Con el perdón de los seguidores del programa radial Pelando el Ojo, hoy me voy a arrogar la potestad de escribir unas palabras, en nombre de todos ustedes, para ese virtuoso del humor llamado Froylán Bolaños Rojas, quien, a pesar de ya no estar físicamente entre nosotros, su invaluable legado se mantendrá vivo en la mente y el corazón de todos aquellos que disfrutamos en grande con su envidiable talento.
Sé que muchos estuvieron con él y su inseparable amigo Norval Calvo desde un principio, yo al menos descubrí esa genial mancuerna hace unos cuatro años, deambulando por el dial, luego de esas agotadoras jornadas laborales, que hacen necesario encontrar una válvula de escape para el estrés y la desesperación por las presas de las horas pico. Desde entonces y hasta el último programa juntos, el pasado 20 de noviembre, estuve al lado de ellos, como un oyente incondicional de los miles que a diario sintonizamos el programa para informarnos con el justo toque de ironía, chota y picardía, pero sobre todo mucho respeto, de las últimas noticias del acontecer nacional.
Decenas de personajes del deporte, la política, el periodismo, entre otros campos, formaron parte del repertorio del viejillo, como le decían cariñosamente. Hernán Medford (mi favorito), Gato Araya, Gloria Valerín, El Chunche Montero, Rodrigo Arias, Guimaraes, Ottón Solís, Elizabeth Odio, Monseñor Hugo Barrantes son sólo algunos de los que hoy gozan del privilegio de haber sido imitados por uno de los máximos exponentes del humorismo costarricense.
Tal vez, en persona, algunas de sus “víctimas” me saquen lágrimas, pero de tristeza, sin embargo, en la voz de Froylán, se convertían en verdaderas máquinas de risas que más de una vez me hicieron quedar como un loco frente a los ojos de extraños que me veían con asombro mientras conducía en solitario y a carcajada limpia de regreso a mi casa.
Si bien yo era conciente de mi afición hacia el espacio radiofónico, pues incluso muchas de las imitaciones me las he aprendido, no fue si no hasta el otro día que, escuchando un homenaje póstumo, que me percaté de mi grado de identificación y de muchos ticos hacia el hijo prodigio de Grecia.
Recordando los alegres momentos que me hizo pasar, no pude evitar que las lágrimas de risa que normalmente me provocaba, se cambiaran por otras de tristeza, a causa de la pérdida irreparable de un comediante único y, a la vez, un gran ser humano.
A veces no hace falta conocer a fondo una persona para percatarse de su incalculable valor. Basta el encuentro casual para confirmar que los comentarios de sus allegados sobre la calidad humana del popular imitador, son una verdad irrefutable. Fue en un par de oportunidades, primero en un show humorístico y luego en un evento de trabajo donde fue invitado de lujo junto a Norval, que pude conocer al Froylán fuera de las cabinas de radio. El intercambio de un saludo, unas breves palabras y una fotografía me permitieron comprobar que, aparte de talentoso, era amable, humilde, accesible y muy auténtico, de esas personas que no se dejan deslumbrar por los flashes de las cámaras si no que se mantienen fieles a sus principios, a pesar de la fama que los rodea. En el fondo sabía que él se debía a su gente.
Tan buen humorista era que con sólo escucharlo reírse ya contagiaba a sus compañeros y por supuesto a los radioescuchas. Como anécdota, recuerdo las ocasiones en que debían interrumpir por momentos el programa para que sus compañeros se recuperaran de los ataques de risas causados por Froylán. Por ese buen sentido del humor, y su admirable humanismo, que nos ponía a reír de nuestros propios problemas, que nos invitaba a no tomarnos la vida tan en serio y a ver las cosas desde una óptica positiva, es que Froylán Bolaños no ha muerto.
Mientras no lo olvidemos, él se encontrará más vivo que nunca en el recuerdo de todos nosotros, sus miles de leales oyentes, quienes, aunque fuera a través de la radio, siempre lo consideramos nuestro amigo y que, junto a Norval, Natalia y Cristian, vamos a honrar su memoria sacando adelante ese excelente programa llamado Pelando el Ojo. En nombre de todos tus seguidores: muchas gracias Froylán. ¡Hasta siempre!