombiano NTN24, Radio Caracas, el periódico El Nacional –lo dejaron sin papel para imprimir – y ahora le tocó el turno a la cadena internacional CNN en español, que fue expulsada luego de divulgar el caso de la supuesta venta de visas y pasaportes venezolanos en la embajada del país sudamericano en Irak.
La estrategia es de sobra conocida, de larga data y de uso frecuente por parte de algunos gobernantes populistas y demagógicos. Aparte de Maduro, a ella recurre constantemente su amigo y compinche, el mandatario nicaragüense, Daniel Ortega, quien no duda en sacar a relucir sus desgastados diferendos con Costa Rica sobre el río San Juan o Isla Calero, cada vez que ve mermada su popularidad o margen de maniobra frente a los males que no ha podido resolver en diez años.
Ahora bien, no digo que la prensa siempre será la buena de la película y que hay que creerle a CNN todo lo que dice. Como cualquier empresa periodística, tiene sus sesgos ideológicos e intereses político-económicos, por más que se proclamen comprometidos con la verdad y la transparencia.
El punto es que, sea la noticia falsa o no, jamás se puede recurrir a la censura y a la flagrante agresión para acallar a un medio de comunicación que está en su derecho –y en su deber también- de informar sobre hechos de interés, sean a favor o en contra del Gobierno. Y, bajo el escenario hipotético de que todo fuera mentira, basta con acogerse el derecho a respuesta o recurrir a los medios oficiales para desmentir lo denunciado… y listo. ¿Para qué tanta alharaca? ¿Para qué expulsar a CNN y con ello asestar un duro golpe a la libertad de expresión e información y restarle legitimidad democrática –si es que le queda alguna- a un gobierno que se comporta a la altura de las peores dictaduras?
¿O es que acaso en Venezuela solo es verdad lo que proclama Maduro en su programa Aló Presidente? De ser así, todos deberíamos creer, sin derecho a réplica, que Venezuela y Portugal están en el mismo continente o que se dice millones y “millonas”.
¿Será todo parte de una «una operación de propaganda de guerra montada absolutamente en falsedades», como alega la canciller, Delcy Rodríguez? Y si así fuera, ¿no sería CNN el más perjudicado por sus faltas a la ética y honestidad en el ejercicio de la profesión y, en consecuencia, la clase gobernante saldría fortalecida y con la autoridad moral para defender la verdad real de los hechos? Digo, el que nada debe, nada teme…
De todas formas, sin importar quién tenga la razón en esta novela, yo, en los zapatos de Maduro o en los tacones de su canciller, estaría más preocupado por otras cosas más graves que no se resolverán, independientemente de lo que diga o haga Estados Unidos y CNN.
La inseguridad, el desempleo, la hiperinflación, el desabastecimiento… Todo eso y más, esperan una pronta respuesta. Mientras tanto, Maduro grita: «Yo quiero a CNN bien lejos de aquí. Yo quiero a CNN fuera de Venezuela, ¡fuera!». ¿Quién será el que debería estar afuera?