Guatemala está herida… doblemente herida. En menos de una semana, la naturaleza descargó toda su furia contra la nación hermana. Como si no fuera poco con la delincuencia, la pobreza, y la corrupción, los guatemaltecos fueron testigos del poder del volcán Pacaya que bañó en piedra y ceniza toda la ciudad, provocó miles de evacuados y obligó a la declaratoria de estado de emergencia por parte de las autoridades de Gobierno.
No habían terminado de asimilar las secuelas de la erupción, cuando de repente la naturaleza vuelve a decir presente esta vez en forma de una tormenta tropical –bautizada como Agatha- que, hasta el domingo pasado, había ocasionado 172 muertos, más de 100 desaparecidos, y miles de afectados. Y como corolario a esta fatídica cadena de calamidades, se forma un gigantesco agujero en media ciudad que se tragó una estructura completa y sembró el temor en la población.
En una especie de conspiración mortífera entre agua y fuego, la naturaleza se ensañó en contra del país vecino, arrasando con todo lo que le salía al paso y abriendo las heridas de un pasado aciago en la memoria de los guatemaltecos que en 1998 sufrieron la embestida del huracán Mitch. Pero bueno ya el daño está hecho y al igual que se hizo en su momento con Haití y Chile, la comunidad internacional está en la obligación moral de ayudar. A su estilo, la madre naturaleza se encargó de que no la olvidáramos en las vísperas de la celebración de su día mundial y ahora todos debemos demostrar los lazos solidarios que nos une a Guatemala, ya de por sí unido por lazos afectivos a la mente y corazón del autor de este artículo.
Sirva la tragedia para, de lo negativo, extraer positivas enseñanzas en un mundo afectado por graves problemas como el calentamiento global, la contaminación y la falta de conciencia ambiental. En lo que puedo interpretar como una fuerte advertencia –de muchos otras que le han antecedido-, la Pachamama está llamando a cuentas a sus rebeldes hijos. Es innegable que si no recapacitamos sobre nuestro errático caminar en torno a la protección ambiental, la naturaleza seguirá haciéndose sentir. Y no es porque ella sea mala o que asuma el papel de un dios rencoroso y castigador que desea erradicar a la humanidad. Simplemente es su forma natural de respuesta a lo que provocamos cada vez que no reciclamos, tiramos la basura en la calle, contaminamos y desperdiciamos recursos…

Cada país debe cargar con su cuota de responsabilidad, pues se trata de un flagelo global, pero en lo que a los costarricenses concierne me preocupa, por ejemplo, la falta de políticas articuladas en materia de conservación ambiental en un país donde, según una reciente nota de prensa, ni siquiera es obligación reciclar. Dejar algo tan delicado a la buena voluntad de gente que piensa que nunca le va a pasar nada y que hace del “porta a mi” un estilo de vida, es sumamente peligroso. No voy a decir que no hay organizaciones comprometidas que hacen hasta lo imposible por lograr una revolución natural en muchas mentes indiferentes pero creo que todavía nos falta mucho.
¿Estamos preparados en el país para, por lo menos, paliar los efectos de calamidades parecidas a las de Guatemala? El terremoto de Cinchona dejó al desnudo muchas deficiencias. Ante el carácter impredecible de la naturaleza que sin embargo a veces nos lanza pequeñas señales, (ojo con el volcán Arenal y los últimos temblores) debemos utilizar la desgracia ajena como un espejo para mirar lo que nos puede llegar a ocurrir si no tomamos las medidas preventivas del caso. Y no solo me refiero a las que le competen a las instituciones obligadas por ley a hacerlo, sino también a las que cada individuo debe aplicar para lograr una convivencia en sana armonía con el ambiente.
No esperemos a que la catástrofe toque nuestra puerta. Cada uno de nosotros, como miembro de esta aldea global, está en el compromiso de realizar los cambios necesarios para que los 5 de junios venideros sí nos deparen verdaderos motivos de celebración internacional.