¿Qué es el poder?
Una pregunta fundamental para comprender lo que pasa en Costa Rica y el mundo. Según el diccionario de la Real Academia Española, se trata del dominio, imperio, facultad y jurisdicción que alguien tiene para mandar o ejecutar algo. El problema surge cuando tratamos de definir a ese “alguien” y ese “algo”. ¿Quién exactamente ostenta el poder? ¿Cómo lo emplea?
Las respuestas a estas y otras interrogantes nos las brinda el periodista y escritor venezolano, Moisés Naím. Tanto en su libro, el Fin del Poder, como en su más reciente obra Repensar El Mundo – ambas las recomiendo -, Naím realiza un esclarecedor análisis del tema, partiendo de una premisa fundamental: “el poder ya no es lo que era. Se ha vuelto más fácil de obtener, más difícil de usar y mucho más fácil de perder”.
Para defender su tesis, cita, por ejemplo, lo que ha sucedido con países como Estados Unidos, China y Rusia, incapaces de intervenir por si solos en la resolución de los grandes desafíos globales como el calentamiento global o la crisis en Siria. “Quienes tienen poder hoy están más constreñidos en su uso que sus antecesores”, explica Naím.
Imposible no hacer un paralelismo con Costa Rica, donde vemos cómo el Gobierno se muestra incapaz de responder a los clamores de los “nuevos poderosos”, tan amplios y diversos como las mismas demandas que plantean. Empresarios, sindicatos, mujeres, organizaciones locales, comunidad LGBT, activistas de bienestar animal y hasta los guachimanes del barrio se organizan para desafiar, no siempre por vías legales y pacíficas, a los grupos de poder convencionales que se muestran cada vez más atrofiados y torpes en su accionar.
Como resultado, vemos a figuras políticas convertidas en estrellas fugaces. Con la misma velocidad con que se elevan a sus puestos de poder para mostrar su brillo, rápido desaparecen del firmamento, a causa de diversas razones, en su mayoría, relacionadas al descontento y presión popular de algún bullicioso sector capaz de hacer que un gobierno avance o se estanque por el resto del cuatrienio tratando de satisfacer a todos y quedando bien con nadie.
Hoy, el pastel del poder se encuentra tan repartido, no necesariamente de forma equitativa, que identificar los nuevos actores y sus respectivos modus operandi resulta crucial para comprender el origen y devenir de los hechos. Cada vez surgen más microproderes –como los llama Naím- no solo deseosos de intervenir en el proceso de toma de decisiones, lo cual estaría bien en una democracia cada vez más participativa, sino de imponer a rajatabla sus criterios y decisiones, a espaldas del orden constitucional y los derechos de terceros. Los taxistas y su consigna de que el fin justifica los medios han sido un claro ejemplo reciente.
¿A qué se debe esta mutación en la configuración tradicional de los esquemas de poder? El autor venezolano, lo atribuye a tres causas fundamentales o revoluciones que han marcado nuestra época la revolución del Más –hay más de todo: gente, partidos políticos, productos, medicinas, clase media, etc.-, la revolución de la movilidad –más personas que se mueven y difíciles de controlar- y la revolución de la mentalidad –mayor conciencia sobre los derechos y libertades individuales.
Todo esto aunado al impacto generado por las nuevas tecnologías de información han hecho que acceder al poder y ejercer influencia sea cada vez más fácil. Ya no se requiere de tanto formalismo y trámite para organizarse de manera colectiva. En menos de lo que se abre una página de Facebook, ya se cuenta con un grupo de personas cerrando filas alrededor de una causa común y poniendo a temblar a las autoridades.
En contraste, las estructuras convencionales de poder se han quedado enfrascados en el tiempo, demostrando una total incompetencia para ajustarse a las reglas del juego de un mundo moderno, globalizado e interconectado. Socavados por la burocracia, la lentitud, la corrupción y la tramitología, el Estado y los entes otrora poderosos se ven maniatados –por las leyes, los reglamentos, la Contraloría, la Sala IV- para actuar con la eficiencia y el sentido de urgencia que demandan las circunstancias y la población actuales.
Entonces, a los distintos actores sociales, cansados de esperar y ser simples espectadores, no les queda más alternativa que buscar nuevos espacios de participación e incidencia ¿Dónde los encuentran? Algunos en la calle, otros en Internet y su fuerza democratizadora. Sin necesidad de tantos recursos, jerarquías ni esfuerzos logísticos, pueden, con unas cuantas pancartas y algunos “Me gusta”, levantar la voz y exigir soluciones por una vía no tradicional que ha demostrado mayor eficacia que los engorrosos mecanismos de resolución de conflictos legalmente establecidos.
Naím concluye diciendo que “ante el fin del poder tal como lo conocemos, nuestros tradicionales sistemas de controles y equilibrios –concebidos para limitar el poder excesivo- amenazan con transformar a muchos gobiernos en gigantes paralizados.” Cualquier similitud con Costa Rica, no es mera coincidencia. Cambia, todo cambia, incluso el poder, aunque aquí muchos parecen no darse cuenta o no lo quieren entender.